Ya nada está en su sitio. Las carreteras dispuestas como tablas de pasarela automovilística sobre un escenario bucólico de tierras grises, son ahora trincheras amenazantes de unas multitudes indias que han convertido la geografía y el tiempo en estrategias de asedio histórico a una patria y a un Estado que nunca fue de ellos.

Los indios, pensados y deseados como complacientes cargadores y esquivas sirvientas, hoy han entrado al Parlamento y parece que quieren quedarse allí para siempre. Detrás de cada rostro cobrizo ya no se halla el suplicante y servil indígena sino el indio insurgente de piedra en mano que tienta a ser Presidente. El fantasma de Katari y Willka ronda nuevamente la plaza Murillo.

Nada de esto es gratuito. Es posible apilar en montañas los sueños, los cadáveres y las luchas que conducen a la actual presencia india en la vida política. Frente a lo que sucedía hace 5 ó 20 años, se ha hecho mucho, pero aún es insuficiente y todo este ímpetu alcanzado no puede detenerse antes de haber promovido una radical reforma del Estado.

Desearse como soberano

La efectividad de la dominación radica en que su huella se imprime en los propios cuerpos de los dominados a tal punto que son ellos mismos los que reproducen, sin desearlo ni pensarlo, la propia estructura de su dominación. El indio, y en general la plebe laboriosa, como sujetos colectivos producidos por la dominación colonial a excepción de particulares momentos de rebelión social y simbólica, no escapan a esta fatal dialéctica de la opresión. Ellos son la inmensa mayoría que trabaja y produce toda la riqueza que sostiene al Estado, pero cotidianamente creen que los gobernantes les hacen un favor al colocar una pileta pública en el barrio.

Son los indígenas que han votado por sí mismos, pero ante la competencia por gestionar el gobierno, retroceden y sólo atinan a actuar como resistentes porque jamás se han visto como gobernantes. Igualmente, los indios aymaras desde el año 2000 han creado estructuras de poder territorial basados en técnicas político-militares comunitarias, han formado un nuevo régimen de creencias políticas suficientemente fuertes como para abatir el sistema de fidelidades liberal y dar lugar a un nuevo tipo de estado multinacional, pero sentados frente a los que consuetudinariamente han manejado el poder apenas se atreven a exigir tractores y postes eléctricos.

En todo esto hay un poderoso apego a sumirse como gobernados, como dominados, o, al menos, a no poder imaginar otra forma institucional de gobierno que no sea el diseñado por los propios dominantes, con lo que la dominación tiende a reinstaurarse por la misma elección de los dominados.
Pero la historia no es un fatalismo; no en vano ha habido un cuartel indígena en Q`alachaca, ni es poco que hoy las polleras, la coca, y los idiomas aymara y qheswa se paseen insolentes en el hemiciclo parlamentario. Hay también en todo ello una pasión por la soberanía que, a riesgo de perecer ante el manto de la mansedumbre, debe expandirse.
Desearse como soberano, es asumirse como gobernante, esto es, con voluntad de decidir el destino colectivo de 8 millones de habitantes. Y esto implica dos cosas. En primer lugar, el tener un diseño de país, del Estado, de la economía, de la cultura, de la educación.

Al indígena le falta "voluntad de poder"

Los gobernantes actuales lo son, porque, pese a su ineptitud administrativa y sus fracasos, siempre han creído que el país está allí para ser administrado por ellos. En ese sentido han tenido voluntad de poder y sólo eso ya los justifica históricamente. Los indios no solamente deben enfrentarse y resistir el poder, pueden y deben sentirse, proyectarse y vivirse como gobernantes, y eso es tener, propugnar y construir una estructura de poder estatal, un diseño de gestión económica global, una reorganización viable de las funciones culturales. ¿Qué significaría que los indígenas gobernaran Bolivia? ¿Cómo estaría compuesto el Poder Legislativo? ¿Cómo se institucionalizarían en la administración gubernamental los idiomas indígenas? ¿Cómo quedarían legitimadas estatalmente los sistemas políticos comunarios para la toma de decisiones a nivel local y general? ¿Cómo sería un régimen político multinacional? ¿Qué papel jugarían las organizaciones sociales indígenas campesinas, sindicales, gremiales en el nuevo diseño gubernamental?
Este proyecto de país, de Estado capaz de disputar el predominio del diseño estatal de élite donde los indios no han sido tomados en cuenta más que para que servir o ser enterrados, no es sólo un reto de los parlamentarios del MAS y el MIP que deben disputar punto por punto cada una de las iniciativas gubernamentales con mejores y más viables contrapropuestas, sino también es una labor que tiene que ser asumida por los movimientos sociales, por las organizaciones sociales indígenas y populares, que son al fin y al cabo las que han creado y catapultado a los diputados indios y plebeyos allí donde están.

