Silvia Cattori: Al consultar su sitio en Internet (sitio web en francés) uno se da cuenta de que en 2004 usted era favorable al Tratado Constitucional europeo, pero que después de haber estudiado su contenido usted cambió radicalmente de opinión. ¿Pudiera resumirnos las razones de ese cambio?

Etienne Chouard: Mi trayectoria es la de una persona que confiaba en los políticos. Yo no me dedicaba a la política. Cuando empecé a comprender en qué se habían convertido las instituciones europeas, aquello representó para mí una enorme decepción. Me di cuenta que los hombres que están en el poder estaban delimitando ellos mismos hasta donde podía llegar su propio poder, con límites prácticamente inexistentes, y que eso se estaba haciendo de forma tal que no pudiésemos entender nada.

En el seno de las instituciones europeas, ya ninguno de las actuantes es responsable de sus propios actos ante los ciudadanos. Existen algunas apariencias de responsabilidad, pero son falsas, engañosas.
Pero lo principal es que el Parlamento no cuenta para nada dentro de las instituciones: no cuenta con la iniciativa para elaborar leyes, el Parlamento solamente participa en la elaboración de las leyes bajo la tutela (¿o la vigilancia?) del Consejo de Ministros, que se ha elevado a sí mismo a la categoría de colegislador ignorando así la más elemental e indispensable separación de poderes, ¡en todos los aspectos, además! En efecto, hay aspectos que están sometidos a lo que se ha dado en llamar «procedimientos legislativos especiales», se trata de unos veinte y no aparecen en lista alguna, y sobre los cuales el Consejo de Ministros decide sólo, sin el Parlamento. ¿Usted sabía eso?

Resulta impresionante ver el número de instituciones europeas no electas que disponen de un poder importante y mal controlado.
El Banco Central Europeo tampoco le rinde cuentas a nadie. Resulta extravagante la manera como se describe eso. Se ve claramente, se ve por todos lados, que son los ministros los que escribieron esas reglas, haciéndolas a la medida para sí mismos.

Cuando se analiza bien, nos damos cuenta incluso de que esas instituciones han sido concebidas más en interés de los bancos y las multinacionales que en interés general. Uno no puede menos que preguntarse por qué.

Al leer el libro de Jean-Pierre Chevenement, uno descubre que Jean Monet, ese icono, ese símbolo de Europa, al que los «adoradores de Europa» consideran casi como un santo, era un banquero francés que vivía en Estados Unidos y que se impregnó de los valores de ese país. En realidad, él concibió y construyó la Unión Europea para debilitar a Europa, para impedir que las soberanías populares se reconstruyesen después de la guerra. ¡El mismo lo escribe! ¡Es vergonzoso!

Cuando se analizan en detalle los tratados europeos, vemos que se parecen a esa visión de Monet: son instituciones que permiten que las multinacionales escriban las leyes y que prohíben a los parlamentos y a los pueblos oponerse a ellas. Es un régimen intolerable, pero Monet y sus seguidores nos lo impusieron mediante una serie de tratados, desde hace 50 años y sin que el pueblo haya tenido nunca realmente la oportunidad de pronunciarse.

Hubo un simulacro de debate sobre Maastricht. Recuerdo que, en aquel entonces, no se habló en lo absoluto de las instituciones. Se hablo de la moneda, es cierto. Pero ni siquiera se mencionó lo más importante en el plano monetario. No se nos dijo nada, por ejemplo, de la entrega total de la creación monetaria a los bancos privados (artículo 104), a pesar de que eso constituye un verdadero escándalo, principal motivo de la deuda pública que asfixia a nuestros Estados e importante causa del desempleo endémico que asfixia nuestras economías.

