El el documentado libro Guerreros civilizadores, política, sociedad y cultura en Chile durante la Guerra del Pacífico, Carmen Mc Evoy, Ediciones Universidad Diego Portales 2011, hay muy interesantes aportes de análisis. Leamos algunos párrafos que se transcriben literalmente y en procura de una exégesis enriquecida:

“Un estudio detallado de la relación que Pinto sostuvo con sus adjuntos, en especial con su alter ego, el Presidente en campaña Rafael Sotomayor, y también con su súper ministro, Santa María, permite descubrir que si bien el centro neurálgico del Estado chileno se mantuvo en La Moneda, su operatividad y su poder dependió en su capacidad de desdoblarse a través de la labor eficiente de sus emisarios. Lo que en realidad se ensayó entre 1879 y 1881 fue una suerte de apresurada descentralización mediante el traslado de las vanguardias estatales a los márgenes, primero a Valparaíso, luego a Antofagasta, Tarapacá y finalmente a Lima. De esa manera el Estado guerrero, comandado inicialmente por Pinto y luego por Santa María, logró culminar en la ocupación del Perú, esa larga búsqueda de la tan ansiada independencia, tanto a nivel de autonomía económica, de monopolio de la violencia y de gestión política. 50

La guerra contra Bolivia y el Perú era una excelente ocasión para replantear el rol de un gobierno debilitado por los embates de una crisis política y económica inédita en la historia nacional. En agosto de 1879 uno de los editoriales de El Moscardón, periódico publicado en el puerto de Valparaíso, recordó el “desquiciamiento” que se vivió en Chile, durante la administración Pinto, quien fue acosado por “las pasiones de círculo”, la “discordia”, la “anarquía” y el “vandalismo”. En medio de una situación dramática la república sudamericana recibió a un “genio salvador” llamado guerra, la que, paradójicamente, significó su “despertar”, su vuelta a la “cordura” y el principio de su “regeneración”. 51 En “Gracias al Perú”, un editorial publicado en El Barbero, su autor aludió a “los milagros” que el estallido de la guerra derramó sobre la sociedad chilena, en especial de su maltrecha hacienda. A raíz del conflicto trinacional, Chile, a quien como consecuencia de su entrada en la guerra se le auguraba una “alborada de un nuevo día de brillante esplendor”, duplicó la exportación de trigos, harinas y metales. En el país desapareció la crisis metálica y empezó a circular el oro, disminuyó la criminalidad y el robo que lo azotaban y se estimuló el accionar de un ejército sumido en la abulia. Sin embargo, el gran beneficio de la guerra estaba aún por llegar. La pequeña nación sudamericana que se encontraba “mal en su agricultura, mal en sus minas y peor en casi todas sus industrias” muy pronto recibiría salitre, guano y minerales además de doce millones sonantes como indemnización de guerra”. 52 Es dentro de una tendencia pendular en la cual la guerra es vista como riesgo pero también como una inigualable oportunidad de rmontar esa crisis estructural, analizada brillantemente por Luis Ortega, 53 que debemos incorporar el rescata de una vieja conseja por parte de un colaborador de El Taller. El “no hay mal que por bien no venga” del aludido redactor sirvió para justificar un conflicto que, de acuerdo a sus palabras, era el medio más adecuado para resolver una serie de problemas que afrontaba Chile, entre ellos su espinosa “cuestión social”. 54

Cuando en 1880 Isidoro Errázuriz manifestó ante el Congreso de la República el hecho de que la guerra además de ser un excelente “negocio” para quienes la declararon tuvo también un rol preeminente en la “salvación” nacional el político confirmó todos los vaticinios desarrollistas a los que nos hemos venido refiriendo. La conflagración con Bolivia y Perú llegó a Chile en el momento de la postración más absoluta, cuando la carencia de trabajo provocó hambre, desesperación e incluso la multiplicación del crimen entre sus habitantes”. 55 En ese contexto, la riqueza peruana e incluso parte de su infraestructura fue determinante en el despeque económico de Chile. Después de pedir ante el Congreso de la República que se embarcasen los rieles de los ferrocarriles peruanos para tenderlos entre Parral y Cauquenes, Errázuriz admitió que la ocupación del Perú remedió en parte la situación del erario chileno. En efecto, las aduanas peruanas que producían entre cinco y seis millones de pesos eran una fuente extraordinaria de riqueza para la hasta hace poco empobrecida república sureña. La guerra transformó al país, abriendo un área inmensa para el empresariado nacional, y reavivó, por añadidura, la vitalidad de la república. 56 A una conclusión similar llegó Manuel Soffia, quien desde el puerto del Callao, ocupado por las fuerzas expedicionarias, le escribió a Pinto señalando cómo el desafío “colosal” de la guerra tuvo estupendos resultados para el país ganador. El aumento de sus industrias y la prosperidad de su comercio y de su riqueza pública y privada daban cuenta de una situación diametralmente opuesta a esa otra que el inquilino de La Moneda debió enfrentar en 1876 y que Soffia describió como “difícil, con crisis, con pobreza y con un horizonte cubierto de nubarrones”. 57 El futuro jefe político militar de Tacna hablaba con conocimiento de causa. Durante su gestión como Intendente del Maule él fue testigo de la precariedad de un Estado incapaz de proveerle el armamento necesario para luchar contra la delincuencia que asolaba las provincias a su cargo. 58

