Vícam, Sonora. Del verde intenso de la alfalfa hasta el dorado de los trigales se iluminan los campos de la Nación Yaqui. Los surcos de la tierra forman siluetas indefinibles que atraviesan de un extremo a otro este enorme espacio de vida. La vista no alcanza a cubrir la extensión de siembra que en el horizonte se une al cielo azul. Terrenos yaquis, alimentos de los yoris.

Yori es el mestizo, el hombre blanco, el que no piensa como yaqui, el que ha intentado despojar su territorio desde la Conquista. Al que se enfrentaron con armas en 1533. Ahora, con “sabiduría” y “política” defienden las 480 mil hectáreas que conforman esta nación indígena, asentada con sus 32 mil hombres y mujeres a las orillas del río que lleva el nombre de la tribu.

En territorio yaqui se produce trigo, cártamo, soya, alfalfa, hortaliza y forraje. Son más de 17 mil hectáreas de siembra anuales. De todo esto, nada es para sus pobladores. Las tierras fértiles son atractivos campos de cultivo para los productores del valle, al Sur de Sonora.

La precarización económica que deprime a las familias de este grupo guerrero los ha obligado a rentar los campos agrícolas. Cada una de las hectáreas sembradas es alquilada al yori en 3 mil o 4 mil pesos por ciclo de cultivo.

Las familias de esta tribu no se pueden sostener de la producción extraída de sus tierras. Ellos siembran en las pequeñas parcelas de los solares que habitan. Apenas cosechan frijol o quelites para la dieta diaria. De la carne de res, pollo o pescado se alimentan una vez por semana.

El hirviente guacabaqui ?platillo tradicional de este pueblo? sólo se prepara en tiempos de fiesta o reuniones importantes. El potaje es preparado con huesos de res y retazos de carne, mezclados con frijol o garbanzo, zanahorias y papas. Un deleite para las familias yaquis, que acompañan con enormes tortillas de harina elaboradas a mano.

Tomás Rojo Valencia, segundo gobernador del pueblo de Vícam, dice que los obstáculos que enfrenta la tribu corresponden a una política de marginación contra los pueblos indios, orquestada por los gobernantes de México. “Los problemas son económicos y muy fuertes: el 90 por ciento de la tribu está en pobreza extrema. No se tienen ingresos suficientes para poder sostener a más de un miembro de la familia”.

Aunado a la pobreza, prevalece el asedio por sus tierras y las aguas que confluyen en el Río Yaqui. Su espacio se conforma por los pueblos de Vícam, Tórim, Pótam, Rahúm, Huirivis, Belem, Loma de Bácum y Loma de Guamúchil.

Peón en su tierra

Carmelo Valenzuela es jornalero. Recoge tomates y chiles de las tierras de su nación. Trabaja para un productor del que desconoce su nombre. Por ocho horas de trabajo, gana 80 pesos. Con sus ingresos sostiene a su esposa y tres hijos.

Él es habitante del pueblo de Vícam, que atraviesa con una vieja bicicleta para llegar al jornal en Guaymas. Va y viene por la tierra desértica, bajo un sol radiante y un calor que alcanza 40 grados centígrados.

“Con lo que gano, no me alcanza”, dice el joven de 28 años. Pero sabe que no puede conseguir un mejor empleo, pues sólo estudió hasta la secundaria. “Hasta ahí nomás porque no había dinero para seguir. Aquí hace falta mucho apoyo”, reclama.

Habita en una pequeña casa de carrizo y lodo que construyó con sus propias manos, presume. Su familia se alimenta principalmente de frijol y tortillas de harina. También, de algunas verduras que crecen en un espacio de unos 12 metros cuadrados.

Él se sabe poseedor de la tierra que pisa, como todos los yaquis de esta nación. También sabe que estos campos los ambiciona el yori, pero apegado al Juramento Yaqui, está dispuesto a soportar el calor, la sed, el hambre y la lluvia por la defensa de su espacio.

