" ...dos civilizaciones significan
dos proyectos civilizatorios,
dos modelos ideales de la
sociedad a la que se aspira..."

Guillermo Bonfil Batalla

Paolo Leone, ? 1998

Al reflexionar sobre el devenir cultural venezolano, dimensión que abarca todos los espacios de vida de nuestra sociedad, hemos vuelto la mirada sobre la obra de un gran amigo que nos dejó a destiempo, el antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla. El México Profundo [1] -decía Guillermo- "...está formado por una gran diversidad de pueblos, comunidades y sectores sociales que constituyen la mayoría del país... grupos portadores de maneras de entender el mundo y organizar la vida que tienen su origen en la civilización mesoamericana...". Este concepto es reminiscente del expresado en 1920 por Julio César Salas [2] , uno de los precursores del pensamiento social venezolano, quien afirmaba: "... Poco interesante resulta para este objeto la investigación etnológica de las clases acomodadas, «la gente decente», como se ha dado en llamar a los ricos en América, pues sus costumbres son meras copias imperfectas de la civilización europea, y los rasgos típicos de la raza venezolana sólo se hallan en las clases medias y bajas, donde juntamente con las influencias atávicas, se revelan las modalidades que durante siglos reflejaron sobre esos individuos las condiciones físicas, clima, topografía, alimentación, etc....de allí que los estudios de las costumbres actuales de los pueblos de Latinoamérica tengan por base el íntimo conocimiento de esa raza a través de su historia de cuatro siglos..."

Aquellos conceptos expresan un profundo pensamiento sobre el tema de la civilización, el cual no puede o no debe ser visto como un problema intrascendente o postergable, particularmente en las condiciones actuales que vive no sólo nuestro país, Venezuela, sino toda la América Latina en su conjunto. Ello es un problema urgente, porque un proyecto civilizatorio se expresa concretamente en un proyecto de país, en el proyecto de sociedad que se va a construir.

Las decisiones que necesariamente deberán tomar los grupos dirigentes del proceso bolivariano para definir y consolidar definitivamente las transformaciones sociales por las cuales abogamos, tienen que enmarcarse dentro de un proyecto civilizatorio bolivariano cuyo éxito debe estar situado más allá del debate político inmediato, por encima del oportunismo clientelar partidista que no se atreve a rebasar la estrecha y dogmática concepción de la cultura, de la política cultural característica del anterior proyecto civilizatorio que nos fue impuesto por el primer mundo, con el concurso activo de una dirigencia fantasmagórica de la cuarta República y que todavía conserva profundas raíces en el proceso bolivariano.

Nunca antes nuestro país había tenido una crisis existencial como la presente, por la simple razón de que el componente social principal, la mayoría del pueblo venezolano, había vivido reprimida, subsumida dentro de un proyecto civilizatorio que se asumía como verdad única, como expresión eterna de la realidad venezolana.

Al analizar en perspectiva los últimos 500 años del proceso histórico venezolano, cumplidos a partir del siglo XVI, observamos una constante que se repite en las diferentes encarnaciones de la clase social que ha dominado hasta el presente los destinos del pueblo venezolano: la construcción de un proyecto nacional al margen de nuestra propia realidad, donde se asume como una premisa universal que la cultura, la concepción del mundo y de la vida que posee y proyecta la clase dominante minoritaria es y debe ser la que anime a ese resto, 80% de la población, exponentes del sincretismo de diversos otros proyectos civilizatorios que han cuajado en la historia, en la cultura de la Venezuela Profunda.

El proyecto nacional bolivariano debe definirse en los términos de esa Venezuela, en términos civilizatorios, con todo lo que ello implica sobre el reconocimiento de nuestra singularidad como pueblo dentro de la variedad de proyectos nacionales que comienzan a definirse en América Latina, particularmente en aquella comunidad de naciones que representan la avanzada del Estado de nuevo cuño, la utopía concreta de la comunidad multinacional: Venezuela, Cuba y el Caribe Oriental, Brasil, Argentina y quizás Uruguay.