La correspondencia entre Lorenzo Claro y Aníbal Pinto en diciembre de 1878 muestra, por otro lado, los peligros de una estrategía que pretendía remontar la crisis política y económica y doméstica mediante el recurso “salvador” de una guerra internacional. Porque si la derrota apuntaba a “la ruina del país por dos generaciones”, la victoria marcaría el inicio de una permanente hostilidad con dos vecinos no sólo sometidos sino totalmente “arruinados”. 59 La temeraria empresa consistía en jugarse a una carta “toda la bolsa” 60 de una república cuyo erario se hallaba por esa fecha en los límites de la indigencia. 61 Cabe recordar que Antonio Varas mostró, incluso, serias dudas respecto al triunfo nacional debido a la existencia de un orden político interno “muy difícil” de “calcular”. A lo que el ex ministro de Manuel Montt verdaderamente temía era al espíritu de facción que reinaba en el Congreso de la República el que, según sus predicciones, no actuaría en concordancia con los intereses del país. 62” (pp. 36-39, ob cit.). Hasta aquí los párrafos transcritos del original.

Infiérese de manera inconcusa que la guerra que Chile planteó al Perú y a Bolivia tuvo características muy claras de una rapiña confirmada en el decurso de la misma. ¿Persistirán “glorificando” nuestros historiadores al llamar “Guerra del Pacífico” lo que fue una exacción invasora y expoliadora entre 1879 y 1884, con la complicidad de no pocos a quienes los textos oficiales han convertido en “héroes”?
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Notas

50 Estos argumentos aparecieron originalmente en Carmen Mc Evoy, “Chile en el Perú: guerra y construcción estatal en Sudamérica, 1881-1884”. Revista de Indias, Vol LXVI, No. 236, (2006), pp. 195-216.

51 El Moscardón, 30 de agosto de 1879.

52 El Barbero, 22 de noviembre de 1879.

53 Orrego, Chile en ruta al capitalismo.

54 El Taller, 7 de marzo de 1879.

55 En ese sentido es muy reveladora la carta escrita por Santa María a Pinto, a dos días de la declaratoria en la que confesaba estar desesperado y entristecido por la pobreza de Chile. AN.FV. 416. Domingo Santa María a Aníbal Pinto, Santiago 16 de febrero, f.4. Lo es también aquella otra enla que el ministro y futuro presidente señala que “Dada nuestra situación económica, la guerra verdadera sería una calamidad, pero guerra que habríamos de sostener por mil motivos”. (f.6). Santa María no exageraba, Luis Ortega observa que las exportaciones chilenas cayeron en un 26% y la capacidad para importar se redujo significativamente.
Más aún. Entre marzo de 1873 y el verano de 1879 el peso se depreció 40.4% respecto a la libra esterlina. Las obligaciones derivadas de la deuda pasaron a constituir el 23.1% del gasto corriente en 1879. Sin embargo, la gota que rebalsó el vaso fue la nacionalización del Perú de sus salitreras. Ortega, Chile en ruta al capitalismo, pp. 435-442.

56 Cámara de Diputados, Sesión Ordinaria, 9 de agosto de 1880. La referencia sobre el embarque de los rieles peruanos a Chile es de Zoila A. Cáceres. La Campaña de la Breña (Lima: Imprenta Americana, 1921), p. 89.

57 Manuel Soffia a Aníbal Pinto, Callao 2 de junio de 1881, en AN. FV. Vol. 416, f. 276.

58 AN.MG. Correspondencia entre la Intendencia del Maule. 1874-1883, en especial el oficio del 7 de agosto de 1878.

59 Lorenzo Claro a Aníbal Pinto, La Paz 26 de diciembre de 1878, en AN.FV. Vol. 838, f. 41.

60 Domingo Santa María a Antonio Varas, 11 de junio de 1879, en Correspondencia de Antonio Varas, pp. 131-139. De “la tristeza” de Santa María frente a “lo inevitable” de la guerra con el Perú da cuenta su correspondencia con Pinto especialmente las cartas del 13 y 14 de marzo de 1879. AN.FV. Vol. 416, f. 10 y 11 respectivamente.

61 De acuerdo al senador Abdón Cifuentes “la pobreza del erario” chileno había llegado “a los límites de la indigencia”, Ortega, Chile en ruta al capitalismo, p. 427.

62 Antonio Varas a Rafael Vial, Santiago 21 de enero de 1879, en Correspondencia de Antonio Varas, pp. 8-10.

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