En 1992, solamente se nos invitó a debatir sobre la independencia del Banco Central y la nueva moneda única, que sin dudas son positivas. Pero no se habló en lo más mínimo de la debilidad del Parlamento, ni del desorden en cuanto a los poderes, ni de la independencia de los jueces, ni de la impotencia de la ciudadanía, ni de la revisión sin referéndum, ni de todas esas instituciones vergonzosas y peligrosas. No se puede decir con honestidad que el voto sobre Maastricht signifique una aprobación de esas instituciones.
Si analizamos en su conjunto los 50 años de la construcción europea, los pueblos no han tenido finalmente derecho al menor debate sobre lo esencial.

La única vez que nos preguntaron nuestra opinión, en 2005, la primera vez que nos quitaron la mordaza, gritamos «¡No!» Enseguida, nos pusieron otra vez la mordaza y empezó de nuevo la violación. Nos dijeron: «Ustedes no quieren, pero se hará de todas formas, por vía parlamentaria…»

En 2007 se confirmó, por tanto, lo que ya se había visto en 2005: el método y el contenido del Tratado de Lisboa confirman que tenemos al mando a una pandilla de violadores y lo que está sucediendo es un golpe de Estado. Se trata de un abuso de fuerza. La definición de golpe de Estado es cuando un poder ejecutivo no respeta el sufragio universal. Eso es lo que está pasando.

Silvia Cattori: Todo eso ha sido posible porque la ciudadanía ha abandonado sus responsabilidades y se ha puesto ingenuamente en manos de sus representantes sin imaginarse que estos podían abusar de sus poderes y sin controlar la acción de estos [representantes].

Etienne Chouard: Sí. La mentira está en todas partes y la gente honesta no se atreve a creerlo. Se hable de un minitratado simplificado que no es ni «mini» ni «simplificado». Ahora hay que leerse 30 000 páginas para saber lo que dice el Tratado de Lisboa. Es extremadamente complicado. Contiene todo tipo de referencias que remiten a otros documentos y todo lo que estaba en el tratado de 2005 aparece de nuevo en este. Hasta lo que decían que iban a quitar. El himno, lo van a mantener. La bandera se va a mantener. La referencia al euro se va a mantener. Dijeron que quitarían la bandera pero, ¿usted cree que la van quitar? Quitaron la etiqueta de «constitución». Pero, ¿qué es lo peligroso en una botella de veneno? ¿La etiqueta o el veneno? Si quitamos la etiqueta, ¿hace eso que el veneno sea menos peligroso?

Se creen que somos imbéciles.
Se trata de una constitución, eso está claro, pero de una mala constitución escrita por gente que no debía haberla escrito. Tenemos responsables electos, pero no son ellos quienes deben escribir la constitución. Yo defiendo ese principio: los que están en el poder no son quienes deben escribir las reglas del poder; no son los parlamentarios, los ministros, los jueces quienes deben escribir la constitución; deben ser otros, personas desinteresadas.

El único medio para que nosotros, como simples ciudadanos, podamos protegernos de los abusos de poder es mediante una Asamblea Constituyente. Pero ¡cuidado!, los miembros de esa Asamblea Constituyente no deben elegirse entre los candidatos de los partidos ya que los partidos tienen muchos miembros que están en el poder y cuyos amigos escribirían nuevamente reglas en beneficio propio y seguiríamos teniendo el mismo problema.

Lo que dijo el propio Giscard [1] sobre este Tratado de Lisboa debería llevar a los 16 millones de electores que votaron por él «No» a lanzarse a las calles ya que es el mismo tratado presentado anteriormente, totalmente ilegible, y se ha hecho tan complicado, según dice Giscard, para que sea imposible hacer un referéndum. Giscard dice también que todo lo que absolutamente querían los Convencionales en 2004 aparece de nuevo en el Tratado de Lisboa, sólo que está en otro orden.
Mi conclusión es la siguiente: todo esto está ocurriendo porque los que escriben las reglas las están escribiendo para sí mismos y porque están haciendo trampa.

Silvia Cattori: ¿Ningún responsable tiene que rendir cuentas?