Como Carmelo, hay unos 3 mil productores que podrían trabajar sus tierras, unas 30 mil hectáreas fértiles. Sin embargo, la falta de impulso y apoyo por parte de las autoridades ha provocado que unas 1 mil 200 personas renten sus espacios a los agroempresarios, que pagan el alquiler con los subsidios del Programa de Apoyos Directos al Campo, de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación.

“Aquí las actividades primarias son la agricultura, la ganadería, la pesca; pero la inversión pública dejó mucho tiempo de considerar a estas zonas prioritarias del país”, comenta Tomás Rojo, segundo gobernador de Vícam.

La debacle

Amado Rodríguez tiene 68 años, pero pareciera que ya se le ha truncado la vida. “Aquí estamos muy pobres. Hace falta trabajo; vivimos del campo, pero no de nuestras tierras. Somos jornaleros en otros cultivos”, se queja.

Gobernador del pueblo de Vícam en 1997, el hombre sobrevive de una pensión de 2 mil 100 pesos mensuales que le asigna la Cooperativa Pesquera de Camarón, para la que trabajó 40 años en Bahía de Lobos. Actualmente, trata de obtener recursos trabajando como velador en un vivero. Empleo que no es permanente.

Todo está muy caro, sobre todo la luz, se queja y muestra el recibo expedido por la Comisión Federal de Electricidad, que le cobra más de 400 pesos por bimestre. El pago corresponde al uso de energía eléctrica en una casa de carrizo con piso de tierra. Ahí la electricidad se consume en un refrigerador ?otorgado a crédito por el gobierno federal?, dos focos y un televisor.

La debacle de esta zona de producción inició hace 30 años, dice Mario Luna, secretario de la autoridad tradicional de Vícam. En la década de 1970 se alcanzaban cosechas para alimentar a la gente de esta comunidad y vender a los yoris.

Explica: “La banca rural está cerrada para los yaquis, los almacenes también. Esto es producto de una política económica que se ha ido instrumentando contra los pueblos indígenas y la agricultura en general”.

Relata que en 1989 se “buscó” tecnificar la actividad agrícola. “El gobierno, a través de Banrural, metió tractores y trilladoras sin hacer un estudio de la capacidad de pago. Los agricultores ni siquiera supieron manejar las máquinas. Sabían que iba a pasar eso. Obviamente ahí empezó la cartera vencida para la tribu”.

La otra resistencia

La pobreza es otra de las batallas que enfrenta día a día la tribu yaqui. La falta de fuentes de empleo, de créditos para el campo, subsidios para el combustible de las pangas y los excesivos cobros de energía precarizan la vida de los más de 30 mil habitantes.

Sonríe al momento de escuchar una voz femenina. Trata de erguirse. Levanta su cabeza y afina el oído. De su cuerpo lánguido sobresale una bolsa de plástico ?“de ésas donde le dan a uno el huevo”? atada a su cintura.

No es quien esperaba: una maestra que en ocasiones la visita. Recae de inmediato, se agacha; sabe que alguien extraño la está mirando. Ella no ve, no camina, habla poco. Su nombre es Ofelia, tiene 16 años, y apenas unos kilos de peso. Así nació, cuenta Romana Buitimea García, la mujer que se encarga de ella desde hace un par de años después de que fue operada de los intestinos.

Romana es su tía política y la encargada de alimentar a Ofelia, lavar a diario la colcha en la que duerme, cambiar la bolsa de plástico en la que arroja sus eses fecales y el pañal de bebé que utiliza, que en su etiqueta indica que es apto para un peso de entre 12 y 16 kilos: un bebé extragrande.

La adolescente tiene el tiempo contado. Hace algunos meses le realizarían otra colostomía, pero también es “cardiaca”, comenta Romana. “Nos advirtieron que podía morir. Preferimos esperar y traerla de nuevo a casa”.

