Declarada «patrimonio de la humanidad» por la Unesco, por sus valores arquitectónicos e históricos, Cartagena se ha reducido a puerto de buen destino turístico. Así la muestran ante el mundo. Siempre alegre, hermosa e histórica. Pero el drama que acumula es inmenso. El invierno ha servido para que salga a flote la ciudad no visitada ni difundida ante el mundo: la negada, la excluida. Es evidente, hay dos cartagenas: la turística y la cotidiana. La central -de los hoteles y discotecas- y la periférica -la conformada por barrios miserables, la del Pozón, el Policarca, el Nelson Mandela y decenas de otros, donde sus habitantes viven del rebusque tradicional o de la pesca en la ciénaga de la Virgen.

700 mil marginados

Numerosas ciudades colombianas han visto rotos sus límites internos por la llegada de miles de desplazados. Son los hijos del conflicto armado, que silenciosamente se van acomodando al borde de carreteras o en las periferias de las ciudades. Cartagena es una de estas, capital del departamento de Bolívar, es destino preferido de los sobrevivientes de las batallas o las masacres que se viven en este departamento y en los vecinos.

Pero no sólo es fruto de esto. También son producto de la aplicación de un modelo económico enfocado únicamente al desarrollo de macroproyectos de infraestructura básica destinados a satisfacer las necesidades de la ciudad turística y portuaria. Un modelo alimentado por los intereses que se mueven en sus barrios ricos, en las salas del Congreso nacional o en pasillos de la Casa de Nariño. Un modelo que no se pregunta por quienes habitan la ciudad. De ese juego de intereses emana una política urbana que rompe la misma ciudad, su historia y su vitalidad. Se consolidan así, dos ciudades, la de mostrar, la del espectáculo, la de vender como centro de placer, y la que viven o padecen sus mayorías, más de 700 mil personas que habitan la cuenca de la ciénaga de la Virgen, las faldas de la Popa y los sectores aledaños a la zona industrial de Mamonal.

Como en otras ciudades del país, esta parte de Cartagena, la suroriental, ha sido construida por sus habitantes ganándole terreno a la ciénaga de la Virgen. Son 350 hectáreas en las que nativos y desplazados han construido sus viviendas con la basura que desecha la gran ciudad.

Estos pobladores ribereños viven de la ciénaga en un 70 por ciento, pescando y recogiendo moluscos. Hay por lo menos 70 mil familias dedicadas a estas faenas. El estuario amortigua el hambre y la exclusión, pero la amenaza de envenenamiento de sus aguas y la extinción de los manglares y de la vida acuática es inminente: las aguas cada día son más salinas, debido a la falta de las corrientes de aguas dulces que mantienen el equilibro en la ciénaga.

Como si estas dificultades no fueran suficientes, ahora sus pobladores tienen que enfrentar los desalojos por la construcción de la vía perimetral. Aunque esta es necesaria para agilizar el transito en la ciudad, no se puede construir sobre el dolor de sus habitantes, otrora desplazados de otros municipios y veredas del departamento o de otras zonas de la costa atlántica. ¿Cuándo comprenderán los gobernantes que su función es servir a las mayorías, procurando su felicidad?

Dos siglos después de la heroica batalla por la independencia, Cartagena pide a gritos un modelo de justicia y bienestar propio, a la medida de sus habitantes. Es evidente. La inmensa mayoría de sus pobladores no necesitan más circo. Urgen pan. Requieren atención inmediata para salir de la miseria en que cada día se baten.

Las cifras del escándalo

La población de Cartagena promedia el millón de habitantes. Su tasa de crecimiento llega al 2,9%, mayor que el promedio nacional que es del 1,9%. A la ciudad llegan anualmente, alrededor de 5000 mil familias, buscando qué hacer y qué comer. Los mayores de 25 años son más de la mitad, lo cual crea una enorme demanda de empleo, servicios públicos, atención básica en salud y educación.

En 1998 el porcentaje de pobres por ingresos afectaba el 61% de sus habitantes. Para el 2002 esta cifra había aumentado al 75%. En condición de indigencia se pasó, en ese mismo período de tiempo, del 29% al 45%.

La tasa de desempleo es del 17,5% y la del subempleo del 13,5%. Los ingresos de los hogares dependen cada vez más del trabajo de las mujeres. Pese a esta realidad, la población sisbenizada sólo alcanzó el 27%. En los últimos cuatro años la participación de los niveles uno a tres del Sisben, se incrementó en todas las zonas de la ciudad.

La cobertura y la calidad educativa bajan cada año, muy a pesar de los esfuerzos que en este sentido se adelantan. El número de menores prostituidos registrados por las autoridades pasa de 2000. Hay más de 30 mil muchachos vinculados a las pandillas, es una forma de auto afirmación y reconocimiento frente a la exclusión social de que son objeto.

La red hospitalaria pública no existe. Los hospitales públicos no funcionan desde hace más de un año por falta de presupuesto y por la total falta de voluntad política para buscarle una solución. Los que funcionan no responden a las necesidades de la ciudad por su baja cobertura y por la precaria atención que prestan ante la falta de equipos e insumos.

No obstante esta realidad, conocida por las autoridades distritales, que en el año 2002 contrataron con la corporación Viva la Ciudadanía un estudio que mostraba estas cifras, así como su tendencia creciente. De no aplicarse de manera inmediata una política social estratégica dirigida a contrarrestar las causas que han originado tremenda emergencia social que amenaza con estallar en cualquier momento.

Opinión

Un modelo que no se detiene

Cada año, en su mes once, los medios de comunicación llenan sus espacios con la "noticia central": el reinado nacional de la belleza. Como si el signo nacional fuera la estupidez, todo se reduce a faldas, medidas de cintura, pinturas para ojos, sostenes, sonrisas postizas. Todo el país y Cartagena como centro, se convierte en un gran almacén. Hay que vender y qué mejor para ello que las mujeres. Este es el otro componente central que Cartagena a incorporado. Olvidando el sentido del 11 de noviembre (1), todo se ha reducido a espectáculo y apariencia.

El once de noviembre de 2004 las pasarelas y desfiles, aunque no fueron clausuradas, si tuvieron que opacarse.

Las inundaciones y el dolor de cientos de familias lo obligaban. La vida real de un pueblo salió a flote, demandando la solidaridad nacional. ¿Dónde se quedó esta? Y la solidaridad no es sólo que cada uno vaya al centro de acopio que monte cualquier Ong o la Cruz Roja a depositar su desecho, sino y por sobre todo la inversión extraordinario del gobierno nacional. La solidaridad nacional, en este caso, es la respuesta urgente, prioritaria, del gobierno central con una población que sufre una calamidad.

Como todo el país lo vio, pudieron más los intereses de ciertas empresas que los cientos de familias anegadas. El reinado no fue desmontado. Los millones entregados para salvaguardar a las familias que lo perdieron todo no llegaron y el gobierno nacional no se concentró en la región para solucionar lo evidente. Claro, aquí no son útiles ni oportunos los consejos de gobierno.

Ahora viene lo peor. Recuperar lo poco que se tenía. Levantar de nuevo el techo. Enfrentar las enfermedades. Sin duda, se requieren muchas voluntades comunes para lograr que la "Ciudad Heroica" haga honor a su nombre.

1. El 11 de noviembre de 1811, a las 11 a.m., Cartagena, "El corralito de piedra", se declaró ciudad independiente de España. La Corona trató de recuperarla y la sitio: más de cien días sin poder ingresar alimentos ni salir personas, no fueron suficientes para doblegar la voluntad de sus gentes.