Ahora me doy cuenta de que un libro que andaba buscando desde algún tiempo atrás se me escondía. Me refiero a un manual que se titula Pensar como Leonardo Da Vinci. En uno de esos tránsitos habituales por la habitación atiné a mirar hacia el librero y, en un momento de descuido, atrapé el volumen. Lo extraje dejando atrás una huella de fino polvo producto del maquillaje de abandono que se había puesto para enmascararse. Pregunté en voz alta cómo pudo esconderse durante tanto tiempo pero, inmutable, se hizo el que no escuchó. Aprovechando su aparente desinterés empecé a hojearlo (de hoja) y a ojearlo (de ojo). Con la hache y sin la hache empecé a recorrer sus páginas buscando algún secreto del genio italiano que pudiera ayudarme a entender muchas de sus creaciones y descubrir cómo llegan los sabios a concretar sus genialidades.

Los seres normales vivimos intrigados sobre cómo arriban a sus conclusiones aquellas mentes privilegiadas que ha parido la humanidad. Dentro de nuestras limitaciones no alcanzamos a comprender cómo resuelven problemas imposibles con una simplicidad aparente que nos saca de quicio. Ellos inventan máquinas y aparatos que han impulsado a la humanidad a nuevas eras. Por estar tan equivocados como para creer que la creación es cosa simple, las personas comunes buscamos en sus obras recetas mágicas o métodos infalibles que nos guíen hacia el éxito fácil y la victoria inmediata. Nada más falso porque la ley del mínimo esfuerzo nunca funcionó en Da Vinci ni en alguno como él a lo largo de la historia.
No obstante, mi búsqueda de la fórmula mágica de la facilidad para alcanzar los imposibles no cesaba hasta que leyendo, subrayando y tomando notas creí desbrozar el trillo del pensamiento de Leonardo hasta reducirlo a una simplificación del escaso tamaño de mi cerebro. ¿Cuál es el problema? preguntaba el genio cuando se enfrentaba a cualquier complicación. ¿Cuáles son los temas que subyacen y le dan origen? Al darse a sí mismo una respuesta clara el genio pasaba a preguntar: ¿Cuáles prejuicios podrían estar influenciando mi percepción? Es decir que empezaba a cuestionar sus conocimientos y sus condicionantes fruto del medio en que vivía, los cuales podían llevarlo a que se le nublara el entendimiento.

Leonardo no se quedaba en el presente y cuestionaba qué pasaría si el problema fuera solucionado. ¿Cuáles otros problemas consecuencia de la solución de éste podrían aparecer en el escenario? Para el genio estaba claro que el equilibrio del mundo y de la sociedad se rompe cada vez que se soluciona un asunto. Al quebrarse el sentido y la dirección de las fuerzas éstas tienen que readecuarse de inmediato para constituirse en una nueva ecuación que, quizás, no haya necesidad de buscarle una respuesta en breve plazo. Para descubrir la solución del problema original y estar preparado para la nueva contradicción que surgiría Da Vinci buscaba en su memoria alguna metáfora de la Naturaleza que pudiera ser usada en el análisis para esclarecer el enfoque. No escapaba a su inteligencia que el ambiente que nos rodea es la perfección de la dicotomía entre el equilibrio y el desequilibrio, entre la estabilidad y la inestabilidad de las fuerzas que actúan.

Seguí leyendo y buscando la receta mágica que descubriría el método del genio para conocer y resolver los problemas y sólo hallé preguntas y más preguntas. ¿A quién le importa el problema y a quién afecta, quién lo creó? ¿Qué y quién lo hacen eterno si no se interfiere en su funcionamiento? ¿Dónde empezó y hacia dónde no había mirado el genio para no percibir que existía el inconveniente a ser solucionado? ¿Por qué son importantes el problema y la solución, dónde se iniciaron y por qué continúa existiendo? Así fui encontrando preguntas y más preguntas que necesitaban respuestas. Respuestas que sólo serán encontradas si nos damos cuenta de que el mundo es eternamente cambiante y que la genialidad reside en identificar las necesidades que nos obligan a buscarles solución. Y entonces entendí que lo genial de Leonardo residía en, primero que todo, entender la necesidad, la madre de todos los inventos. Todo lo demás sería consecuencia de aquello.