Su Ilustrísima, Excelencias, Señoras y Señores:

Tras los primeros minutos transcurridos después del primer atentado contra el World Trade Center, ciertas autoridades insinuaron a la prensa que el instigador de estos sucesos era Oussama Ben Laden, el paradigma del fanatismo oriental. Poco después, el recién nombrado director del FBI, Robert Mueller III, acusó a diecinueve kamikazes y dio a conocer sus nombres; además, recurrió a todos los medios de los que disponía su agencia, así como los servicios de espionaje para acorralar a sus cómplices. Así, el FBI nunca procedió a llevar a cabo investigación alguna sino que coordinó una persecución que, a los ojos del público norteamericano, adoptó el aspecto de una persecución de árabes, hasta tal punto que algunos exaltados agredieron, e incluso mataron, a árabes que fueron ingenuamente considerados como responsables colectivos de los atentados.

El Congreso tampoco efectuó ninguna investigación ya que, a petición de la Casa Blanca, éste renunció a ejercer su función constitucional, supuestamente, para no poner en peligro la seguridad nacional.

Tampoco hubo investigación por parte de la prensa, a la cual se convocó en la Casa Blanca y se le ordenó que se abstuviera de realizar cualquier investigación para no perjudicar a la seguridad nacional.

Si analizamos los atentados del 11 de septiembre, en primer lugar, vemos que presentan una envergadura más amplia que la que se reconoce en la versión oficial:

1) Según se dio a conocer al público, eran cuatro los aviones implicados, mientras que, en un momento dado, se habló de once aviones. A propósito, si se examinan los delitos de uso de informaciones privilegiadas y reservadas cometidos al margen de los atentados, salta a la vista que se realizó una especulación a la baja por lo que se refiere a tres compañías aéreas: American Airlines, United Airlines y KLM Royal Deutch Airlines.

2) No se tuvo en cuenta el atentado cometido en el anexo de la Casa Blanca, el Old Executive Office Building (llamado "edificio Eisenhower"). Sin embargo, el 11 de septiembre por la mañana la cadena ABC difundió en directo imágenes de un incendio que destruyó los anexos de la presidencia.

3) Tampoco se tuvo en cuenta el desmoronamiento de un tercer edificio de Manhattan, independientemente del de las Twin Towers (Torres gemelas). Ningún avión chocó contra este edificio y, sin embargo, el mismo también fue destruido por un incendio antes de derrumbarse, a su vez, debido a una causa desconocida. Este edificio albergaba la principal base secreta de la CIA a nivel mundial. Aquí era donde la agencia consagraba sus recursos a la obtención de información de carácter económico en detrimento de la información de carácter estratégico y en contra de la voluntad del grupo de presión constituido por empresas militares.

Si examinamos el atentado cometido en el Pentágono, constatamos que la versión oficial es una gran mentira.

Según el Ministerio de Defensa, parece ser que un Boeing 757, del cual se había perdido la pista a la altura de Ohio, recorrió 500 kilómetros sin ser localizado; entró en el espacio aéreo del Pentágono y aterrizó en el césped del helipuerto, efectuó varios rebotes sobre el mismo, se quebró el ala derecha contra un grupo electrógeno, chocó contra la fachada, concretamente contra la planta baja y el primer piso, penetró totalmente en el edificio con violencia y se consumió por completo, tras lo cual los únicos restos que quedaron fueron dos cajas negras inutilizables y fragmentos de los cuerpos de los pasajeros.

Es evidente que resulta imposible que a lo largo de 500 kilómetros un Boeing 757 pueda escapar a los radares civiles, a los radares militares, a los aviones de caza que salieron en su persecución, así como a los satélites de observación que acababan de ser activados.

Resulta igualmente imposible que un Boeing 757 penetre en el espacio aéreo del Pentágono sin que lo destruyan las cinco batería de misiles que protegen el edificio.

Cuando se observan las fotografías de la fachada, tomadas tras los primeros minutos que transcurrieron después del atentado, incluso antes de que los bomberos civiles de Arlington hubieran tenido tiempo de desplegarse, no se aprecia ningún rastro del ala derecha en llamas delante de la fachada, ni ningún orifico en la fachada a través del cual el avión habría penetrado en el edificio.

Sin miedo al ridículo, el Ministerio de Defensa afirma que los reactores de acero templado debieron de descomponerse bajo el efecto del choque, sin que por ello dañaran la fachada. El aluminio del fuselaje debió de entrar en estado de combustión a más de 2500º Celsius en el interior del edificio y debió de gasificarse, pero los cuerpos de los pasajeros que se encontraban en el interior del aparato se quemaron tan poco que posteriormente pudieron ser identificados gracias a las huellas digitales.

