Cuando el ex ministro Hommes declaraba hace unos años, que la fusión del ministerio del medio ambiente con el de desarrollo, obedecía a: “que no había donde más ponerlos” dejaba entrever las arcaicas ideas del régimen uribista respecto al medio ambiente. La fusión de ministerios solo despertaron algunas voces de ex-ministros, que tal vez motivados por su nostalgia de poder, la criticaron como improvisada.

Ante esta fusión, la pregunta que se haría cualquier desprevenido es ¿qué sucedió con el movimiento ambientalista colombiano? ¿por qué no protestó?

La respuesta demanda precisar la existencia del movimiento ambiental en estas tierras, donde con evidencia sí existen dinámicas de campesinos, indígenas, negros o sectores populares en luchas ambientales, que implican la defensa del territorio, el control y el acceso a recursos o el derecho al disfrute del paisaje. Movimietnos que con certeza no se ven como movimientos ambientalistas, ya sea por su memoria histórica o por su perspectiva de clase.

Entonces, ¿dónde está el movimiento ambiental? Algunos lo definen como un grupo de “pequeños burgueses mezquinos y egoístas agrupados en oeneges”, que replican los discursos del movimiento de los países «desarrollados». Grupos y oeneges que adoptan planteamientos, formas de acción e ideologías de otros contextos históricos y políticos, identificándose con organizaciones internacionales, como greenpeace o amigos de la tierra, tal vez motivados también por la captación de dineros.

Aunque no se puede negar la burocratización de algunas organizaciones no gubernamentales, sobresaliendo por lo mucho que han utilizado al “movimiento ambientalista” a beneficio propio, como la de “mister thinner” (reconocido en el medio por su capacidad de disolver cualquier colectivo o acuerdo), tampoco se puede negar la existencia de organizaciones y vidas de ambientalistas dedicadas, con trabajo serio por la construcción de dinámicas por la apropiación y la defensa del ambiente.

Vidas y organizaciones que aspiran a mucho más que cargos públicos. Donde tal vez su defecto descansa en sus ambiciosos planteamientos, que implican y tratan de construir nuevas maneras de relacionamiento con la naturaleza y entre los seres humanos. Aspiraciones que pasan necesariamente por la crítica al capital, por el cuestionamiento al consumismo y el derroche que promueve el sistema. Como también otros que consideran avanzar desde el estado en reformas institucionales que busquen la racionalización del manejo de los recursos naturales, aunque hayan validado en ocasiones su explotación.

El movimiento ambiental colombiano ha intentado verse a si mismo, en varios momentos, desde distintas perspectivas. Especialmente en la década de los años noventa, pensando generar desde perspectivas distintas formas de relacionamiento y acercamiento, generando espacios de reflexión e incidencia que salieran del plano local o de reivindicaciones puntuales, hacia la construcción con perspectiva nacional, estructural, y estratégica. Para desgracia del propio movimiento, las caraterísticas de las organizaciones impulsoras, oeneges dependientes de recursos basados a su vez en su reconocimiento internacional, urgidas de controlar los escasos espacios de interlocución con organizaciones internacionales -y que veían en la consolidación de un movimiento una amenaza a su legitimidad-, minaron las posibilidades de pensar en un colectivo ambientalista nacional, así fuera organizado desde estructuras horizontales.

El movimiento ambientalista en Colombia de todas maneras cuenta con valiosas y valientes experiencias en varias regiones del país, que desgraciadamente han estado invisibilizadas. Experiencias que ha pesar de las limitaciones de recursos han detenido proyectos que atentan directamente contra las formas de vida y las adaptaciones al entorno en regiones enteras, construyendo, incluso, nuevas formas de organización y manejo del poder.

Mientras que la nebulosa “membresía” del movimiento ambiental sigue siendo usada como trampolín para aspirar a cargos públicos, aunque en su quehacer, se haya caracterizado más por la mezquindad o el oportunismo, en un franco desprecio por la construcción de política en el sentido más serio.

La aplanadora política del actual régimen deja cada vez menos espacios a las propuestas alternativas, y pensar en ambientalismo desde la crítica al sistema será considerado tarde o temprano como subversivo.

El momento político que vivimos permite esperar la legitimación de una nueva clase dirigente con un oscuro pasado, creándose la antesala para la agudización de la crisis del ambiente en Colombia. Bastará recordar los monocultivos de palma africana, el desplazamiento entero de comunidades afro e indígenas, la multiplicación de cultivos ilícitos y sus consiguientes fumigaciones, la legitimación de modelos intensivos de extracción de recursos naturales como el petróleo o el carbón, la privatización de lo que el capital entiende como servicios ambientales, el paulatino confinamiento de la población colombiana en ciudades con sus conflictos inherentes, entre otros.

Los retos no son pocos. El ambientalismo debe abordar temas que superen su terminología monástica, y empiecen a plantear el ideario en una perspectiva popular, con planteamientos sencillos y contundentes. La burocratización de las ideas y de algunos ambientalistas, solo puede superarse con creatividad y audacia, empezando por un fuerte replanteamiento ético y moral, que nos prevenga de los vicios del “movimiento ambiental”. Las luchas ambientalistas partirán desde una nueva concepción del individuo, pero del individuo de carne y hueso, de a pie, que se salte de los panfletos y empiece a pensar y a hacer de otras maneras, comprometido con un proyecto histórico. El debate está abierto, el trabajo es inmenso… es hora de juntar las manos.