Mientras eso ocurre, su tío Manuel busca trabajo: se alquila como jornalero para sacar los gastos de la manutención de su familia y los de Ofelia. Todos los días hay que comprar dos o tres bolsas que cuestan 2 pesos cada una y, por lo menos, cada semana, un paquete de pañales de 40 o 60 pesos, según el presupuesto.

Manuel utiliza una playera blanca con el logotipo multicolor del gobierno federal que anuncia: “Vivir mejor, empleo temporal”. Se la regalaron el año pasado cuando trabajó en una de las obras del estado. Después, las ofertas de trabajo gubernamentales escasearon y las del jornal están mal pagadas.

Ladrarle a la gorda

Una mantarraya de aproximadamente 30 kilos le ha hecho la tarde. Con ella podrá sacar, por lo menos, los gastos de la gasolina para poder regresar al día siguiente al estero de Los Algodones, en el poblado de Pótam, de la Nación Yaqui.

“¡Hay que ladrarle a la gorda; si no, cómo! Uno no puede dejar de trabajar; hay que comer”, dice Omar Valente mientras levanta con esfuerzos la mantarraya.

Este día podrá obtener unos 500 pesos “nomás con este pececito”. De esa ganancia, ocupará 350 para el combustible del carro que lo trasladará en su siguiente jornada de Pótam a Los Algodones, y para el motor de la panga que le prestará su tío.

La brisa pega con un aire frío, el sol quema. Conchas de jaiba, ostiones, cangrejos secos, esqueletos de camarón descansan en la playa del brazo de mar. El hombre trabaja ataviado con pantalones de mezclilla, playera, sudadera, botas de hule. Sus manos llevan guantes de tela negra con las que sostiene al enorme y sangrante pez.

Corta, filetea, limpia la sangre, remueve las vísceras. Con su olfato, selecciona si el corte se irá para la preparación de machaca o a la venta de pescado fresco. Omar tiene 30 años y más de la mitad de ellos en experiencia. Empezó a trabajar desde los 14 años con su padre.

“No todos los días son como éste”, aclara mientras muestra a lo lejos el “chinchorro” retacado de maleza. “Ésa fue nuestra pesca de ayer, por eso hoy no hay motor. Ni para la gasolina salió”. Y es que el viento de mayo arrastró la red y sólo atrapó algunas ramas.

“Aquí se acabaron los buenos tiempos hace algunos años. Antes, agosto y septiembre eran nuestra mejor temporada. Había buena pesca de camarón, había más motores. Hoy ya no es así, por eso están todas esas pangas paradas. Los compañeros se fueron a buscar a otro lado”, platica. Son 13 botes carcomidos por el sol, abandonados, desvencijados y con piezas de motor sueltas.

El joven yaqui hace su trabajo a paso acelerado; quiere regresar temprano a Pótam. Espera la llamada que le anuncie el nacimiento de su primera hija, que se llamará Briseida Araís. Una “yaquicita”, dice, orgulloso.

Su pareja tuvo que parir en Ciudad Obregón ?a una hora de distancia por la carretera internacional Guaymas-Ciudad Obregón? porque allá es más seguro. Aquí hay muy poco; hace falta trabajo, médicos, medicamentos, educación, dice.

Omar sabe y padece las carencias que hay en su población, pero aun así, dice, “es muy bonito ser yaqui, hablar la lengua, las fiestas. Por eso, cuando vi a la que ahora es mi esposa, le lancé luego luego el chinchorro” para quedar entre yaquis, bromea.

Caita pilas
“Caita trabajo, caita dinero, caita pilas”, dice Francisco Dueñas Leyva, un pequeño de seis años que acude al albergue infantil del pueblo de Vícam, único en las ocho comunidades. Mientras, la mujer que lo abraza se sonroja. “Caita significa ‘falta’ en nuestra lengua”, dice Irma Leyva Quezada, madre del niño y presidenta de los padres de familia del lugar.

