El escritor y músico Gilad Atzmon.

Nota: en este artículo, los térmimos derecha e izquierda corresponden al mundo político estadounidense.

El debate interno debe ser una característica de todo movimiento que pretenda ser progresista. Para la derecha, la cuestión es más simple. Todos están por una sociedad que favorezca la «supervivencia del más apto», con poco Estado, con pocos impuestos, sin sistemas de seguridad social, sin gente de piel oscura atravesando las fronteras, con derecho a ganancias ilimitadas sin ningún tipo de restricciones ni regulaciones, con derecho a reclamar recursos naturales en el extranjero y a utilizar fuerza de trabajo extranjera y barata y, si los dirigentes extranjeros no quieren someterse, con derecho a emprender guerras en nombre de la «libertad» y de la «democracia». El programa es bastante sencillo y ponerse de acuerdo sobre él resulta relativamente fácil.

Sólo hay problemas cuando aparece en la escena mediática alguien como Sarah Palin y hay que asesorarla sobre temas que supuestamente debería haber estudiado en la enseñanza media, o cuando hay que definir si se puede considerar cristiano al candidato mormón Mitt Rommey. Pero esos son problemas son fáciles de resolver y, por lo general, esos personajes olvidan sus pequeñas divergencias en cuanto aparece un enemigo común. Por ejemplo, les resulta muy fácil ponerse de acuerdo cuando hay que acusar a Obama de socialista –cuando en realidad Obama se parece mucho más a un republicano del corte de Ronald Reagan– y sólo lo acusan por ser miembro del Partido Demócrata y porque quieren derrotarlo como sea.

Por el contrario, en el bando de la izquierda, cuyos militantes sienten verdadera preocupación por la humanidad y por el planeta, por valores universales como la Paz, la Justicia y los Derechos Humanos, por el desarrollo sostenible, entre otras cosas, el más mínimo desacuerdo desata lugar a un temporal de pasiones. Ello se debe a que existen muchos puntos de vista diferentes sobre los medios que pueden considerarse justos, equitativos y equilibrados para alcanzar los objetivos antes mencionados. Parece como si los menores matices tuviesen enormes ramificaciones y como si, para la izquierda, las diferencias de graduación generalmente se tradujesen en desacuerdos irreconciliables.

La pasada noche tuve la oportunidad de dar un concierto con el saxofonista y compositor Gilad Atzmon en el Geneva, en Nueva York, en beneficio del Deir Yassin Remembered Scolarchip Fund (en otros palabras, éramos dos judíos dando un concierto, sin cobrar ni un centavo, para reunir fondos para pagar los estudios de palestinos). Aquella mañana nos cruzamos en el hotel antes del desayuno. [Atzmon] me dice entonces que tiene algo que mostrarme y que no voy a creerlo. Entramos en su habitación, él enciende su ordenador portátil y se conecta con la página de una especie de documento, una declaración preparada por Ali Abunimah y firmada por diferentes activistas. Título del documento: «Los militantes y escritores palestinos condenan el racismo y el antisemitismo de Gilad Atzmon». [1] [2]

Ali Abunimah, periodista palestino-estadounidense y fundador del sitio Electronic Intifada.

¿Qué ha hecho Gilad Atzmon para dar lugar a una reacción tan extrema? Estudiar y escribir sobre la «judeidad», sobre SU judeidad, y sobre la mía.

¿Y qué tiene eso de malo? Se imponen aquí varias explicaciones. Hace mucho tiempo que los sionistas vienen tratando de asimilar el sionismo al judaísmo. Como siempre, el ala derecha usa una ideología simplificadora: al asimilar esos dos «ismos», los sionistas pueden justificar la posición según la cual oponerse al sionismo es un acto «antisemita». Los partidarios de la liberación de Palestina se oponen vigorosamente a esa asimilación, y tienen razón. Parece, sin embargo, que algunos han decidido oponerse a esa asimilación de una manera igualmente simplificadora: si sionismo y judaísmo son dos cosas diferentes y ya que el sionismo es la causa directa del problema, consideremos entonces que el judaísmo y la cultura judía no están implicados, y que no hay que tocarlos. No queremos que nos califiquen de «antisemitas» y necesitamos a nuestros aliados judíos dentro de este movimiento.

El problema con ese punto de vista simplificador es que no es acertado. El judaísmo y el sionismo son, efectivamente, dos cosas distintas. Pero, paradójicamente, mientras que el judaísmo prohíbe específicamente el sionismo (según la interpretación personal que yo defiendo), el sionismo está anclado en el judaísmo y en ciertos aspectos de la cultura judía, a su vez claramente enraizados en el judaísmo.

