Julio Fernández Baraibar [1] invita a dar la batalla cultural por la II Independencia de la Patria Grande. Esa tarea jamás asumida por la izquierda tradicional y menos por la gauche progre –entre otras iniciativas- supone elaborar un texto escolar común de Historia de Suramérica para la enseñanza y el aprendizaje. Es importante desaprender una Historia Patria desmembrada y desmembradora que ha sido, por dos siglos, un surtidor de rencores y revanchismos y cuya meta es acentuar las diferencias negando u opacando las congruencias en cuanto al origen y trayectoria de estos pueblos que integran un solo bloque sociocultural. Incluso los manuales bautizados como de «Historia de América» han sido una suerte de acumulación de historias locales. Piénsese, por ejemplo, en la de Diego Barros Arana y en la de Luis Alberto Sánchez. Hay ensayos como el de Dardo Cúneo y tratados magnos como “Historia de la nación latinoamericana” de Ramos, pero no están adecuadas para el quehacer de aula.
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La inexistencia de un texto escolar como el propuesto deriva del afán de nuestros países de imaginar que el origen de cada uno –amén de singular– está en la gesta emancipadora. Ese 1810 ha sido funesto porque por encenderle tantas velas, rodearlo de excesivo boato y conferirle descomunales decibeles opaca las etapas que la preceden. Esa prehistoria indígena y esa protohistoria peninsular no ameritan suficiente estudio. Menos las epopeyas del descubrimiento y la conquista. Tampoco esa fase estimada «tenebrosa» y mal llamada «colonia». Los plumarios de la Independencia dan luz verde a la leyenda negra. Difunden una campaña hispanofóbica y, al mismo tiempo, indigenista. Ello permite asociar Imperio con imperialismo y colonia con colonialismo y tres siglos germinales XVI, XVII y XVIII como una especie de oscura Edad Media.

La interpretación falaz de la hispanización engendra complejo de inferioridad. Recuérdese el estereotipo del conquistador genocida, expoliador, aficionado a la holganza y al látigo, progenitor del latifundio y la explotación del hombre por el hombre. Tal personaje funda instituciones arcaicas y genera una sociedad atrasada. Esa imagen genera frustración y la pesadumbre por no haber sido colonizados por Holanda o Inglaterra. A renglón seguido, junto con glorificarse a Atahualpa o Lautaro brota el desprecio por la indígena. Es un ayuntamiento extraño –en nuestro caso– entre la admiración y la ira. Furia porque el aborigen representaría la pereza, la borrachera y la fealdad. Así el texto por omisión o torcida interpretación deteriora la imagen de la Hispanidad en nuestro suelo. No sólo eso, también lo autóctono es objeto de descalificación racista.

Está claro que ese texto escolar y la lección no son lo único. La sociedad entera está impregnada de ambas fobias. El aula sólo las legitima. El adagio aplicable es «repite una mentira mil veces y se convierte en una verdad». Esta verdad entre comillas, es decir, la leyenda negra denigratoria es la que empuja –por ejemplo- a despojar al centro de Lima de la estatua de Francisco Pizarro y a México a enorgullecerse de no disponer de ningún monumento a Hernán Cortés. También, por cierto involucra esa incompetencia para borrar esa usurpación de gentilicio que supone bautizar como «indios» a nuestra población precolombina y hasta restringir eso de «antepasados» sólo a esos pueblos sin considerar que también lo son aquellos soldados ibéricos.

Los textos escolares y el imaginario de los docentes en el siglo XIX y XX reflejan lo anotado.
Al negarse los orígenes vernáculos y africanos se acentúa una pueril convicción blanquista. El mestizaje se enseña sin conferirle su exacto significado y volumen. Al insistir, sobre todo los docentes básicos, en el triangular esquema de las razas –sin ofrecer otra opción– da matrícula de blancos a los millones de alumnos iberoamericanos. La suma de estos datos de naturaleza tan diversa, pero que combinadamente apuntan a generar oscuridad, menosprecio, distorsión o desconcierto respecto a nuestro ayer confluye a un gigantesco delta pantanoso: la crisis de identidad. Nuestra labor como docentes es atenuarla o suprimirla.