Con ocasión de una conferencia de prensa celebrada en el Pentágono, a las preguntas de los periodistas, el jefe de los bomberos respondió que no quedaba "ningún resto voluminoso del aparato", ni ningún trozo de fuselaje, ni nada parecido". Declaró que ni él, ni sus hombres, sabían qué había sido del aparato.

El estudio de las fotografías oficiales del escenario del atentado, tomadas y difundidas por el Ministerio de Defensa, muestra que en el Pentágono no hay marcas de impacto achacables a un Boeing 757 por ninguna parte.

Hay que ver las cosas como son: resulta imposible que el atentado cometido el 11 de septiembre en el Pentágono, en el que murieron 125 personas, se llevara a cabo mediante un avión de línea.

Dado que a partir del día siguiente el escenario del atentado fue devastado por las operaciones que se iniciaron inmediatamente, sólo disponemos de elementos parciales para reconstituir el suceso. Estos elementos confluyen en una hipótesis única que resulta imposible dar por buena con exactitud.

Un controlador aéreo de Washington declaró haber observado en el radar la aparición de un artefacto que volaba a unos 800 kilómetros/hora y que se dirigía en un principio hacia la Casa Blanca y que después efectuó un cambio de dirección muy violento y se dirigió hacia el Pentágono, donde debió de estrellarse. Este controlador atestiguó que el vuelo de este aparato, por sus características, sólo podía corresponder al de un aparato militar.

Cientos de testigos indicaron que habían oído "un ruido estridente comparable al de un avión de caza", y de ninguna manera al de un avión civil.

Testigos oculares manifestaron que habían observado "algo parecido a un misil de crucero con alas", o incluso un aparato de pequeño tamaño, como un avión que podía transportar entre 8 y 12 personas".

El aparato penetró en el edificio sin provocar daños importantes en la fachada. Atravesó varios anillos del Pentágono y a medida que iba atravesando los diferentes muros, iba abriendo un orificio cada vez más grande. El orificio final, completamente circular, medía 1’80m de diámetro. Al atravesar el primer anillo del Pentágono, el aparato provocó un incendio inesperado y de dimensiones gigantescas. Del edificio salieron unas llamas inmensas que rozaron las fachadas y luego se retiraron rápidamente, y dejaron paso a una nube de hollín negro. El incendio se extendió por una sección del primer anillo del Pentágono y por dos pasillos perpendiculares. Fue tan repentino que no hubo tiempo de activar la protección antiincendios.

Todos estos testimonios y observaciones podrían hacer referencia al lanzamiento de un misil de última generación de tipo AGM, provisto de una carga explosiva hueca y de una punta de uranio empobrecido de tipo BLU, guiado por satélite GPS. Este tipo de artefacto tiene el aspecto de un pequeño avión civil pero no es un avión. Produce un silbido comparable al de un avión de caza, se puede guiar con suficiente precisión como para que entre por una ventana, perfore los blindajes más resistentes y que -independientemente de su capacidad de perforación- provoque un incendio instantáneo que desprenda un calor que alcance más de 2000º Celsius.

Este tipo de artefacto lo desarrollan conjuntamente la Marina y el Ejército del Aire. Se lanza desde un avión. El artefacto que se utilizó en el Pentágono destruyó la parte del edificio en la que se estaba instalando el nuevo centro de mando de la Navy (Marina). Tras el atentado, el jefe de Estado Mayor de la Marina, el almirante Vern Clark, no acudió a la sala de mando del National Military Joint Intelligence Center como los otros oficiales del Estado Mayor sino que abandonó precipitadamente el Pentágono.

Así, pues, ¿quién podía lanzar un misil de última generación sobre el Pentágono? La respuesta nos la aportan las confidencias que Ari Fleischer, portavoz de la Casa Blanca, y Karl Rove, secretario general de la Casa Blanca, hicieron a periodistas del New York Times y del Washington Post; confidencias que los propios interesados desmintieron dieciocho días más tarde, con el pretexto de que se habían expresado mal debido a la emoción.

Según estas personas próximas a George W. Bush, durante el transcurso de la mañana el Secret Service (Servicio Secreto) recibió una llamada telefónica de los instigadores de los atentados, seguramente para dar a conocer sus condiciones. Para demostrar la veracidad de la llamada, los agresores revelaron los códigos secretos de transmisión y de autenticación de la presidencia. De hecho, solamente algunas personas de confianza, situadas en la cúpula del aparato de Estado podían disponer de estos códigos, de lo cual se desprende que por lo menos uno de los instigadores de los atentados del 11 de septiembre era uno de los dirigentes, civil o militar, de los Estados Unidos de América.

Para aportar credibilidad a la fábula sobre los terroristas islamistas, las autoridades americanas imaginaron la intervención de kamikazes.

A pesar de que a personas bien organizadas les sea posible introducir armas de fuego en aviones de línea, supuestamente, los kamikazes habrían utilizado cúteres como únicas armas, habrían aprendido a pilotar Boeings 757 practicando unas cuantas horas con un simulador y se habrían convertido en mejores pilotos que los propios profesionales. De esta manera, habrían podido realizar maniobras de aproximación complejas sin vacilar.