Es importante establecer la diferencia entre el judaísmo y la cultura judía, ya que muchos judíos, y entre ellos numerosos sionistas, son laicos e incluso antirreligiosos pero consideran su identidad judía como un elemento central de su propia persona. Es igualmente importante observar que la religión judía influye en la cultura laica judía, aunque no sea de manera conciente. No hubo judíos laicos hasta cerca de 1780. Sólo existía el judaísmo ortodoxo, y esa influencia persiste aún, incluso entre la importante población de ateos que se identifican como judíos y que están de acuerdo con el sionismo. Yo mismo soy producto de esa cultura. Como gran número de judíos religiosos y gran número de judíos antirreligiosos adoptan simultáneamente el sionismo y la identidad judía, nos encontramos con el problema de lo que es su identidad judía común y, por lo tanto, de la «judeidad».

En la vertiente religiosa del espectro tenemos a los rabinos judíos ortodoxos sionistas y a los rabinos judíos ortodoxos antisionistas. Ambos grupos dedican la mayoría de su tiempo al estudio de los libros sagrados judíos y, cuando no están estudiándolos, se dedican a señalarse mutuamente con el dedo mientras acusan al otro bando al grito de «ignorantes de la Torah!». Es este un debate en el que los iniciados no están autorizados a participar, ya que la iniciación consiste en dedicar la vida entera al estudio de los textos sagrados judíos. No hay más alternativa que dejarles ese combate permanente.

En la vertiente laica del espectro tenemos a los judíos menos religiosos, miembros de las sinagogas Reformistas y Reconstruccionistas –que pueden ser o no ateas– y a los miembros de las sinagogas ateas. No, es un error. Existen sinagogas «humanistas» que, más que al servicio de Dios, sirven a su judeidad. Y tenemos también a muchos judíos que no son miembros de ninguna sinagoga. Muchos judíos laicos son fuertemente sionistas y otorgan gran importancia a su identidad judía. Existe, por lo tanto, entre los judíos una gran diversidad de prácticas y de creencias religiosas y, a pesar de ello, lo que todos tienen en común es la valorización de su identidad judía, de su «judeidad». La diferencia entre religiosos y laicos es que los religiosos perciben los orígenes de los elementos constituyentes de la judeidad cultural, mientras los laicos generalmente no tienen conciencia de esos elementos.

Tenía yo nada más que 7 años cuando una niña de mi aula me dijo: «Mi papá dice que ustedes mataron a Jesús.» Y yo le respondí que yo no había matado a nadie. Aquella acusación me impresionó tanto que se lo conté a mis padres, que se quedaron a su vez horrorizados. Por muchos años atribuí aquel fenómeno al «antisemitismo». Yo había tenido la desgracia de ser víctima, a una edad muy temprana, de aquella horrible acusación, proferida contra los judíos desde el nacimiento mismo del cristianismo.

Así que podrán ustedes imaginar mi asombro cuando, muchos años después, en 2006, conocí la experiencia de la militante pacifista sueca Tove Johansson. Ella escoltaba un grupo de escolares palestinos a través de las multitudes colonos hostiles judíos en Hebron, cuando estos últimos comenzaron a corear: «¡Nosotros matamos a Jesús y también los mataremos a ustedes!» Incluso le rompieron a ella una botella en la cara, causándole graves heridas. Existen además numerosos informes sobre colonos judíos que asumen con orgullo la responsabilidad de haber asesinado a Jesús, algo que yo siempre consideré una acusación falsa, lo cual me llevó a investigar por mi cuenta. Descubrí en los escritos del investigador judío-palestino Israel Shahak que existía en efecto una base talmúdica de aquella afirmación. También descubrí que aunque al parecer son pocos los judíos que conocen los escritos de Shahak, la mayoría de los que los conocen detestan a ese autor, aunque ninguno ha logrado aún presentarme el menor argumento en contra de sus afirmaciones.

Rich Siegel.
Llevando una pancarta que dice: «¿Cuándo judíos cuentan de que Israel es una locura?»

Me relacioné con la defensa de la causa palestina después de haber tomado primeramente conciencia de ciertos dramáticos problemas de la cultura judía en la que me educaron. Crecí en una sinagoga Reformada en la que se habían reunido muchos judíos ateos, y también algunos que tenían creencias religiosas, para educar a sus hijos en el seno de la identidad judía y para respaldar a Israel. Yo estaba familiarizado con la idea de que era un privilegio ser miembro de este pueblo universalmente despreciado, odiado sin razón alguna, pero más inteligente y moral que los demás. Me decían que Israel nunca había perjudicado a nadie, y que los árabes odiaban a los judíos sin razón alguna, de la misma forma como los demás habían odiado siempre a los judíos, sin razón alguna.

