"Siempre es más fácil proclamar que
se rechaza que rechazar realmente".

Jean-Paul Sartre

Mercedes Pardo. Helios, 1972 (framento)

A sabiendas de que existen planos y territorios de distinta naturaleza en cualquier enunciado de "socialismo". Es decir, la dimensión política es sólo uno de muchos otros vectores que entran en juego en la formulación del carácter de la sociedad por la cual vale la pena batirse.

Las relaciones de dominación son el asunto

Es probable que usted no cuente con un "modelo" de la sociedad por la que lucha. Es posible que su "maqueta" de sociedad deseada no contenga todos los elementos que deberían estar. Podría ser que sus sueños de "sociedad feliz" no convenzan del todo a los espíritus exigentes que demandan precisiones. Pero si usted tiene suficientemente claro contra qué (contra quién) se bate, tenga la certeza que lleva más de la mitad de la pelea ganada. En este punto no cabe vacilar: se trata de torcerle el cuello a la lógica de la dominación que está instalada en todas las relaciones, en todas las prácticas y discursos, en todos los aparatos e instituciones, en todos los sistemas de representación.

Es ese el punto de partida de una visión verdaderamente subversiva, es decir, que se propone deconstruir en su raíz el sentido mismo instalado en los tuétanos de la sociedad. No hay revolución que valga si no se disuelven las lógicas de sentido que fundan la dominación. No hay cambio que valga si no se transfiguran los contenidos de las prácticas y discursos que están en las fundaciones de la civilización del capital.

La revolución es precisamente contra la lógica de la dominación. He allí la primera regla de una sensibilidad efectivamente transformadora. Sensibilidad sin la cual ocurre lo que ya conocemos en la tragedia de los "socialismos" burocráticos: las mismas relaciones de dominación recubiertas con la coartada de la revolución. Que esta desgracia haya ocurrido de esta manera no se debe a la "traición" de un espíritu maquiavélico que se infiltró en la fila de los buenos. Ello es sencillamente el testimonio de la enorme dificultad de desinstalar mentalidades, pulverizar sistemas de valores, abolir representaciones (cognitivas, éticas, afectivas, estéticas).

El cambio cultural que supone la irrupción de un proceso civilizatorio de nuevo tipo son palabras mayores. Esto queda muy lejos todavía de planes de gobierno, de estrategias de gestión y esquemas de transición, que siendo insoslayables en el terreno práctico de los procesos políticos de cambio, son al mismo tiempo el gran distractor para que las transformaciones verdaderas nunca lleguen. !Cuántos gobiernos de izquierda se consumen en la administración de la sociedad heredada sin poder colocar siquiera una pequeña marca que indique una mutación socio-política y socio-cultural irreversibles!

Si de lo que se trata es desmontar las relaciones de dominación donde quiera que estas aparecen (y aparecen por todos lados) entonces debemos dar el siguiente paso: identificar en las distintas esferas la cristalización de esta lógica, visualizar en cada dimensión de la sociedad la manera como se expresa esta racionalidad dominante, en fin, dotarnos de la "caja de herramientas" pertinente que nos permite detectar en cada ámbito la materialización de esta lógica de la dominación.

Desde luego ese no es un ejercicio simple de poner una etiqueta aquí y otra etiqueta allá. Tampoco una labor de erudición reservada a unos "sabios" que van por el mundo provistos de su personal detector de dominación. Estamos aquí en el corazón de un descomunal desafío intelectual que se ha saldado permanente con derrotas y frustraciones: el pensamiento de la izquierda ha sido históricamente incapaz de desembarazarse del paradigma epistemológico heredado.

Es ya proverbial el síndrome del aguerrido compatriota que entrega su vida con heroica valentía contra el imperialismo, y al mismo tiempo, está lleno de taras epistemológicas, de visiones reaccionarias en el terreno estético, de comportamientos insólitos en su vida de pareja, etc. Ello no es para nada casual; se juega allí la evidencia de los desafíos de una revolución verdadera, es decir, que trastoque la lógica de sentido que funciona eficazmente en todos los planos de la vida.

¿Cómo pude ser pensada la dominación con un pensamiento dominado? ¿Cómo puede ser erradicada la dominación con individuos dominados? ¿Cómo puede hacerse una revolución con modos de pensar y con prácticas que reproducen lo que se quiere transformar? He allí el nudo de estas tensiones que aparecen en la vida cotidiana, en el quehacer de millones de camaradas que militan con la mayor entrega en la compleja tarea de producir cambios que expresen el ideal emancipatorio de una sociedad radicalmente libre.

En el terreno particular de lo político aquella mezcolanza tiene efectos especialmente perniciosos: sea que el pensamiento crítico reproduce la racionalidad de la ciencia política normal (con lo cual se inhabilita para mantener consistentemente una crítica del orden vigente), sea que la izquierda ejercita funciones de gobierno ocupando los aparatos del viejo Estado (agotándose en el dilema de tener que producir resultados inmediatos y visibles para la gente y al mismo tiempo demoler la cultura organizacional heredada). El resultado más frecuente de esta dialéctica es la anulación de la capacidad de transformación por efecto de la reproducción de la poderosa inercia del pragmatismo, de las urgencias de la práctica cotidiana, de la complejidad misma de los procesos políticos.

Los nuevos contenidos de una política libertaria

En Venezuela y en la región latinoamericana están coincidiendo dos macro-fenómenos que no suelen marchar juntos: por un lado, las reelaboraciones del pensamiento político tradicional que ha entrado en una profunda crisis; por otra parte, la ebullición de nuevas emergencias políticas que han puesto en jaque las viejas fórmulas de reproducción del poder. Esta convergencia puede acelerar los procesos de reformulación teórica que van a la base misma de las maneras de entender el espacio público.

