Sin embargo, los revolucionarios más radicales y progresistas, como Ricardo Flores Magón (1873-1922), reivindicaban la lucha popular contra los soldados de la autoridad, del capital y del clero. El 1 de julio de 1906 participó en la fundación del Partido Liberal Mexicano, orientado por ideales de libertad y justicia social.

En un artículo publicado en Regeneración el 5 de noviembre de 1910, es decir, pocos días antes del inicio de la gesta revolucionaria, se hacían observaciones que hoy tienen plena vigencia:

“El Partido Liberal lucha por obtener la libertad política y la libertad económica para todos los mexicanos, esto es, que todos sean libres como ciudadanos y todos tengan pan (…). El Partido Liberal quiere el debilitamiento de la fuerza absorbente que caracteriza al Poder Ejecutivo; el debilitamiento igualmente de la influencia que ejerce el clero en la vida política y en el hogar de los ciudadanos (…) influencia que ha sido funesta a la evolución de los pueblos que la han sufrido y retarda el progreso de los que aún se hallan sometidos a ella. La característica de todo partido liberal es su lucha contra el clero.”

A principios del siglo XX, igual que un siglo después, el carácter perjudicial de la influencia clerical se hace patente en los abusos de los curas.

Reaccionarios y fanáticos

El 18 de febrero de 1905, el cura de Lagos, Jalisco, Gregorio Retolaza, además de organizar una procesión religiosa por las calles de la localidad, contraviniendo las Leyes de Reforma, provocó un motín en el que “los católicos apedrearon el Palacio Municipal y la jefatura política y mataron a una persona e hirieron a varias otras a pedradas, cuchilladas y balazos”.

Retolaza era conocido por sus sermones “contra la enseñanza laica, contra los espectáculos públicos y el matrimonio civil, contra el sombrero femenino en los templos, contra el peinado alto y los adornos, etcétera”.

Cuando se colocó la primera piedra del monumento al gran lagueño Pedro Moreno, “subió al púlpito Retolaza a atacar la memoria del padre Hidalgo y demás héroes de la Independencia, y juró que no cumplirá las Leyes de Reforma porque son obra de Satanás” [1].

Como muchos otros curas, Gregorio Retolaza Maldonado (1863-1932) fue toda su vida enemigo del Estado laico y de las libertades que de él nacen. Durante la Guerra Cristera, con apoyo de la Santa Sede, el cura de ascendencia española brindaría sus servicios político-pastorales en parroquias de Jalisco, donde hacía propaganda religiosa.

Cuatro años después, el 14 de abril de 1909, en Velardeña, Durango, el cura del lugar suscita un motín al empeñarse en terminar la celebración de la Semana Santa con una procesión pública. “Los católicos incendiaron la Jefatura de Policía y arremetieron contra el destacamento, que se impuso al fin…” [2]. Tanto Jalisco como Durango serían, dos décadas después, escenario de las guerras cristeras.

Por otro lado, como en los dos casos mencionados, a los curas les tenía sin cuidado sacrificar las vidas de gente humilde, crédula, fanática, que siguiendo sus dictados, salía a luchar simplemente para defender los privilegios del clero y propiciar su injerencia en la vida política.

Por su parte, la alta jerarquía católica se estaba acomodando cada vez mejor dentro del poder porfirista, donde en los hechos, aunque no en las leyes, comenzaba a recuperar su hegemonía. Por eso, en las elecciones del 26 de junio de 1910, el arzobispo José Mora y Del Río apoyaría al bando oficialista, o reeleccionista.

En los días de la Decena Trágica, Mora y Del Río conspiraría contra Madero, reuniéndose con Henry Lane Wilson y con Victoriano Huerta. Mora fue uno de los principales prelados que apoyaron al gobierno huertista. El 11 de julio de 1913 enviaba una carta al entonces ministro de Huerta, Aureliano Urrutia, en la que le decía que los “señores curas y sacerdotes” a su cargo “harán todo lo que esté de su parte para que cuanto antes sean satisfechas las aspiraciones de todos los buenos de la República, que desean la paz y la tranquilidad para la amada patria” [3]. Así como ahora el clero apoya al gobierno panista, en aquel tiempo respaldaba al del chacal Victoriano Huerta.

Ante la derrota de Victoriano Huerta por las fuerzas revolucionarias y la promulgación de la constitución de 1917, que fortaleció el carácter laico del Estado, el clero optó por la insurrección, que alentó el arzobispo Mora con las siguientes declaraciones, publicadas el 4 de febrero de 1926:

“La doctrina de la Iglesia es invariable, porque es la verdad divinamente revelada. …El Episcopado, clero y católicos no reconocemos y combatiremos los artículos 3, 5, 27 y 130 de la Constitución vigente…” [4].

Pederastas

Igual que hoy en día, muchos curas de principios de siglo incurrían en abusos sexuales, de los que se conocieron en la época casos escandalosos.

El 30 de junio de 1901, los abusos sexuales de dos curas desatan en la ciudad de México una fuerte reacción de sectores sociales. Algunos manifestantes invitan a “sacudir el yugo del clero” y a denunciar la hipocresía y la inmoralidad de los ensotanados. Entre los jóvenes que participaron en la protesta, estaban José Vasconcelos, Antonio Caso y Diego Rivera.

El 16 de agosto de 1905, ingresaba a la cárcel de Belén el presbítero José María Ramírez, por haber raptado a una niña de 12 años, Amparo Sánchez [5].

La madre de la víctima explicó que el cura se había introducido en su casa para cortejar a la muchacha, a la que propuso fugarse. Los superiores del sacerdote no quisieron intervenir. Una semana después, se presentaba otra acusadora del cura, la joven Luz González Rojas, quien decía que el religioso “la violentó”.

En noviembre del mismo año, se denunciaban los abusos del cura Francisco Sámano, quien en La Piedad, Michoacán, había raptado a la menor María Pérez. En noviembre de 1907, en Puebla, se acusaba a un sacerdote de haber seducido a una joven, que era su ahijada de bautizo.

[1Alfonso Taracena, La verdadera Revolución Mexicana, Porrúa, México, 1991, página 78

[2Taracena, página 196

[3Taracena, página 36

[4Cita en Antonio Uroz, La cuestión religiosa en México, México, 1927, página 275

[5Taracena, página 86