Etienne Chouard: Ninguno. La ciudadanía no tiene medio alguno de oponerse a los abusos de poder en el marco de esas instituciones. El único medio correcto sería el referéndum por iniciativa popular y no disponemos de ese medio. Yo diría incluso que jamás lo tendremos, si son los representantes electos quienes escriben las reglas. El derecho de petición (del artículo 11 del Tratado de Lisboa consolidado) no tiene ningún valor de obligatoriedad. No se necesita un artículo así para plantear peticiones. Aunque lo retiraran, la gente seguiría teniendo la posibilidad de presentar peticiones.

Silvia Cattori: ¿El Tratado de Lisboa no contiene al menos un elemento positivo? Por ejemplo, ¿la posibilidad para un Estado de salir de la Unión Europea?

Etienne Chouard: Sí, eso estaba ya en el Tratado de Constitución Europea rechazado en 2005 y ahora aparece de nuevo, como todo lo demás.

Silvia Cattori: En ese caso, ¿cómo puede salir de la Unión Europea un Estado que quiera hacerlo? ¿Es aplicable ese procedimiento?

Etienne Chouard: Salir de la Unión Europea no sería fácil y costaría muy caro. Hay muchos mecanismos que mover. Se necesitaría un gobierno muy decidido. Esa situación irreversible me recuerda el AGCS (Acuerdo General sobre el Comercio de Servicio), del que tampoco se puede salir. Ese Acuerdo (que se negoció y se firmó sin que nos hablaran de él, en el mayor secreto) contiene el mismo genoma antidemocrático que la Unión Europea.

Fue concebido por las mismas personas y está al servicio de los mismos intereses: los intereses de las multinacionales y los bancos.
¿Para que sirve el AGCS? Para eliminar todas las obligaciones en lo tocante al comercio de los servicios. Hoy por hoy, un Estado soberano todavía puede prohibir muchos abusos para protegerse de los inversionistas depredadores. Cuando una empresa quiere venir a instalarse en algún lugar, el país tiene sus propias reglas para defender sus propias leyes en el plano social, en lo tocante al medio ambiente, sus leyes fiscales, sus recursos naturales, etc.

Eso va a desaparecer. Los Estados, en el marco de las negociaciones secretas del AGCS, están quitándose entre sí la posibilidad de prohibir (cosas a las empresas): yo dejo de prohibir esto, pero tú renuncias a prohibir esto otro… La ciudadanía se verá desnuda, indefensa ¡y nadie habla de eso! Todos los servicios públicos se ven amenazados por esos mecanismos. Y eso es irreversible: las multas que los Estados aceptan pagar en caso de retirada son tan prohibitivas que resultan impagables.
Los acuerdos del AGCS se negocian, por tanto, en secreto y por una sola persona: el comisario europeo para el comercio exterior… Una sola persona, en nombre de 480 millones de personas, negocia en secreto acuerdos decisivos que afectan a todo el mundo de forma irreversible. Es realmente escandaloso y muy grave.

Silvia Cattori: Al ver a los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea firmar el Tratado de Lisboa, ¿qué sintió usted?

Etienne Chouard: La impresión de estar siendo violentado, claro está, y por los mismos que dicen estar defendiéndome… la impresión de estar metido en una trampa controlada por mentirosos profesionales y por una pandilla de ladrones. Lo que me entristece es que la gente no esté en lo absoluto informada y no se sienta implicada.

Silvia Cattori: Hay un aspecto muy importante que no está tampoco muy presente en el debate: la política exterior de la Unión Europea, la participación de sus principales miembros en operaciones militares mediante la OTAN. En ese aspecto también, aunque los sondeos demuestran que la gran mayoría de la ciudadanía se opone a esas guerras ilegales, [la ciudadanía] se ve totalmente impotente en cuanto a la posibilidad de impedirlas. En momentos en que las invasiones de Afganistán y de Irak han demostrado ser aventuras coloniales, el señor Sarkozy trata de estrechar los vínculos entre la Unión Europea y Estados Unidos con vistas a un conflicto con Irán en beneficio de Israel. ¿Qué piensa usted de este aspecto de la Unión Europea?