Conectándose con otros ámbitos de la sociedad con los que debe existir una razonable coherencia, el nuevo espacio público ha de ser –en su propia definición—la cristalización de relaciones sociales liberadoras, expresión de las rupturas que van generándose en todos los nudos de dominación que están soldados en la vida productiva, en las relaciones afectivas, en los espacios típicos de la escuela, la medicalización del cuerpo y los intercambios simbólicos vehiculados por la cultura.
El espacio de lo político es de igual manera un ámbito privilegiado para la construcción de los nuevos contenidos de las relaciones sociales que se van emancipando del yugo de la razón instrumental.

Deslastrados de los imperativos metafísicos de un "Sujeto" revolucionario, podemos ahora transitar la construcción de nuevos espacios de socialidad a partir de la vida cotidiana de la gente, sobre la base de las pulsiones gregarias que emanan de la praxis colectiva, conectando todo con todo: sin las pretensiones de un mega-proyecto ideológico que contendría en sí mismo la potencia moral para guiar la conducta de las personas. La gente común no es "revolucionaria" porque milite en un aparato político sino porque se hace cargo—por cuenta propia—de las implicaciones microfísicas de la trama de relaciones donde está inmerso.

A partir de allí resulta fácil realizar las conexiones de sentido con las prácticas de los otros, con las luchas y aspiraciones de gentes que están en cualquier parte del mundo. En el pasado "el partido" era el dispositivo cuya misión consistía en garantizar esta conciencia orgánica. Hoy, la idea misma de "partido" está en ruinas porque no se corresponde ya con las nuevas modalidades de intermediación de demandas políticas, y mucho menos, con la sensibilidad y horizontes de otra forma de entender la participación.

Justamente la díada participación/representación, en su más rancia raigambre Moderna, ha entrado estrepitosamente en crisis. La decadencia de la democracia liberal y su proverbial incapacidad para acompañar cualquier proyecto de efectiva justicia social en las regiones del Sur es un testimonio fehaciente del vaciamiento de la "representación" (¿Quién representa a quién?). Los rituales de la institucionalidad liberal han quedado al desnudo. Su eficacia manipuladora ya no funciona con la impunidad de otros tiempos.

La "participación" mediada por las formas institucionales tradicionales es hoy un punto de tensión de primer orden. Precisamente allí se juega el enorme desafío de innovar: nuevas formas de gestión política, una nueva institucionalidad democrática, nuevos tejidos para la participación autogestionaria en todos los órdenes, máxima autonomía de actores respecto a las lógicas burocráticas del Estado.

En la misma dirección la vieja política hace aguas porque se han roto las cadenas identitarias que aseguraban casi automáticamente la reproducción de las lógicas de sentido de la dominación. Poderosas cadenas proveedoras de "identidad" como la familia, la iglesia, la clase, el grupo, el partido, la escuela, la nación, etc. están severamente afectadas por la implosión del gran proyecto de la Modernidad. El "fin de los grandes relatos" es precisamente la crisis de esos espacios para garantizar por inercia la reproducción pura y simple del poder. "El fin de la Modernidad" planteado por Gianni Vattimo consiste en la clausura de un tipo de racionalidad que ha funcionado durante siglos como "cemento" de la cohesión social. En el terreno de lo político esta crisis se expresa abiertamente como vaciamiento de los cascarones democráticos, como saturación del discurso ideológico, como explosión de los "canales" convencionales de participación, como ilegitimidad radical de toda forma de representación.

Ello indica claramente que los desafíos de un nuevo proyecto emancipatorio tienen necesariamente que situarse más allá de esas formas típicas del discurso político de la Modernidad. Salta a la vista uno de esos retos encumbrados: producir—aquí y ahora—nuevas formas de gestión política que expresen genuinamente la emergencia de nuevos actores, la eclosión de formas inéditas de implicación en los procesos de construcción colectiva, la configuración de nuevas discursividades a tono con la intersubjetividad que va apareciendo por todos lados, en fin, la consolidación de nuevos espacios de vida en común que sólo son imaginables en el desmontaje radical de las infinitas formas de dominación que tejen la vida cotidiana en todas las esferas de la práctica social.

De lo que se trata es de construir un nuevo proyecto cultural que contenga en las profundidades de su naturaleza más íntima los antídotos frente a las perversiones del poder (que se reproduce mañosamente en cada gesto que intenta desbancarlo). Un espíritu innegociablemente crítico, la voluntad de revuelta frente a lo dado, la pulsión subversiva que se atreve frente a las consagraciones, la capacidad de transgredir lo que viene dado como "normal", son todas ellas notas distintivas de esa otra "caja de herramientas" de la que podemos echar manos para pensar los nuevos tiempos.

Un discurso político crítico puede emerger de un clima cultivado en este tono. En buena medida ese camino está siendo transitado hoy en América Latina por muchas tendencias intelectuales. Tenemos ya un valioso repertorio de análisis y propuestas que formarán parte insoslayablemente del patrimonio intelectual común con el que contamos.

Las tendencias posmodernas juegan su rol aportando una mirada crítica en relación con la debacle de la Modernidad política. De allí se nutre una valiosa discusión que aporta nuevos conceptos y nuevas sensibilidades. El debate entre las distintas corrientes del pensamiento crítico irá perfilando la agenda de este nuevo tiempo. En el punto de partida nadie tiene derechos adquiridos en esta discusión. Las ideas se irán condensando según su calidad y su performatividad. Todo lo demás está sobrando.