El sueño bolivariano es lograr la Patria Grande, pero sin olvidar que el imperio, representado por el gobierno de las transnacionales estadounidenses, tiene una estrategia inmediata, el ALCA, diseñada no solo para apropiarse de todos los medios y recursos de producción de América Latina, sino de imponernos para tal fin un proyecto civilizatorio, el american way of life, que supone el fin de nuestros procesos culturales nacionales, el fin de nuestra historia como pueblos libres e independientes.

Lamentablemente, muchos países latinoamericanos han sido ya tragados por el ALCA y prácticamente perdido su independencia como naciones soberanas: el querido México de Guillermo, Centroamérica, la República Dominicana, la Colombia de Fals Borda y de Camilo, el Ecuador de nuestro recordado Agustín Cueva, el Perú de Mariátegui, el Chile del compañero Allende y - próxima posible víctima- Bolivia, sin que nosotros hayamos concretado todavía un proyecto nacional sustitutivo, un proyecto civilizatorio que resuma las diversas formas y acciones para transformar la realidad basándonos en el conocimiento de nuestra propia historia, los instrumentos materiales para consolidar la conciencia histórica y la conciencia social, las nuevas formas y técnicas de organización, participación y protagonismo social y político de las comunidades que solo pueden adquirir realidad en el marco de un nuevo proyecto civilizatorio bolivariano que defina los alcances, los valores relativos de la realidad social que aspiramos construir y promover.

Los logros del proyecto civilizatorio denominado occidental se obtuvieron, no lo olvidemos, con base a la explotación y la dominación de muchos otros pueblos periféricos a lo que hoy día constituye el primer mundo europeo-estadounidense. En dicho proyecto hay elementos que podemos reivindicar y reformular dentro un proyecto civilizatorio sustitutivo, pero teniendo conciencia del potencial de recursos culturales propios que nos ayudarán a salir adelante en esta lucha a muerte contra el imperio. No debemos nunca olvidar que es en la creación de un proyecto civilizatorio bolivariano donde nos va la vida. La cultura no es simplemente la guinda que decora el plato donde se sirve la economía, la tecnología y la política, sino es, repetimos, la savia profunda, la vida que anima, que puede animar el éxito del proceso bolivariano de cambio social.

La Venezuela Profunda posee un enorme potencial de recursos culturales que, estimulados y bien orientados, nos servirían de base para acceder a un país mejor, a una sociedad más justa, capaz de ofrecer a todos- sin distingo social o político- una mejor calidad de vida, el disfrute pleno del sueño venezolano, que nada tiene que ver con el american dream o, peor aún, con el Miami dream. Vivimos en una sociedad democrática y tolerante, pero es bueno decirle a la minoría que no comparte nuestro sueño venezolano, que son libres de expresar su preferencia, pero que no pueden pretender imponernos a la mayoría, con el apoyo de la fuerza bruta de la dominación imperial, una sociedad cuyos valores y cuya visión del mundo no compartimos ni queremos compartir. Tenemos, como diría el finado Guillermo, los planos del nuevo proyecto, la Constitución Bolivariana, los ladrillos y la argamasa que son el pueblo venezolano, tenemos el director de la obra que es el presidente Chávez, pero no tenemos todavía el ejército organizado de constructores que levante la nueva casa del sueño venezolano.

El imaginario venezolano

Jairo Camacho, Tagerine dream, 1999

El fundamento de un proyecto civilizatorio sustitutivo reposa en el imaginario venezolano, en la convicción profunda de que la parte sustantiva de nuestra realidad cultural y social está enraizada en un proceso civilizatorio originario suramericano: venezolano, caribeño, amazónico y andino, que ha tratado de ser desplazado por una versión maquillada y apócrifa de la civilización occidental. Dicha civilización nos ha impuesto un modelo de desarrollo económico que desconoce las raíces históricas de las sociedades originales conquistadas, asentado en la propiedad privada, donde el proceso de industrialización capitalista es lo que asegura a los habitantes el logro de niveles de consumo de bienes materiales cada vez más altos.