Y sí, hace falta trabajo, dinero y pilas para los juguetes del niño que, jubiloso, celebra que esta tarde comió pollo con mole.

Vivaz, escucha a su madre y participa en la entrevista. “Yo quiero ser doctor como mi mamá para poder inyectarla cuando sea grande y ya esté viejita. Ella estudió y me picó mi pompi”, dice mientras suelta una enorme sonrisa.

Irma es partera rural, lo aprendió hace poco; por eso su hijo dice que ella es doctora. Con este oficio, apoya a las mujeres de su comunidad, y un poco a la economía familiar.

Ser yaqui

Alejandro Ribera Leyva, asesor de la comisaría de las autoridades tradicionales, explica la estructura de mando de la tribu, basada en el consenso entre el pueblo y las autoridades tradicionales. Niega la existencia de líderes, pues todas las decisiones recaen en la gente, dice.

Expone que hay tres entidades que le dan fortaleza a la tribu, donde radica la movilización social y desarrollo: la iglesia, de la autoridad tradicional y la familia yaqui. “Nos fortalece nuestro territorio, nuestra lengua, identidad y cultura”.

La lengua es importantísima “porque con eso hacemos distinciones entre los otros grupos”. Dice que “el pensamiento yaqui, al igual que en otras culturas, es la protección de su territorio: salvaguardar y proteger los recursos naturales, el mar, la sierra, la flora y la fauna, la lengua y la identidad, pues a través de ésta nos protegemos”.

La toma de decisiones se hace a través de una instancia formal, las ramadas de la guardia tradicional. “Para nosotros, eso es muy importante. La ramada, lugar donde se debate, se conforma de tres troncones en donde están las autoridades: el gobernador, el segundo, tercero, el alaguaci, los capitanes, el comandante, el puesto del pueblo mayor, aquéllos que de alguna manera cumplieron un cargo asesorando al pueblo mayor.

“Los secretarios, parte de la iglesia y la tropa están alrededor. Si alguien toma una decisión sin consultar a la comunidad, queda sin efecto. Si el problema es fuerte, se retoma”. Además, comenta, la tribu no tiene líderes, pues dejaría inhabilitada nuestra autoridad tradicional.

Juramento Yaqui

En la vigencia del Juramento Yaqui se basa la lucha por la tierra y el agua

Para ti no habrá ya sol

Ebetchi’ibo kaa taataria ayune

Para ti no habrá ya muerte

Ebetchi’ibo kaa kokowame ayune

Para ti no habrá ya dolor

Ebetchi’ibo kaa kososi ewame ayune

Para ti no habrá ya calor

Ebetchi’ibo kaa tataliwame ayune

ni sed ni hambre ni lluvia

ba’a ji’ipewamwe juNi tebauriwamejuNi yuku juNi

ni aire ni enfermedades

jeka ju Ni kokoiwame juNi

ni familia

Wawaira juNi kaitatune

Nada podrá atemorizarte

Kaita majjaiwame kaita et ayune

Todo ha concluido para ti

Si’ime inii kaitatune ebetchi’ibo

excepto una cosa

senu weemw ama ayuk kaa koptanee

el cumplimiento del deber

Em ibaktaka’u tu’isi aet

En el puesto que se te

Yuma’ane makwakau

designe, ahí quedarás

junama empo ta’awane

por la defensa de tu nación

jak junii yoemiata beas kikteka am

de tu puesto, de tu

jin’neusim’nee pueplota at teakame elebenak

raza, de tus costumbres

ojbokame waa jiak kostumrem

de tu religión

tekia yaura

¿Juras cumplir con el

empo ama emo yumaletek

mandato divino?

lijota nesaupo emo jipune

¡Sí!

¡Ehui!

Fuente: Contralínea 235 / 29 de mayo de 2011