Etienne Chouard: Tengo la impresión que todo eso se programó desde el principio. Se hizo de forma progresiva. El «No» los frenó un poco. Pero, dos años más tarde, las autoridades imponen el Tratado por la fuerza. Y la ciudadanía no reacciona, lo cual sin dudas confirma en los gobernantes la creencia de que pueden hacer cualquier cosa.

El ambiente es pesimista. Sí, ellos pueden secuestrar niños africanos en las escuelas, o pueden ir a imponer la guerra al otro lado del mundo. Hay que leer a Alain Badiou (De quoi Sarkozy est-il le nom). Las críticas de los medios fueron tan violentas contra ese libro que yo mismo estuve a punto de no leerlo. Y lo encontré interesantísimo. Su análisis es muy bueno.
Dice que la moda no es el «petainismo» [Término derivado del nombre del mariscal francés Petain, jefe del Estado francés que colaboró con los nazis durante la ocupación de Francia por las tropas de Hitler. Nota del Traductor.], sino el «neopetainismo».
Hay que leer también a François-Xavier Verschave (De la Françafrique à la Mafiafrique, para empezar) para entender que la descolonización no existió.

Silvia Cattori: La reflexión que usted hace coincide con la del sociólogo Jean-Claude Paye en lo tocante a las libertades fundamentales en el marco de la Unión Europea [2]. Al igual que usted, él señala que las instituciones se conformaron de forma tal que las decisiones no estén al alcance de los ciudadanos.

Etienne Chouard: Efectivamente, no soy yo el único que lo dice. Y, en realidad, todos los que estudian de forma honesta las instituciones están escandalizados y deploran haber confiado demasiado en los responsables electos.

Silvia Cattori: ¿Estas cumbres –Lisboa, el G8– no son entonces otra cosa que farsas en las que un grupo de dirigentes, entre festines y abrazos, toman decisiones sin consultar a sus pueblos, como si estuviésemos en un sistema dictatorial?

Etienne Chouard: No es una dictadura –aún no– ya que, en una dictadura, no hay libertad de opinión ni de expresión. Es algo más suave, refinado, bonito a la vista, y se está convirtiendo en algo totalitario. Pero hay menos espacio para la crítica, es más difícil de condenar. La retórica de la mentira, que invierte los valores –Orwell la anunciaba ya en 1984– consistía en decir «la guerra es la paz», «el trabajo es la libertad» y el solo hecho de repetirlo deja sin armas a los que pudieran presentar oposición. La manipulación mediante el uso del lenguaje funciona bien. Eso exige, por parte de los quieren resistir, una formación, un aprendizaje sobre ese tipo de manipulación.

Silvia Cattori: ¿De qué herramientas disponen los partidarios del No para vencer estos obstáculos?

Etienne Chouard: Hay una que puede resultar bastante fuerte: un recurso individual ante la Corte Europea de Derechos Humanos (CEDH), que no forma parte de la Unión Europea pero cuya Convención ha sido firmada por esta última, lo cual la obliga a respetarla.
Cualquier persona puede recurrir a la Corte contra un Estado. Se trata de una Corte que protege individualmente a las personas aisladas.
Sus argumentación es fuerte (vea el sitio web 29mai.eu), yo la utilizo ya en toda circunstancia. El recurso consiste en denunciar al Estado francés por violación del artículo 3 del protocolo 1 de la Convención que dice que las «altas partes contractuales se comprometen a garantizar a sus ciudadanos elecciones libres que permitan escoger libremente el cuerpo legislativo».

En realidad, nuestro cuerpo legislativo es ahora muy ampliamente europeo. Y a nivel europeo, ¿se elige el cuerpo legislativo? En lo esencial, no. No tenemos posibilidad de elegir. En Francia, el cuerpo legislativo no es la Asamblea Nacional: el 80% de las leyes que se aplican en Francia son normas europeas que se transfieren automáticamente a nuestro derecho nacional, sin que haya un verdadero debate parlamentario.

