La primera información sobre la aparición de esta novela, destinada a convertirse en una de las obras literarias más importantes de la literatura ecuatoriana y latinoamericana, aparece en el No. l3 de la Revista “Letras del Ecuador”, publicación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, con el epígrafe de “Periódico de Literatura y Arte”, correspondiente al mes de mayo de l946.

El autor de la nota bibliográfica es Pedro Jorge Vera, entonces un joven escritor, también guayaquileño, autor de poemas y cuentos que, pocos meses después, publicará su primera novela “Los Animales Puros”, editada en Buenos Aires por la Editorial Futuro.

Al iniciar su comentario Vera destaca que “Las Cruces sobre el Agua” es “la novela de Guayaquil como jamás se ha escrito otra, tal es la plasticidad, vigor y autenticidad de elementos con que la ciudad está aquí reconstruida.- Ni siquiera en el poema la ciudad huancavilca ha sido exaltada con tanto amor, en su gallardía y en su miseria, como en esta novela que acaba de salir de las prensas”.

En otra parte de su comentario, Pedro Jorge Vera vaticina que el autor de esta novela será calificado de tendencioso por aquellos que reclaman una literatura asexuada, sin olor ni sabor y afirma: “Que le pregunten a cualquier guayaquileño que sea de verdad, si las historias de esta novela no constituyen la oscura, hermosa y terrible vida cotidiana de Guayaquil, exaltada, iluminada y oscurecida por la pluma vigorosa de un gran estilista”.

Pero no solamente es Pedro Jorge Vera el que comenta sobre la aparición de esta novela; a lo largo del año l946, en Letras del Ecuador aparecen comentarios de varios críticos contemporáneos como Ghitman Beider quien afirma que “Con LAS CRUCES SOBRE EL AGUA se ha enriquecido en forma por demás notable la novelística ecuatoriana, que tiene un puesto tan brillante en América”.

Por otro lado, en agosto de ese año, Cristóbal Garcés Larrea, poeta y crítico guayaquileño, afirma: “Después de un largo paréntesis de silencio en el que Joaquín Gallegos Lara estaba entregado con todas las fuerzas de su espíritu a las luchas políticas, a la estructuración de un partido de avanzada, y al periodismo combativo y constructivo, vuelve hoy este gran novelista a contarnos en LAS CRUCES SOBRE EL AGUA, su obra consagratoria, la historia dolorosa, humilde y siempre grande de la ciudad porteña. Viene a decirnos verdades amargas, con un realismo tan desnudo, que a veces nos asusta; pero Gallegos Lara no ha falseado nada, conoce a su pueblo y por eso nos muestra, sin reticencias, nuestra triste realidad”. A renglón seguido afirma: “Algunos intelectuales han acusado a Gallegos Lara de abusar del feísmo. ¿Habrá feísmo en LAS CRUCES SOBRE EL AGUA? Lo que hay es una verdad tajante, esa misma verdad que no queremos ver y que sin embargo nos quema los ojos y que hombres como Gallegos Lara, conscientes de su misión histórica y su rol de escritor, no temen sino que la descubren y vitalizan”.

El poeta y crítico de arte Jorge Guerrero, en ese mismo año, afirma: “Creemos que la novela de Gallegos Lara será duradera; está hecha con amor y rudeza, con dolor y rebeldía, sentimientos y maneras que, superando lo puramente literario, hacen que la obra escrita sea valedera ahora y siempre”.

“Las cruces sobre el agua” es todo lo que se ha afirmado en los párrafos anteriores; pero, sobre todo, es una valiente y patética denuncia sobre la brutal represión ejercida contra el pueblo de Guayaquil, obreros, artesanos, empleados, que fueron asesinados cobardemente por la soldadesca envilecida que “cumplía órdenes superiores”. Las víctimas de la masacre fueron lanzados al Río Guayas, para ocultar las evidencias. Desde entonces, las gentes humildes, el pueblo guayaquileño, cuando llega el l5 de noviembre lanzan sobre la Ría unas cruces negras iluminadas con velas, demostrando que aun está viva su solidaridad y su protesta.

“Las ligeras ondas hacían cabecear bajo la lluvia las cruces negras, destacándose contra la lejanía plomiza del puerto. Alfonso pensó que, como el cargador le decía, alguien se acordaba. Quizás esas cruces eran la última esperanza del pueblo ecuatoriano”. Este es el párrafo final de la novela.