En el proyecto civilizatorio bolivariano, por el contrario el desarrollo sustentable de la sociedad y de la economía deben fundamentarse en un reconocimiento reflexivo de nuestros pueblos originarios, de nuestras raíces históricas y cuturales, basamento de nuestra identidad, construida en base a la coexistencia de diversas formas de propiedad: estatal, cooperativa y privada, y en la construcción de un sistema social solidario donde debe predominar el logro del bien común.

El capitalismo puro y duro, en su fase neoliberal, nos ha sido presentado como la única alternativa posible para la Humanidad, afirmando esta premisa en el fracaso del socialismo real en la Unión Soviética, olvidando que se debe también al fracaso coetáneo -esperemos sea momentáneo- del socialismo democrático en los Estados Unidos, que condujo a ese gran pueblo hacia la experiencia capitalista salvaje instaurada desde el nefasto período Reagan-Thatcher, continuado luego por el régimen de George Bush padre y continuado con el golpe de Estado electoral de George Bush hijo que le permitió a esta persona hacerse con el gobierno de los Estados Unidos.

A diferencia del evolucionismo lineal clásico y de su expresión civilizatoria, el darwinismo social, la Historia es un proceso compuesto por múltiples procesos de desarrollo social, sustentados en diferentes racionalidades o imaginarios, en ideologías que constituyen precisamente la dimensión cultural de dichos procesos. En nuestro caso particular, existe una ideología, un imaginario, una cultura venezolana que se afinca en la experiencia social y material milenaria de nuestro pueblo, compartida también con otros pueblos suramericanos y el caribeño, producto de la voluntad y la acción de muchas generaciones que ha cristalizado en nuestra cultura contemporánea, en la representación actual de nuestra herencia histórica y cultural [3] .

El imaginario de la mayoría de los venezolanos se ha fundamentado en la capacidad para reconocer y aceptar al otro, lo cual debe ser el fundamento de nuestro proyecto civilizatorio alternativo. Como lo ha reconocido la Constitución Bolivariana, dicho proyecto debe también afincarse, promover y fortalecer el pluralismo cultural, la noción de la diversidad y de la aceptación del otro como un objetivo, como una meta. En nuestro caso, la experiencia social vivida en los últimos cinco años ha mostrado fehacientemente la existencia de profundas diferencias culturales entre los valores sociales, las orientaciones, los tipos sociales, el tipo de familia y las relaciones sociales y políticas, el vestido, la gastronomía, el lenguaje, la vivienda, la valoración del trabajo, la trascendencia y las concepciones de la vida y el mundo, etc., que caracterizan a los grandes grupos sociales que integran la sociedad venezolana.

A la hora de formular los fundamentos culturales del proyecto civilizatorio bolivariano, no podemos dejar de lado la diabólica estrategia mediática utilizada por la fenecida Coordinadora de Oposición, de transformar aquellas diferencias, normales en cualquier sociedad, en la fuente del odio racial y social, en la anulación de toda forma posible de convivencia humana. El objetivo genocida de dicha estrategia era, y sigue siendo, el de propiciar una guerra fratricida para destruir el país y derrocar al presidente Chávez, confesando así su concepción fascista de la vida y su incapacidad para adaptarse a la vida democrática. Conciliar la mayoría democrática de la población, con la minoría intoxicada por el fascismo es uno de los grandes retos del proyecto civilizatorio bolivariano.

Un proyecto de nación fundado sobre el reconocimiento del pluralismo, requiere, para ser viable, la eliminación de todas las formas de exclusión social y cultural, de toda estructura de poder que implique la dominación de unos grupos sociales sobre otros, vía la participación democrática y protagónica en todos los ámbitos de vida nacional. La unidad nacional no puede consistir en la integración mecánica de los diferentes sectores nacionales impuesta por una de las partes, sino en la relación orgánica construida socialmente vía la creación de una conciencia reflexiva sobre la pertenencia a la nación, al proyecto civilizatorio bolivariano, compartiendo propósitos e intereses comunes para lograr un espacio histórico y territorial común.