¿Qué sucede entonces en Europa?
Primeramente, al nivel constituyente es una CIG (Conferencia Intergubernamental, no electa) la que escribe y corrige los tratados, o sea la Constitución Europea (que ahora esconde su nombre hipócritamente). Los parlamentarios (que son los únicos electos) no pueden hacer otra cosa que ratificar o no, en bloque, los tratados que escriben los no electos. No tienen derecho de iniciativa, a aportar enmiendas, así que se ven reducidos a lo mínimo ¡a pesar de que son ellos los representantes electos!

Por consiguiente, a nivel constituyente no son los representes electos los que tienen el poder.
Seguidamente, las leyes europeas ordinarias las escribe la Comisión (no electa) que tiene la exclusividad y la iniciativa legislativa, y esas leyes se discuten después y se votan en el Consejo de Ministros (no electo) en «codecisión» con el Parlamento Europeo (única instancia cuyos miembros se someten a elecciones).
Sin embargo –escuche bien esto, que es esencial–, no hay codecisión en todos los temas. Existe una cantidad de temas sobre los cuales las instancias no electas (la Comisión y el Consejo) deciden solas sobre la ley europea.

Esos sectores en los que los ejecutivos escriben lo que yo llamo leyes sin parlamente (lo cual resulta más claro que la ladina expresión de «procedimientos legislativos especiales») se esconden cuidadosamente, no existe una lista [de ellos]. Así que pidan ustedes a sus parlamentarios, a sus ministros, a los periodistas, que les digan algunos de esos sectores. Ni ellos mismos los conocen (a no ser que sean verdaderos bandidos que no hablen claramente con los demás).
Esa esterilización progresiva del sufragio universal constituye una razón sólida para denunciar al Estado francés por violación de la Convención Europea de Derechos Humanos. Nuestros propios representantes están quitándole toda su fuerza a nuestros votos. La democracia está agonizando en medio de un falso decorado de democracia ficticia.

Basta con una sola denuncia, pero si se envían miles de ellas se crea una fuerza política como apoyo a una denuncia jurídica.
Y es gratis. Si perdemos, el trámite nos habrá costado nada más que el sello del envío.
Además, la Corte Europea de Derechos Humanos (CEDH) está interesada en demostrar su propia utilidad, y se trata de un caso digno de estudio (inédito) que podría sentar un precedente.
En todo caso, es el único recurso que tenemos nosotros, los simples ciudadanos. Todos los demás dependen de nuestros representantes, parlamentarios y ministros, que han demostrado que están decididos a pasar por encima de nuestra voluntad.

Si esperamos que ellos nos defiendan, esperaremos por mucho tiempo y perderemos de antemano.
Esta denuncia representa una esperanza ya que la Corte puede bloquear el proceso de ratificación mientras se toma la decisión de fondo. Me parece que es un arma poderosa, nueva.

Silvia Cattori: ¿Qué diría usted a la ciudadanía de Suiza y a la de Noruega, que se han negado hasta ahora a incorporarse a la Unión Europea, países cuyos detractores los califican generalmente «retrasados que niegan el progreso»?

Etienne Chouard: Yo espero, por su bien, que sigan resistiendo. Los envidio porque tengo la impresión que nosotros estamos encerrados en una horrible trampa en la que nos han sumido nuestros propios dirigentes. Nos están obligando a abrir nuestras fronteras a países que no respetan el derecho laboral, ni las leyes sobre el medio ambiente, ni ninguna de las obligaciones que nosotros imponemos a nuestras propias empresas en el marco del progreso social. Si nos vemos ante la competencia desleal de países que tienen tan pocos puntos de comparación con los nuestros, lo único que puede suceder es que sigamos la caída hacia la ruina general.

No es cosa de risa. Otros países han vivido ya ese infierno debido a la aplicación de recetas inadecuadas. Ahí tenemos el espantoso caso de Argentina, conejillo de Indias del neoliberalismo...

Silvia Cattori: Si se le preguntara a la ciudadanía si quiere salir de la Unión, ¿cuál sería la decisión, en su opinión?

