Por definición el Congreso debía ser el ágora política de discusión para todos los problemas e intríngulis del país. Nada debe sustituirlo ni pretender hacerlo porque entonces ¿para qué pagamos a 120 individuos? Con la pobrísima excepción de algo más del 10% el Parlamento peruano está lleno de débiles mentales, cabilderos vulgares, mediocres de corazón y burros de vocación indiscutible. El actual cuerpo de legiferantes es casi igual o hasta peor que cualquiera de los fujimoristas.

A la ciudadanía mayoritaria no le interesa el Acuerdo Nacional o lo que así ha dado en llamarse. No representa a nadie porque sus integrantes son notables por la orfandad de respaldo popular. No es más que un pretexto intelectualoide para dar trabajo a ciertos panzones petisos cuya única facultad consiste en ser adulones de baja estofa. Pero ¡oh sorpresa! con fondos que provienen ¡una vez más! de los impuestos que pagan todos los peruanos. La pregunta deviene buida como directa: ¿Acuerdo Nacional o mamarracho patético?

En los últimos 25 años se han institucionalizado formas alternativas a los gobiernos. Lo que éstos no podían acometer o manejar se canalizaba a través de organizaciones no gubernamentales. Se inventaron un lenguaje social prudente para no parecer asistencialistas; zamarro para persuadir a los foráneos que se hacía obra en bien de los más pobres; y entonces comenzaron a aparecer los miles de folletos, foros, charlas, talleres y demás nombres para justificar el uso del dinero externo. Es cierto que hay ONGs respetables y que aún recuerdan los principios fundamentales para lo que fueron creadas. Pero también es verdad inconcusa que bajo su manto protector de dólares y sinecuras se esconden los professional beggars, vivos y pícaros que viven bien, demasiado bien, hablando en nombre de los pobres y desposeídos a quienes jamás consultaron ni han hecho parte medular de su estafa política.

¿Por causa de qué cada vez que el gobierno tiene problemas (y los tiene con frecuencia rayana en la locura) se convoca al AN? Por una simple razón: hay quienes convencen al mandatario Toledo que esa es una buena forma de enfriar el ambiente que está hirviendo de rabia y frustración. Además -dicen los burócratas gordos- hay que nombrar a un secretario técnico de alto nivel (¿quién mide esa caprichosa calificación?) y dotar de presupuesto a los equipos que trabajarán en él. La idiotez no puede ser más chabacana.

Si los partidos políticos fueran apenas algo más que agencias colocadoras de empleos, entonces hasta se podría imaginar la posibilidad de exigir a los parlamentarios más acción y más pantalones en la cosa pública. Pero eso es, hoy por hoy, imposible.

Nótese, el AN es básicamente un poema de buenas intenciones y grandilocuencia trillada de lugares comunes. El que en la vida práctica no exista, no truene, ni suene, para nada afecta la vida del peruano común que poco o casi nada sabe de semejante engendro burocrático. Es una maroma de trapecista acostumbrado al pago aunque dé un pésimo espectáculo. Una nadería en un país en que al idiota se llama analista y al adulón, consejero.

Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.