Izquierda: George W. Bush, presidente de los Estados Unidos. Derecha: José Saramago, escritor portugués y Premio Nóbel de Literatura.

El Estado es la forma superior de la moralidad.
«Política», Aristóteles

La carrera política y empresarial de George Walker Bush, hijo del director de la C.I.A. y, más tarde, 41º Presidente de los Estados Unidos, George Herbert Walker Bush, se encuentra narrada y documentada con minuciosidad y precisión en el libro de James Hatfield para el que estas palabras van a servir de modesto prólogo.

Pertenece al dominio de lo obvio que de una presentación como ésta (asumo la redundancia) nadie espera más que lo que la propia obra va a decirle. En general, lo que los prólogos hacen (y éste sólo confirma la regla) es simular que abren una puerta que ya estaba abierta... Siendo así, mi sincero consejo al lector interesado en conocer los avatares y caminos que acabaron sentando a George Walker Bush en el trono imperial y colonial de la Casa Blanca, es que se salte estas líneas sin pensárselo dos veces y entre directamente en el asunto.

Al lector fuera de lo común que, pese al consejo, haya decidido entretenerse unos instantes en estas páginas, me permito dejar aquí, en señal de gratitud, como resumido vademécum del ilustrativo viaje que va a iniciar, la relación de algunas de las principales etapas que marcaron la vida y milagros del actual (y fraudulento) presidente de Estados Unidos de América del Norte, George Walker Bush, a quien los amigos, en el tiempo de la juventud (y quién sabe si todavía hoy), llamaban cariñosamente W. Y como, según las mejores biografías autorizadas, George Walker, igual que Saulo cayendo del caballo en el camino de Damasco, recibió de las alturas la iluminación de la gracia que, en su caso, le hizo dejar el alcohol y arrepentirse de la vida disoluta en que se le estaba perdiendo el alma, me voy a permitir, tomando como piadoso ejemplo las estaciones del vía crucis cristiano, enumerar algunos pasos de la peculiar vía triunfalis que, por ser el hijo mayor de su señor padre, le habría de conducir hasta el ombligo del mundo, más conocido como Despacho Oval.

Helas aquí: En una primera estación se muestra hasta qué extremo influyó el peso político y empresarial paterno para que George W. fuese admitido y obtuviera diplomaturas en las universidades de Andover y de Yale; en una segunda estación se explican las maniobras y los artificios de que George W. se sirvió para que lo situaran en el número uno, de una lista de espera de miles, para inscribirse en la Guardia Nacional de Tejas y de esa manera tener una razón para no ir a la guerra de Vietnam; en la tercera estación se destapa el engranaje financiero con que fueron reflotadas las compañías petrolíferas de George W. cuando estaban al borde de la quiebra; en la cuarta estación se aclara el laberíntico proceso de venta de las acciones de la Harken Energy Corporation; en la quinta estación se describe la operación de adquisición del equipo de béisbol Texas Rangers y como la posterior venta de su parte (pese a ser minoritaria) hizo de George W. un multimillonario; finalmente, en la sexta y última estación se analizan en pormenor las campañas que, en dos ocasiones, elección y reelección, colocaron al hijo predilecto de George Herbert Walker Bush en el gobierno del estado de Tejas, el último escalón que le faltaba a W. para que, un día, ojos desafiando ojos, dispuesto para desenfundar el Colt de la pistolera, como en O.K. Corral, pudiese lanzarle a la cara de la estatua de Abraham Lincoln estas palabras que, en su boca, suenan como un insulto: «Yo también soy presidente de los Estados Unidos».
Presidente de los Estados Unidos, sí, pero gracias al fraude, a la mentira, a la manipulación.

Peor aún que todo esto, y hablando alto y claro: George Walker Bush llegó a la presidencia de su país por obra de un golpe de estado perfectamente caracterizado, al que sólo le faltó el habitual retoque militar, aunque no, ciertamente, la aquiescente benevolencia del Pentágono.

La acción conjunta (y concertada) de cinco jueces de derechas del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, del gobernador de Florida, Jeb Bush, hermano del candidato republicano, y de la mayoría abrumadora de los medios de comunicación social norteamericanos, con especial relevancia los informativos de televisión que, «controlados por las grandes corporaciones industriales y financieras, difunden la opinión directa del Estado-empresa», tuvo como consecuencia una de las más ignominiosas y descaradas usurpaciones de poder que los tiempos modernos tuvieron la desgracia de atestiguar.