Etienne Chouard: El golpe de Estado de Lisboa me lleva a preguntarme si no tendríamos que salir urgentemente de esta UE-MB (Unión Europea de Multinacionales y Bancos). Estoy comenzando, efectivamente, a pensar que es imposible transformar la Unión Europea, cuyo programa genético parece concebido en contra de los pueblos y en contra de la democracia.

Quizás lo que hace falta es salir de esta Unión Europea para construir una verdadera sociedad europea, deseada y defendida por los pueblos interesados (no por sus élites privilegiadas).

Silvia Cattori: Si las posibilidades de salir del Tratado son nulas, ¿por qué no hacer campaña simplemente para salir de la Unión Europea?

Etienne Chouard: Yo no he renunciado aún a mi sueño europeo de fraternidad. Quisiera comenzar de nuevo con menos países, en vez de este monstruo concebido por las grandes corporaciones y para ellas. Ahora estamos casando a los pueblos con el consentimiento de sus «padres». Un matrimonio exitoso y duradero se lleva a cabo necesariamente con el consentimiento de los pueblos interesados.

Silvia Cattori: ¿No tienen los socialdemócratas la principal responsabilidad en esta forma de construcción europea? ¿No construyó Jacques Delors la Europa del mercado?

Etienne Chouard: Es evidente que Jacques Delors y la mayoría de los líderes socialistas nos han engañado. Ellos nos mintieron miles de veces, y esa evidente traición de los jefes de la izquierda constituye una catástrofe para el país.

Yo confiaba en ellos, y muy particularmente en Jacques Delors. Recuerdo el último día antes del referéndum de Maastricht. Jacques Delors nos habló por televisión. Confesó que en el plano social todavía no se había hasta entonces nada en Europa. Pero tomaba nota de ello junto con nosotros. Solemnemente, mirándonos con sus ojos azules tristes y sinceros, nos prometió ardientemente empezar a actuar en el plano social desde el día siguiente de nuestro voto por el Sí. Nos lo prometió para que votáramos SÍ.
Quince años más tarde, estamos más atrasados que nunca en el plano social en todos los aspectos… Yo tengo la sensación de haber sido engañado por uno de los hombres en quien más yo confiaba. Es triste e indignante a la vez.
La decepción es terrible.

Silvia Cattori: Usted mencionó el abandono de la creación monetaria. ¿Puede especificar de qué se trata?

Etienne Chouard: Existe un mecanismo esencial que descubrí este año. Incluso empiezo a ver en él el núcleo de la trampa, el diamante central, el motor de nuestra impotencia… Se trata del artículo 104 de Maastricht (que se convirtió en el artículo 123 del Tratado de Lisboa).

Dice lo siguiente: «Los Estados ya no pueden obtener préstamos de sus bancos centrales». Para los simples mortales eso resulta incomprensible.
¿Qué quiere decir eso? Desde hace siglos los Estados han dejado parte de su poder para crear moneda en manos de los bancos privados. Los bancos han obtenido de los gobernantes –mediante la corrupción, por supuesto– el derecho (fundamental) de crear la moneda.

Pero, hasta hace poco (hasta 1974, en el caso de Francia), los Estados por lo menos compartían aún con los bancos privados el derecho de crear la moneda. Cuando un Estado necesitaba dinero para construir vías férreas, viviendas u hospitales, el Estado creaba por sí mismo su moneda, y no tenía que pagar intereses durante los reembolsos. Mantenga la atención y no olvide eso que es el aspecto crucial, el que le condena a usted a trabajar sin descanso en provecho de los que cobran rentas sin hacer nada.

El Estado creaba la moneda de la manera siguiente: El Estado obtenía un préstamo de su banco central (que fabricaba moneda con ese objetivo) y, a medida que el Estado reembolsaba ese préstamo, el Banco Central destruía ese dinero, ¡pero sin que el Estado tuviera que pagar intereses!

