por Guillermo Olivera Díaz y Herbert Mujica Rojas

7-7-2012

Mucho ruido somatotónico, pero pocas nueces, en favor increíble pero cierto de García. Ningún día de cárcel, ni siquiera un minuto, para el grandulón ex mandatario: así ha concluido la Megacomisión diminuta de Sergio Tejada Galindo de las filas de Gana Perú de Ollanta Humala, pues en su concepto, luego de mucho dinero gastado, no ha cometido delito alguno, ni el más venial;... únicamente Alan García es inocentón autor de infracción Constitucional, por cuya levedad recomienda sea denunciado ante el Congreso; ergo, se repetirá el show mediático en el trámite del antejuicio o acusación constitucional (Art. 100°, Constitución Política).

Vea el emperifollado Informe de este gaseoso órgano congresal y pásmense como nosotros. ¿No es por esto también que el pueblo se revela y se torna violento?

¿Cuánto de carcelería corresponde a un infractor de la Constitución de Fujimori? Nada, es decir, cero.

¿Están tipificados los contornos de una infracción constitucional? No, en ninguna parte. No existe norma constitucional, legal ni reglamentaria que la defina.

¿Se ocupa el Derecho Penal de esta leve y eufemística monserga? No, porque no es delito, ni falta penal. El Código Penal ni siquiera hace mención de la frase "infracción constitucional".

El conchabo infame ha logrado su round trip, viaje completo: mientras algunos inmorales distraen a la opinión pública con sus mediocres presentaciones en televisión y lanzan globos de ensayo, el ex presidente consigue que los parlamentarios no lo acusen de delito alguno. El dicho reza: guarda pan para mayo. En este caso hay que pavimentar el camino de la impunidad para cuando se abandone la primera magistratura y entonces ¡todos felices!

Parafraseando al de Tréveris, Marx, podríamos decir: ¡Presidentes del mundo: uníos!

La llamada Megacomisión ha establecido una asimetría gigantesca no en lógica política rectilínea sino en sinuosidad perversa para parecer que y a final de cuentas no hacer sino aspaviento, mueca, deleznable mohín, grotesca mascarada a lo César de Carnaval que narró Galeazzo Ciano y por eso acabó ante el pelotón de fusilamiento que ordenó su suegro Mussolini impávido ante los llantos de Edda, su hija.

La no culpa, la falta de entidad de la sociedad civil y del pueblo entero para ajusticiar los actos delincuenciales de quienes fueron sus portavoces electos en las urnas ¡una vez más! encuentra comprobación oprobiosa, mácula indeleble, sino de toda la historia republicana.

¡Que los canes y propagandistas palurdos celebren su pírrica victoria es poco importante! Que la nación sea golpeada criminalmente por la argolla de políticos tradicionales sí lo es!

¿Esta conclusión de la aspaventosa Megacomisión de chiquirriticos congresistas gárrulos y la carabina de Ambrosio son iguales, como dos gotas de agua? Claro que sí, sin duda alguna. ¡Espero que estas palabras tengan poder suasorio!

En fecha importante como la de hoy, 7 de julio, es interesante contrastar cómo los luchadores apristas genuinos de 1932 se lanzaron al ataque convictos, confesos, plenos en fe insobornable. Los que hoy traicionan el mensaje de los héroes civiles imponen su firma de vergüenza y aberración.

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