El mundo asistió estupefacto a una exhibición de prestidigitación política que ha dejado para siempre en la sombra las artes manipuladoras de otro presidente norteamericano, Richard Milhous Nixon, aquél que entró en la Historia de los Estados Unidos con el expresivo apodo de Dick Trick, que significa algo así como embustero, farsante, impostor, tramposo (dejo al lector que elija el término que considere más adecuado).

Me pregunto cómo y porqué Estados Unidos, un país en todo tan grande, ha tenido, tantas veces, tan pequeños presidentes...
George W. es quizá el más pequeño de todos. Inteligencia mediocre, ignorancia abisal, expresión verbal confusa y permanentemente atraída por la irresistible tentación del disparate, este hombre se presenta ante la humanidad con la pose grotesca de un cowboy que hubiera heredado el mundo y lo confundiera con una manada de ganado.

No sabemos lo que realmente piensa, no sabemos siquiera si piensa (en el sentido noble de la palabra), no sabemos si en realidad no será un robot mal programado que constantemente confunde y cambia los mensajes que lleva grabados en su interior. Pero, honra le sea dada al menos una vez en la vida, hay en George Walker Bush, presidente de Estados Unidos, un programa que funciona a la perfección: el programa de la mentira.

Él sabe que miente, sabe que nosotros sabemos que está mintiendo, pero, por pertenecer a la tipología de comportamiento del mentiroso compulsivo, seguirá mintiendo aunque tenga delante de los ojos la más desnuda de las verdades, repetirá la mentira incluso después de que la verdad le haya estallado ante su mismo rostro.

Mintió para hacer la guerra contra Irak como ya había mentido sobre su pasado turbulento y equívoco, es decir, con la misma desfachatez. La mentira, en George W., viene de muy lejos, la trae en la masa de la sangre. Como mentiroso emérito, él es el corifeo de todos los mentirosos que lo han rodeado, aplaudido y servido como lacayos durante los tres últimos años. Ahora son menos los yes men, pero todavía sueltan sus gorgoritos embaucadores.

No había armas de destrucción masiva en Irak, las que existieron fueron destruidas tras la guerra del Golfo, en 1991. Pero Anthony «Tony» Blair y José María Aznar, los tenores preferidos de George W., continuaron, en su santo nombre, dándole vueltas al gastado y rayado disco de la amenaza que Sadam Hussein representaba para la humanidad...
George Walker Bush expulsó la verdad del mundo para, en su lugar, inaugurar y hacer florecer la edad de la mentira.

La sociedad humana actual está impregnada de mentira como de la peor de las contaminaciones morales, y él es uno de los mayores responsables. La mentira circula impunemente por todas partes, se ha erigido en una especie de otra verdad.

Cuando hace algunos años un primer ministro portugués, cuyo nombre por caridad omito aquí, afirmó que «la política es el arte de no decir la verdad», no podía imaginar que George W. Bush, tiempo después, transformaría la chocante afirmación en una travesura ingenua de político periférico sin conciencia real del valor y del significado de las palabras.

Para George W. la política es, simplemente, una de las armas del negocio, y, tal vez la mejor de todas, la mentira como arma, la mentira como vanguardia de los tanques y de los cañones, la mentira sobre las ruinas, sobre los muertos, sobre las infelices y siempre frustradas esperanzas de la humanidad.

No es cierto que el mundo sea hoy más seguro que hace tres años, pero no dudemos de que sería mucho más limpio y tranquilo sin la política imperial y colonial del presidente de Estados Unidos de América, George Walker Bush, y de cuantos, conscientes del fraude que estaban cometiendo, le abrieron el camino para la Casa Blanca. Después de dispararle un tiro a Abraham Lincoln.

José Saramago y Pílar del Río.

© Foto Paco Sánchez

Traducción del portugués: Pilar del Río.
Este prólogo apareció originalmente el día 3 de noviembre 2004, fecha en que se lanzó al público en Madrid (España) y en presencia del premio Nóbel, la obra del fallecido periodista norteamericano James Hatfield: «El Nerón del Siglo XXI, George W. Bush presidente».
Ese mismo día, la prensa mundial informaba que George W. Bush vencía ampliamente al candidato demócrata John Kerry y gobernaría cuatro años más en los Estados Unidos.