De las casitas de teja se despide la humareda del olor a cuyes asados a fuego lento, mientras el diablohuma, el huasicama, los aruchicos calzan máscaras y zamarros, las chimucas visten sombreros, faldas largas y tupushinas de vivos colores, los músicos tensan sus guitarras para bajar de la montaña danzando al ritmo del sanjuán, acompañados de rondines, violines, quenas y pingullos. Hombres y mujeres entre inocentes coqueteos se lanzan piropos, cantan coplas de cotidianos resabios, de amor, de despecho, ausencia o abandono.

En la tierra de los dos hemisferios el padre Inti resplandece... En la llanura los pajonales semejan un mar de olas doradas acunadas por la milenaria mirada del Cayambe.

El Inti Raymi es la fiesta más importante del pueblo indígena de los Andes.

Celebrada el 21 de Junio, es considerada incluso como el fin y el inicio de un nuevo año, un ritual indígena dedicado al sol y la bondad de la Pachamama, pródiga en ofrecer sus mieses, cuyos orígenes se remontan mucho antes del incario.

Los conquistadores españoles la asimilaron y la pusieron en su calendario religioso católico, haciéndola coincidir con las fechas de San Juan, San Pedro y San Pablo, con el objeto de consolidar su dominación.

Muchos estudiosos de la cultura han preferido llamar sincretismo del llamado «encuentro de dos culturas», pero su permanencia y vigencia se debe en realidad a una resistencia cultural y al mantenimiento de la identidad mediante símbolos y ritos propios, tal como sucede en Guachalá, donde los pobladores brindan copitas de guarango, tortillas de papa con queso y el bizcocho más grande del mundo, que todos los asistentes comen para reponer fuerzas y seguir bailando hasta que el cuerpo no aguante «Alhaja guambrita carita de olla de barro si fueras modosita ya me hubieras matrimoniado».