Proyecto civilizatorio y descolonización

La construcción de un proyecto civilizatorio bolivariano, pasa por una fase necesaria de descolonización. La civilización occidental se ha caracterizado por una dinámica de expansión territorial, política y económica, que ha tenido y tiene como vehículo la exportación y la imposición de sus valores y tradiciones culturales. Esta dinámica expansiva se caracteriza por su incapacidad para coexistir pacíficamente con otras civilizaciones.

El centro de gravedad de la llamada civilización occidental ha pasado de la Europa Occidental a los Estados Unidos, agravándose la incapacidad congénita para coexistir con el añadido de la teoría del Destino Manifiesto del pueblo norteamericano, que lo lleva a considerarse como el adalid de la civilización el cual, por su supuesto carácter de pueblo único y superior, tiene toda la justificación divina para negar, excluir y destruir toda civilización o proyecto civilizatorio diferente. De allí su terca obstinación en destruir al sandinismo en Nicaragua, el tibio experimento democrático liderizado por Francisco Caamaño en República Dominicana, la experiencia socialista cubana y, ahora, a la experiencia de democracia participativa y protagónica bolivariana de Venezuela.

La expansión del imaginario, de la cultura estadounidense hacia Venezuela, particularmente en las cuatro décadas del régimen puntofijista, produjo clases dirigentes y grupos socioeconómicos alienados, dependientes de una civilización occidental a lo estadounidense cuyos polos de creación, decisión y legitimación no están en nuestro país, cuyo imaginario, ideología o cultura es una mala copia, atrasada en relación a la sociedad que le sirve de modelo, grosera e intolerante, que considera la modernidad como sinónimo de moda, de banalidad. Como dicen que decía Guzmán Blanco a los venezolanos hacia finales del siglo XIX: beban vinos franceses, coman quesos franceses, crean que son ciudadanos franceses y terminarán por serlo.

Descolonizarnos no es negar el carácter plural de la cultura como proceso, ni negar la existencia y la vigencia de otros pueblos sino, por el contrario, la capacidad de poder ver por ejemplo a los Estados Unidos y al occidente en general desde nuestra condición de venezolanos. A diferencia de lo anterior, la mente de los venezolanos neocolonizadas siguen viendo a Venezuela como si fuesen estadounidenses o de otra nacionalidad con la cual se identifiquen culturalmente. Descolonizarnos significa aceptar que somos parte de un proyecto civilizatorio autónomo, plural, diferente al monocentrismo de occidente, donde el imaginario venezolano, la cultura venezolana juegue un papel protagónico en el proceso de resemantizar, reeditar y reformular los componentes culturales inducidos por la necolonización [4] .

La virtud de una política cultural bolivariana debe partir de aquella toma de conciencia. Hacer que los ciudadanos sean actores participantes y conscientes de la producción y la dramatización de su historia social, no simples espectadores del evento cultural que trata de presentarse como esencial para la creación de la vida solidaria. El proyecto de la nación bolivariana esbozado antes no puede seguir asentándose, como hasta el día de hoy, sobre las bases de la cultura concebida como espectáculo o como la sola contemplación de las creaciones culturales, por maravillosas que ellas sean, sobre todo cuando todavía no se ha entendido, a nuestro juicio, que tales espectáculos y contemplaciones no contribuyen para nada en la construcción cultural del protagonismo y la solidaridad sociales, bases fundamentales de nuestra Constitución Bolivariana.

[1Guillermo Bonfil Batalla. 1987. México Profundo: Una civilización negada.

[2Julio César Salas, 1998, Civilización y barbarie.

[3Iraida Vargas Arenas-Mario Sanoja. 1993. Historia, identidad y poder.

[4Mario Sanoja-Iraida Vargas Arenas, 2004, Civilización y descolonización. Question Año 3, No. 26.