A lo anotado se debe añadir que la docencia de la Historia Patria se instrumentaliza –junto con efemérides, emblemas, himnos- para generar lo denominado «conciencia de patria». A ello contribuye de modo poderoso la docencia del cuartel a través del Servicio Militar Obligatorio. Allí surge otro factor no menos pernicioso: la acentuación de las querellas fronterizas y la exhibición de mapas truchos. Se exhorta a visualizar a los vecinos como extranjeros: enemigos de ayer, de hoy y de siempre. Se subvalora o desconoce el mestizaje, se desprecia las fuentes matrices de la macronacionalidad. A este «guiso» mefistofélico se añade ahora recelo, desprecio y odio al pueblo vecino y se enseña, por ejemplo, que Argentina nos usurpa la Patagonia callando que los chilenos del siglo XIX despojamos a Bolivia de Antofagasta y Tarapacá y Arica son ex comarcas peruanas.

Un texto escolar de Historia Suramericana tendrá que exaltar aquello vinculatorio comenzando por las fuentes comunes de la nacionalidad. No sólo lo amerindio y peninsular, sino también lo africano. Los mapuches están –al igual que los diaguitas– y vinculan, por sobre la Cordillera a Chile y Argentina. La gesta descubridora de Almagro liga a Andalucía, con Perú y Chile. La Conquista -por sobre lo bélico- es el mestizaje y la evangelización. "La Araucana» del españolísimo Ercilla es el texto sobre el cual juran emancipar Suramérica de la Corona los discípulos de Francisco de Miranda. El mismo O’Higgins –para los actuales textos– se transforma en mármol, granito o bronce apenas abdica. Sin embargo, posee activa vida política en Perú y Bolivia en el ostracismo y durante 20 años. Los nexos entre Chile y Argentina son innumerables no sólo por el Ejército Libertador de los Andes, sino también por el ABC de Perón. Este tipo de datos, una investigación ajena al chauvinismo, los multiplicaría hasta el infinito.

El desafío es elaborar un manual que nos presente tal cual fuimos y somos: una totalidad en que predominan las concordancias y las diferencias son pequeñas. Ya veremos cómo conseguimos se imponga su uso en las aulas y cómo se funda la asignatura respectiva. Si se exponen las congruencias se redacta un texto que apunta a la integración. Si se exaltan los conflictos se acentúa el aislamiento. Eso es tan elemental que hasta en el seno de una parentela es verificable. Cada familia educa a los retoños en el odio, el desprecio y el recelo respecto a «los otros». Tales no serían «nosotros». A la inversa, se puede educar en el afecto, el respeto y la cooperación. Entonces se produce lo inverso. Imposible discutir lo anotado, aunque –según anota Chesterton– «el sentido común es el más escaso de los sentidos».

Dos ejemplos, recientes: el Ministerio de Educación de Taipé instituye la asignatura de Historia de Taiwán en oposición a la clásica asignatura de Historia de China. Protesta Pekín. Aquí, sin embargo, se instrumentaliza la educación formal para legitimar la secesión. Historiógrafos y docentes inauguran esa política educativa en manuales escolares apenas culmina la Independencia. Resultado: de un continente se hace un archipiélago en lo psicocultural. Cada «familia», es decir, cada república educa en el etnocentrismo y la «parentela» es una multitud de enemigos si son limítrofes y de extranjeros si distantes. Los separatistas «vencen». No les basta, requiere legitimarse y entonces «convencen». Instrumentos: en lo sistemático, el docente y el texto. En lo ambiental, la prensa, la radio y ahora la TV.

Contrario al caso taiwanés es la situación europea. Hace medio siglo se funda la UE. Entre las iniciativas, con motivo del cincuentenario, que propone la ministro de Educación de la RFA figura publicar un texto escolar de Historia de Europa. Eso en un continente con múltiples lenguas, varias religiones e infinitas etnias. Sin embargo, París con De Gaulle y Bonn con Adenauer optan por la cooperación. Vencen en la esfera de lo político y económico. Ahora se requiere anclar en el alma de millones de infantes y adolescentes la noción identitaria de Europa. A eso obedece la iniciativa de aquel manual que se debe elaborar «sí o sí». ¿Por qué aquí no se podría? El Instituto “Manuel Dorrego” de Revisionismo Histórico brinda la opción de librar la batalla cultural a que invita Fernández Baraibar proponiendo ese Texto Escolar de Historia de Suramérica.

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[1Julio Fernández Baraibar es un brillante periodista argentino, militante comprometido con la cultura y la unidad continental. Le visité en su despacho de la calle Riobamba, Buenos Aires, pocos meses atrás, y el cúmulo de actividades en que está como dínamo imparable, no impidieron que juntáramos opiniones y destinos. (hmr).