El fútbol es un deporte de autoestima. Te da seguridad en la medida en que lo practicas y entrenas. Pero no se trata de entrenar sólo físicamente sino que hay que además se debe hacer mentalmente. Tienes que entrar dispuesto a ganar y tener la seguridad mental de que esto es posible o, más bien, obligatorio. Por eso, los psicólogos especialistas en autoestima quiebran en Buenos Aires, porque ellos se creen campeones. Y a veces eso sirve, mientras los colombianos aspiramos máximo a ser subcampeones o terceros o clasificar, después de Brasil y Argentina.

Donde más se siente el peso de lo psicológico en el fútbol es cuando vas a patear un penalti. En un campeonato intersindical de fútbol en el que participábamos, Sinaltradihitexco, Sintrahosclisas, Sintrainalca, Uneb, INS y otros sindicatos, cuando jugábamos en una de las canchas del hoy cerrado Hospital San Juan de Dios, conocimos a Corredor, el mejor cobrador de penaltis.

Corredor alternaba el fútbol con la práctica del karate-do. Decía que el penalti no era un cobro cualquiera; que en ese tiro “él se jugaba la vida”, que requería tanta concentración como cuando se va a partir un ladrillo con la mano. Por esto, se preparaba para hacerlo. No sólo sabía patearlos sino que tenía una teoría sobre cómo taparlos, dándole instrucciones a su arquero cuando era necesario.

En el momento de cobrar el tiro, Corredor ponía el balón en el piso, procurando que no quedara en un huequito que le desviara el rumbo, se aprestaba a patearlo, no como todo el mundo lo hace, de frente al arquero, a cinco metros de distancia del balón para coger un buen impulso, sino que le daba la espalda al arco, a un paso del balón, pitaba el juez y ¡tenga!, un mediavueltazo con toda la fuerza, acompañado de un grito karateka y ¡adentro el balón! ¡Corredor no le daba la más pequeña oportunidad al arquero de que le viera las intenciones!

Corredor decía que si miraba el arquero ya estaba perdiendo, “porque los arqueros le manejan a uno la psicológica”, decía recordando a Chilavert, el paraguayo, que mide cerca de dos metros y que cuando tenía que tapar un penalti venía adonde el pateador, lo insultaba en guaraní, lo provocaba, se hacía el más alto, le corría el balón, y todo cuanto pudiera hacerle a su victimario. Esa era su defensa. Tenía claro que para cobrar un penalti se necesita estar bien, tranquilo, sin presiones. Entonces había que crearle esas inestabilidades al jugador que iba a patear. Luego se iba a su arco, se colocaba en el centro, extendiendo sus largos brazos a lado y lado, y moviéndose horizontalmente, para que el pateador se diera cuenta de que el arco no tenía espacios fuera de su alcance. Así, muchas veces los tapó.

En el penalti, el pateador es objetivo: coloca el balón, toma la distancia, decide hacia dónde dirigir el balón, define un punto de la bola en donde va a golpear y con qué parte de su pie, si con el empeine, con la parte interna o con la externa del pié, pues cada una tiene sus efectos; define la fuerza y ¡zas! Dispara. Todo esto se hace en menos de un segundo. Sabe que si lo mete es un héroe y si no lo mete es un villano, o sea que tiene mucho que ganar y mucho que perder.

El arquero es eminentemente subjetivo pero mira al jugador. Si es derecho o es zurdo, si se mueve de lado a lado; para poner más dudas al pateador, extiende sus brazos y los mueve; cierra los ángulos; mira el balón, ¡se viene el hombre! Y se manda a cualquier lado o se queda quieto. Aplica sólo probabilidades. Sabe que no hay penalti bien tapado sino mal cobrado. Sabe que si lo tapa es un héroe y si no lo tapa no es un villano. Tiene mucho que ganar y nada que perder. Esto le da más tranquilidad que su victimario.

A los mejores los hemos visto errar en los momentos más decisivos de algunos partidos: Maradona, Platini, Figo, Pelé, Juan Pablo Ángel. Sí, todos han botado los penaltis cuando más se necesitaban. Es un momento de decisión o indecisión en que a muchos nos tiemblan las piernas.

¿Qué será lo que tiene el penalti que a todos nos asusta? ¿Por qué hasta en los juegos nos aferramos al miedo?