Por: Guillermo Navarro

La inflación, que por cierto se mantiene estable, es el tema que más se usa, puesto que no hay indicios de su elevación debido a los altos precios del petróleo, y al hecho de que todavía no llega la hora de la desvalorización del dólar norteamericano, ni se sienten aún los efectos del acelerado aumento del endeudamiento externo.
Las cifras que arrojan estos fenómenos típicos de la economía capitalista se citan con mucha euforia y se los distorsiona cada vez y cuando, hasta el punto de sostener públicamente que la economía nunca en la historia del Ecuador ha sido tan positiva. Este es el principal punto de vista que agita el coronel Gutiérrez, como si se tratara del hecho más relevante de su gobierno y, de paso, asegura también que gracias a sus “facultades” de estadista se ha opuesto al incremento del precio de los combustibles y a que se produzcan los consabidos paquetazos económicos, logrando así el mejoramiento de la calidad de vida de los ecuatorianos.
Sin embargo, vistas las cosas por el lado de la realidad cruda y concreta, lo que pasa en la vida cotidiana del pueblo ecuatoriano, es decir, poniéndose en el terreno en el que el hambre crónica es el pan nuestro de cada día, en el que se ven y se sienten los efectos de la desocupación, de las enfermedades, de la desnutrición, la pobreza y la indigencia, que no se los puede ocultar con besos, abrazos y largos discursos como los que pronuncia el actual mandatario, lo cierto es que la pobreza, la miseria y la indigencia están azotando y oprimiendo la existencia del pueblo ecuatoriano. En esto consisten los grandes contrastes, las grandes diferencias, los abismos que separan a los ricos de los pobres.
Para medir el estado atroz de la pobreza no se requiere mayor sabiduría, ni ser experto investigador. Simplemente se parte del hecho de que hay hombres y mujeres de todas las edades y razas con ingresos mínimos, los unos, y los otros, también gran número, que no tienen ingresos de ninguna naturaleza, que viven hacinados en los barrios urbanos, duermen en los portales de los conventos, a la interperie, o están sometidos a las duras condiciones de vida de los sectores rurales en donde se carece de agua limpia, energía eléctrica y alcantarillado, de lo que se desprende que en el área urbana haya un millón de indigentes y tres millones 900 000 en estado de pobreza absoluta. Total, casi 5 millones de ecuatorianos que soportan las terribles consecuencias de la miseria y abandono, lo que representa el 80% de la población con capacidad de empleo.
A estas cifras hay que agregar alrededor de 400 mil personas llamadas cesantes, en las que se incluyen los jubilados, que perciben ingresos por debajo de las necesidades elementales, y los discapacitados que no cuentan con ayuda de ninguna especie, que están sentenciados a morirse de hambre.
El número de hombres pobres en el área urbana es superior al del área rural, todo esto sin considerar las estadísticas que arrojan la Amazonia y Galápagos, que hasta el momento no han sido tabuladas. Por otra parte, hay que considerar que la mayoría de familias ecuatorianas localizadas en las áreas urbanas carecen de vivienda, no son dueños de empresas ni de negocios productivos, ni tiene capitales invertidos o depositados en la banca privada. Para estas familias, el trabajo es el principal activo y el empleo su principal fuente de ingresos.
En el entorno de esta situación, es necesario poner énfasis en las tristes y amargas condiciones de vida que soportan los indígenas y afroecuatorianos, comúnmente peores si se compara con el resto de los estratos pobres de la población. En las zonas urbanas, 6 de cada 10 trabajadores indígenas y afroecuatorianos tienen ocupaciones informales u ocasionales que generan escasos ingresos, lo que les impide tener acceso a la salud, a la educación y a la seguridad social y, como es lógico suponer, no tienen recursos económicos para invertir en cultura, recreación y transporte.
En todo caso, los indicadores respecto a la estructura económica de los pobres y de los indigentes tienden a elevarse con bastante frecuencia y, por su puesto, no existe ninguna política social por parte del Estado, lo que significa, al final de cuentas, un grave deterioro del recurso humano, hoy martirizado por los golpes que conlleva la miseria, pese a las pomposas declaraciones de los funcionarios del gobierno actual que, en diversas circunstancias, han manifestado que el objetivo primordial del mandatario que ostenta el título de presidente constitucional de la República, es la erradicación de la pobreza, aún corriendo el riesgo de perder la vida en el intento.