Habiendo llegado a creer en Dios cuando yo era ya un joven adulto, hice un reexamen del judaísmo, o más exactamente de la «judeidad» en la que había crecido, y llegué a identificar claramente la existencia de una doble idolatría: el culto gemelo de la identidad judía y de Israel. Y comencé a alejarme de lo que identificaba como el culto de la identidad judía. Pero, aún a pesar de esa toma de conciencia, yo estaba tan adoctrinado por la propaganda sionista que no cuestionaba lo que me habían enseñado. Por ejemplo, yo no cuestionaba la historia de los judíos que querían ser buenos vecinos de los árabes y de los líderes árabes que –en 1948– habían lanzado exhortaciones radiales para que los suyos se retirasen temporalmente, cuando tenían intenciones de echar los judíos al mar. ¿Por qué teníamos nosotros que permitirles volver, si ellos habían querido acabar con nosotros al igual que Hitler?

Yo comprendo que los militantes judíos a favor de Palestina provienen de medios y de experiencias diferentes, y que no todos sienten las mismas necesidades de que yo. Sé que hay entre ellos gente que quisiera apoyar a Palestina y conservar a la vez su propia identidad judía, y que hay otros que quieren además abrazar la religión judía, a diferentes niveles. Pero yo no, y no permitiré que ni Ali Abunimah ni otros obtusos me digan que no tengo derecho a analizar mi propia cultura y mi propia religión. Sus objeciones, claro está, están dirigidas a Gilad Atzmon, no a mí. Pero cuando la emprenden con él, es como si por extensión la emprendiesen conmigo, y con todos los que, como yo, han tenido que luchar contra las mentiras que les dijeron a lo largo de sus vidas.

Cuando, habiendo alcanzado ya la madurez, acabé por comprender en toda su extensión la naturaleza criminal del sionismo, no me dije: «Oh, Dios mío, vamos a resolver este problema pero protegiendo el judaísmo y la identidad judía de quienes quieran vincularlos». Nada de eso. Mi respuesta fue más sencilla y espontánea: «¡Oh, Dios mío! ¿De qué enfermedad provengo yo?» Yo tengo derecho a hacerme esa pregunta y a buscar respuestas. Tengo derecho a hablarle a aquel niño de 7 años, víctima del antisemitismo, que todavía vive en mí, y a tratar de ayudarlo a comprender aquella experiencia.

En los años 1980, en una entrevista realizada en el programa de la televisión estadounidense 60 minutes, Mike Wallace tenía enfrente a Meir Kahane, el tristemente célebre rabino de Brooklyn, hoy desaparecido, que se había convertido por aquel entonces en miembro del parlamento israelí (Knesset) y que era partidario de la expulsión de todos los árabes de toda la Palestina histórica (tanto de los árabes israelíes como de los árabes que vivían en los territorios ocupados).

Wallace: «Usted propuso a la Knesset una ley contra los árabes increíblemente cercana a las leyes nazis de Nuremberg de la época de Adolf Hitler.»
Kahane: «Señor Wallace, uno de los problemas de los judíos es que no reconocerían un concepto judío ni tropezando con él de narices. Yo me limité a seguir el Talmud. La mayoría de los judíos piensan que el judaísmo es Thomas Jefferson. Pero no es así.»

A mí me educaron en una «judeidad» muy diferente de la que pretendía ser. Así que hice donaciones para plantar árboles en Israel y recibí bonos sobre la deuda israelí como regalo de Bar Mitzvah. Por eso me uní a grupos de la juventud sionista y presidí uno de ellos, viví y trabajé en Israel cuando tenía unos 20 años, creyendo durante todo ese tiempo en un sistema basado en mentiras. Así que tengo derecho a analizar ese culto que me mintió, ese culto al que logré sobrevivir y que abandoné.

Creo que hablo en nombre de todos los que apoyan la causa palestina, incluyendo al propio Atzmon y a sus detractores, cuando digo que pienso que la prioridad número uno para todos nosotros es impedir que los sionistas maten ni un niño más. ¿Cómo lograrlo? Creo que si lo supiésemos estaríamos dispuestos a mentir, a robar, a hacer trampa, a hacer lo que hubiera que hacer. Pero no lo sabemos. ¿Poner límites a lo políticamente correcto, a lo que es o no ideológicamente aceptable nos ayuda a lograr nuestro objetivo? ¿La censura, la exclusión, el anatema, todas esas cosas que se decretan contra lo que Atzmon trata de hacer, sirve todo eso para algo o no son más que instrumentos de la discordia? ¿Se divierten o no los sionistas viendo como se divide el bando de los propalestinos?