El Ministerio de Justicia no ha explicado nunca cómo elaboró la lista de kamikazes. Las compañías de aviación indicaron el número exacto de pasajeros de cada avión y suministraron listas incompletas de pasajeros en las que no se mencionaba a las personas que embarcaron en el último momento. Al controlar estas listas, se observa que en ellas no figuran los nombres de los kamikazes, y que el número de pasajeros no identificados no se eleva más que a tres en el vuelo 11 y a dos en el vuelo 93. Así, resultaba imposible que los diecinueve kamikazes hubieran embarcado. Por otra parte, varias de las personas acusadas se han manifestado desde entonces. Sin embargo, el FBI mantiene que los piratas del aire fueron identificados sin posibilidad de error, y la divulgación de información complementaria como las fechas de nacimiento de los mismos hacen que la confusión de nombres resulte improbable. El FBI aporta una prueba ridícula a quienes tengan alguna duda: si bien los aviones sucumbieron a las llamas y las Torres gemelas se derrumbaron, en las ruinas humeantes del World Trade Center supuestamente se encontró el pasaporte de Mohammed Atta milagrosamente intacto.

Para corroborar la existencia de piratas del aire, de estos o de otros, se hace referencia a las llamada telefónicas que los pasajeros supuestamente hicieron a sus familias y a las autoridades. Desgraciadamente, lo que se sabe de estas llamadas son rumores y las mismas no se han publicado, ni siquiera las que supuestamente se grabaron. No ha sido posible comprobar si realmente se hicieron desde un teléfono móvil determinado, o desde algún teléfono de a bordo. Nuevamente, se nos insta a que creamos en la palabra del FBI.

Dicho sea de paso, no era imprescindible disponer de piratas del aire para llevar a cabo los atentados. La tecnología Global Hawk, desarrollada por la US Air Force (Fuerzas aéreas de los EE.UU.), permite tomar el control de un avión de línea a pesar de la presencia de la tripulación y guiarlo a distancia.

Queda por considerar el personaje de Oussama Ben Laden. Si bien por una parte se admite que fue colaborador o agente de la CIA durante la guerra contra los soviéticos en Afganistán, por otra, se intenta hacer creer que ha cambiado de bando y que se ha convertido en el enemigo público nº1 de los Estados Unidos. Si se analiza bien, esta historia tampoco resulta creíble. El periódico francés Le Figaro reveló que el pasado mes de julio Oussama Ben Laden estuvo hospitalizado en el hospital americano de Dubai, donde recibió la visita destacada del jefe de la CIA local. La cadena americana CBS reveló que el 10 de septiembre Oussama Ben Laden se encontraba sometido a diálisis en el hospital militar de Rawalpindi, bajo la protección del ejército pakistaní; y el gran reportero francés Michel Peyrard -que fue prisionero de los talibanes- explicó cómo Oussama Ben Laden vivía al descubierto en Jalalabad, en noviembre, mientras que los EE.UU. bombardeaban otras regiones del país. Por cierto, ¿resulta creíble que el mayor ejército del mundo se desplazara hasta Afganistán para arrestarlo y no lo consiguiera mientras que, por otra parte, el mullah Omar escapaba del ejército americano dándose a la fuga en ciclomotor?

Dados los elementos que acabo de presentarles, parece ser que los atentados del 11 de septiembre no son imputables a terroristas extranjeros procedentes del mundo árabe-musulmán - aun cuando algunos de los involucrados puedan ser islámicos - sino a terroristas americanos.

Al día siguiente de los atentados del 11 de septiembre, en la resolución 1368 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se reconoció "el derecho inherente a la legítima defensa individual o colectiva en conformidad con la Carta" y se estipuló: "El Consejo de Seguridad hace un llamamiento a todos los Estados para que trabajen juntos con objeto de hacer comparecer ante la justicia a los autores, los organizadores y los instigadores de estos ataques terroristas y subraya que quienes se avengan a ayudar, apoyar y albergar a los autores, organizadores e instigadores de estos actos deberán rendir cuentas".

Si deseamos responder al llamamiento del Consejo de Seguridad, aplicar la Resolución 1368 y castigar a los verdaderos culpables, la única manera de identificar a los culpables con precisión es constituir una comisión de investigación, cuya independencia y objetividad estén garantizadas por las Naciones Unidas. Ese sería el único modo de proteger la paz internacional. Mientras tanto, Su Ilustrísima, Excelencias, Señora y Señores, las acciones militares externas de los Estados Unidos carecen de fundamento legítimo por lo que al derecho internacional se refiere, ya se trate de su reciente intervención en Afganistán o de las acciones anunciadas en Irán, Irak y en otros muchos países.