En Francia, desde 1974, en la época de la llamada “serpiente monetaria europea”, el Estado –seguramente al igual que en los demás países europeos– se prohibió a sí mismo el recurrir a los préstamos de su propio banco central y se privó por tanto a sí mismo de la creación monetaria. Por consiguiente, el Estado (o sea, ¡nosotros todos!) se obliga a sí mismo a pedir prestado a instituciones privadas, a las que tendrá que pagarles intereses, lo cual hace que todo se encarezca.
¿En interés de quién? ¿En interés de todos? ¿No me diga?

Observe que, precisamente a partir de 1974, la deuda pública ha ido en aumento constante, al igual que el desempleo.
Yo afirmo que hay un vínculo entre ambas cosas.

Pero eso no es todo. Desde 1992, con el artículo 104 del Tratado de Maastricht, esa prohibición de que los Estados puedan crear moneda se elevó al más alto nivel del derecho, internacional y constitucional. O sea que se hizo irreversible, y se puso fuera del alcance de la ciudadanía.
Eso no se dijo claramente. Se dijo que en lo adelante estaba prohibido recurrir a préstamos del Banco Central, lo cual ni es honesto ni está claro y no permite que la gente entienda.

Si el artículo 104 dijera que «Los Estados ya no pueden crear moneda. Ahora tienen que pedir préstamos a las instituciones privadas pagando a estas intereses que los llevan a la ruina y que encarecen tremendamente las inversiones públicas, pero que han felices a los ricos que viven de sus rentas, a los propietarios de los fondos de préstamos», habríamos tenido una revolución.

Ese escandaloso robo le cuesta a Francia alrededor de 80 000 millones al año (*) y nos va arruinando año tras año. Pero ya no se puede hacer nada.
Ese tema debiera ser centro de todas nuestras luchas sociales, debiera servir de punta de lanza de la izquierda y de la derecha republicanas. En vez de eso, nadie lo menciona. Es deplorable.

Silvia Cattori: Para la ciudadanía resulta difícil imaginar que sus dirigentes electos estén todos tan implicados. Finalmente, son algunos ciudadanos aislados, como usted, que se esfuerzan de forma desinteresada, los que retoman el debate que los dirigentes electos han abandonado.

Etienne Chouard: Hay gente que lucha. Maurice Allais, premio Nóbel de Economía, critica duramente el abandono de la creación monetaria en manos de los bancos privados, protesta enérgicamente y afirma que es vergonzoso que los bancos privados se comporten (porque han sido autorizados a hacerlo) como fabricantes de moneda falsa y que eso nos está arruinando. Maurice Allais, una mente libre, dice también que las multinacionales que nos imponen ese gran mercado sin regulaciones son perjudiciales. El ultraliberal Maurice Allais denuncia «el relajo del mundo de los negociantes» de la Unión Europea.
¿Se puede ser más claro?

Bueno, pues ese hombre, que ha dedicado gran parte de su vida al estudio de las cuestiones monetarias y que ha recibido probablemente todos los honores y medallas del mundo, ese gran especialista de la moneda ha sido excluido de los grandes medios de difusión. Ya no logra que le publiquen nada en diarios como Le Monde y Le Figaro.
¿Existe alguien que no vea la relación evidente que hay entre la persecución contra un valiente ciudadano que pone el dedo en la llaga y el hecho de que los grandes medios de prensa hayan sido comprados y estén ahora precisamente bajo el control de las multinacionales y los bancos?

Maurice Allais desarrolla una idea fundamental, que todo debiéramos estudiar, cuando dice que hay que devolverle la creación de la moneda a los Estados, a un banco central independiente, que el Banco Central Europeo (BCE) tiene que recuperar la creación monetaria retomándola de manos de los bancos privados.

[1«La boîte à outils du traité de Lisbonne», por Valery Giscard d’Estaing (ex-presidente francés, diario francés Le Monde del 26 de octubre de 2007.

[2Véase la entrevista a Jean-Claude Paye por Silvia Cattori: «Jean-Claude Paye: "Las leyes antiterroristas. Un acto constitutivo del Imperio"» , Red Voltaire, 24 de septiembre de 2007.