Por supuesto que tenemos derecho a exigir ciertos límites. Por ejemplo, sería mejor que los que apoyan simultáneamente la causa de la supremacía blanca y la de Palestina se mantuvieran lo más alejados posible de esta última y deberíamos evitarlos. No es ese el caso de Atzmon ni el mío. El racismo nada tiene que ver con nosotros. Se trata simplemente del análisis de la religión y de la cultura que ha engendrado el sionismo.

Abunimah pone en boca de Atzmon las siguientes palabras:

«Nadie puede a la vez definirse como judío y trabajar por la solidaridad con Palestina, porque definirse como judío es ser sionista.»

No entiendo cómo puede alguien afirmar que Atzmon dice eso cuando él habla abiertamente de los judíos ortodoxos de Neturei Karta. Pero hasta en ese caso, una interpretación simplificadora sería incompleta. El hecho que existan judíos antisionistas no quiere decir que el sionismo no tiene nada que ver con el judaísmo, con la cultura judía o con la «judeidad». Neturei Karta también cree en el exilio y en el regreso a esa tierra, pero no hoy ni en estas condiciones.

Rich Siegel y Gilad Atzmon.

Puedo entender que, desde el punto de vista palestino, muchos consideren superflua toda investigación sobre la judeidad. Sólo quieren el fin del sionismo, y resulta comprensible. Pero, ¿por qué no desaparece el sionismo? La ONU adoptó la resolución 194 hace 64 años y la ha ratificado nuevamente muchas veces. ¿Por qué no han podido regresar los refugiados? Ha habido varios «procesos de paz». ¿Y por qué no ha llegado la paz? Varias administraciones estadounidenses sucesivas han presionado durante décadas para que se ponga fin a la expansión de las colonias. ¿Por qué sigue la expansión de las colonias? ¿Qué se esconde tras esa propensión casi sobrehumana del sionismo al belicismo? ¿O a la mala fe? ¿Por qué los gobiernos del mundo entero miran para otro lado y actúan como si nada sucediera? ¿Y cómo es posible que Estados Unidos luche por las guerras de Israel? ¿Cómo es posible que a lo largo de toda mi vida yo haya tenido que oír a mi pueblo lamentarse sobre el Holocausto mientras se niega a reconocer los crímenes cometidos en Palestina? ¿Qué amplitud puede tener un culto que durante la mayor parte de mi vida logró esconderme, a mí, a uno de sus hijos, la limpieza étnica en Palestina?

Si algunos prefieren creer que el sionismo no es más que una aberración un poco rara que se desarrolló a partir de una cultura y de una religión sana, que les vaya bien. Como persona a quien se le ha mentido a lo largo de toda su vida, yo quisiera saber lo que Kahane quería decir cuando se burlaba de mí diciendo que yo no reconocería una idea judía ni tropezando con ella de narices. Bueno, ahora ya lo sé. Y seguramente tengo derecho a analizar libremente, y a expresar ideas, y también lo tiene Gilad Atzmon.

En cuanto a los que no gustan de las ideas de Atzmon, están en su derecho de expresar su desacuerdo. Están en su derecho de decir que Atzmon no los representa a ellos. Pero organizar una lista de los que se ponen de acuerdo para contradecirlo, eso es vergonzoso y, en mi opinión, es perjudicial para la causa.
Es algo que amerita arrepentimiento y excusas.

titre documents joints


La parabole d’Esther: Anatomie du Peuple Élu. La parabola de Ester, anatomía del pueblo elegido

Ediciones Demi Lune (Francia) libro publicado en francés del original en inglés: « The Wondering Who ? » obra de Gilad Atzmon.


(JPEG - 17.2 kio)

Article adjunto:
 “Gilad Atzmon talks about his latest book “The Wandering Who?”, en inglés, por Silvia Cattori, Voltaire Network, 30 de septiembre de 2011.

[1US Palestinian Community Network : « Granting No Quarter : A Call for the Disavowal of the Racism and Antisemitism of Gilad Atzmon », signé par Ali Abumanih et une liste de personnalités palestiniennes, 13 mars 2012.

[2«A Response to Ali Abunimah & Co.», par Gilad Atzmon, 14 mars 2012, http://www.gilad.co.uk