Aquí están los cuadros, en las bodegas de embarque, listas para viajar, como un secreto a develarse el próximo 26 de mayo, en el The Armony Hall. Luego el 30 de mayo en el Stone Henge Village, y desde el 2 hasta el diez de junio en el Consulado Ecuatoriano en New York.

La obra en sí, cualquiera sea su expresión, es un sueño compartido por nosotros, es descubrir las huellas por la tarde de nuestros pasos en la húmeda arena y volver a caminar hoy, cuando se discute de mercados financieros y no sobre principios ideológicos. Se habla de territorios, de materias primas, de marketing. Ideas religiosas y populistas permiten la aparición de nuevos caudillos y gobiernos con pretensiones mesiánicas; son tiempos de oscuridad intelectual, de calentamiento global, de hambruna, pese a que los métodos de producción son más efectivos que hace 30 años.

Nos hemos acostumbrado a espectar el dolor ajeno, la injusticia, sin sentir remordimiento alguno. No sólo en el sur está el hambre, o la insatisfacción en el norte: está en nuestros corazones. Se ha vuelto usual cultivar malas noticias, presagios y no sembramos una semilla para cosechar la esperanza; vivimos el efímero presente, el instante y sus innumerables opciones; nada interesa más allá de nuestras narices: es hoy y no otro día. Es el espacio del ego, del culto a la persona, del brillo y las luces ante las cámaras: ser segundo es sinónimo de fracaso. La luz del primero es suficiente para iluminar nuestros torpes pensamientos; los demás puestos opacan.

La creación es lo único que nos salva de nuestra miseria interior, el espíritu de la pasión agitándose en los libros, en un cuadro anónimo, en una escultura sin manos o sin rostro; es el olvido.

Las obras de Pedro Herrera tratan justamente de retratar este mundo, no de rescatarlo, y de darle movimiento en el espacio. Son una radiografía de nuestra indigencia, grandeza u opulencia para proyectarlas al futuro. No hay espacio en ellas para los colores tenues, aquí todo es sensualismo, voluptuosidad, un torrente de imágenes que van como un río bajo la lluvia arrastrando cuanto halla a su paso: es el conflicto diario del artista por salir de ese mundo de monotonía, complicidad y obediencia.

No inventa códigos, se sirve del lenguaje conocido para encontrar el suyo. Incorpora en sus trabajos todas las formas de creación posibles: el trazo a mano, el óleo, la fotografía, la sobreposición de imágenes, la abstracción, manejadas por un illo tempore, cualquiera sea su estado: pasado, presente o el que está por consumirse.

Entrar allí es descubrir nuestros sueños e iniciar el suicidio. Son frutos de esta nueva generación planetaria, globalizada, con su forma original de decir que en el sur también estamos vivos. ¿Quién, sino el tiempo, puede determinar la validez de una propuesta, o apreciar en su magnitud la genialidad de una obra? Hoy nos alimenta la satisfacción de saber que Pedro Herrera expone sus obras en New York.