Producción de hegemonía

Pero no basta diseñar regímenes alternativos de gestión económica y política para que estos se conviertan en realidad. El soberano es aquel que es capaz de ser visto como tal y eso no puede ser más que fruto de la capacidad hegemónica, articulatoria y conductora que puedan asumir hoy los líderes indígenas y populares.

No sólo es patético sino autodestructivo que los caudillos indios y plebeyos se embarren en mezquinas disputas personales. La clave de la dominación que soportan los indios radica precisamente en su fraccionalismo, en su incapacidad para crear redes de acción colectiva autónoma a escala de todo el país. El poder es poder porque tiene una ambición totalizadora y está claro que los indios no serán poder si no son audaces para producir una nueva totalidad política, una estructura de acción, movilización y convencimiento a escala de todo el país.
En términos estrictos, hasta ahora, cada uno de los líderes sólo puede contar con una fuerza de acción local. Evo Morales, a pesar de su reconocimiento electoral en todo el país, sólo tiene como fuerza de movilización real al Chapare y, en menor medida a los Yungas y algunas zonas de Oruro. El Mallku, por su parte, si bien dirige una organización con sistemas de filiación sindical-comunitaria en los 9 departamentos (CSUTCB), su fuerza real, fiel y radicalizada como él, solamente está en las zonas agrarias del departamento de La Paz,, en las zonas de altura de Cochabamba y algo en Oruro. Igualmente, Óscar Olivera, artífice y líder de la Coordinadora del agua y promotor de una Coordinadora Nacional de Defensa del Gas, de momento, nada más puede movilizar a sectores sociales de la ciudad, los barrios periurbanos y zonas agrarias del departamento de Cochabamba.

En una escala mucho más pequeña en la capacidad de movilización colectiva se hallan el CIDOB, CONAMAQ, Los Sin Tierra, etc. Está claro entonces que ningún líder tiene una fuerza de acción colectiva a escala de todo el territorio estatal y, lo peor, existen zonas geográficas y grupos sociales en estado de desmovilización, como son los que habitan las ciudades de Santa Cruz, la Paz, El Alto, Potosí, Tarija, Sucre, etc.
Por lo tanto, ningún líder o partido indígena o popular se basta solo para asumir la tarea de construcción de un proyecto factible de poder. Cada uno necesita al otro para asumir un fuerza considerable ante el Estado. De ahí que una alianza entre partidos políticos indianistas, populares y, movimientos sociales activos no sólo pudiera ser una fuerza eficiente de articular fuerza político-social en las calles y carreteras con un correlato en el Parlamento, sino que además podría proyectar de una manera creíble una nueva estructura de poder estatal en donde lo indígena no solo estaría representado por unas personas, sino por unas instituciones, unas practicas, unos hábitos y normas organizativas precisamente depositadas en los movimientos sociales y las organizaciones de base indígena.

Pero además, el indio como sujeto soberano podrá formarse si se tiene la virtud de seducir en torno a su proyecto de país a enormes contingentes sociales indígenas y no indígenas, mestizos, urbano rurales que hoy no se sientes representados ni en las organizaciones sindicales movilizadas, ni en los liderazgos emergentes y que, sin mucha dificultad pudieran ser nuevamente atraídos por los proyectos conservadores que hoy, para reciclarse y salvarse, han comenzado a envolver su discurso con una falaz retórica indianizante.

Con todo, está claro que ya no puede haber más Bolivia sin indios; pero lo interesante sería que además Bolivia pudiera ser diseñada por los mismos indios.