La retórica del comercio mundial está llena de promesas. Nos dicen que el libre comercio ofrece oportunidades para todos y no sólo para unos pocos afortunados. Nos dicen que puede conducir a una vida mejor y liberar a las personas de la pobreza y la desesperación. Y nos hacen concebir esperanzas de que la actual ronda de negociaciones comerciales permita cumplir esas promesas.

Lamentablemente, la realidad presente del sistema de comercio internacional no coincide con su retórica.

En lugar de mercados libres hay demasiadas barreras que atrofian, asfixian y ahogan. En lugar de una competencia leal, los países ricos conceden subsidios que dejan en desventaja a los pobres. Y en lugar de normas mundiales negociadas por todos, en interés de todos y respetadas por todos, hay demasiadas decisiones tomadas a puerta cerrada, demasiados intereses particulares y demasiadas promesas rotas.

A menudo los problemas son de carácter técnico y no se prestan a una cobertura televisiva espectacular, como ocurre con las guerras o los rigores del clima. Pero no cabe duda de que los daños que provocan son profundos y sus víctimas se cuentan por miles de millones.

Víctimas son los agricultores pobres, quienes, en vez de aprovechar el comercio para superar la pobreza, se ven arruinados por las barreras comerciales o penalizados con nuevas barreras cuando, tras superar numerosos obstáculos, consiguen el éxito. Víctimas son los enfermos y moribundos, cuyo sufrimiento se prolonga innecesariamente por la falta de acceso a medicamentos asequibles que puedan salvar su vida.

Y no olvidemos el enorme costo en términos de oportunidades perdidas: podrían crearse millones de empleos y generarse ingresos por valor de cientos de miles de millones de dólares sólo con unas cuantas medidas razonables que hasta ahora los gobiernos han sido reacios a tomar.

La respuesta no es dar la espalda al potencial de los mercados libres, pues ello tendría consecuencias desastrosas.

Después de todo, gracias a la contribución de la Organización Mundial del Comercio, y su antecesor, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, el mundo ha presenciado medio siglo de notables progresos económicos.

Pero demasiados países han quedado marginados. El sistema concebido para ofrecer beneficios mutuos a veces parece más bien un juego de suma cero. El pescador de Viet Nam, el que cultiva algodón en Burkina Faso o hierbas medicinales tradicionales en el Brasil no ven aumentar su poder, sino todo lo contrario.

La respuesta está en dar rienda suelta a su potencial. Al igual que es necesario mejorar el marco multilateral de seguridad, también es necesario restaurar la fe en el marco multilateral de comercio. Si no avanzamos ahora, la amargura de hoy podría perfectamente convertirse mañana en reacción extrema.

No podemos resolver todos estos problemas aquí en Cancún, pero debemos empezar.

Ya se ha dado un importante paso respecto de la propiedad intelectual y la salud pública: el reciente acuerdo sobre un mecanismo para conceder a los países en desarrollo que no pueden fabricar medicamentos genéricos a bajo precio el derecho a importarlos de otros países que sí los producen. Ahora debemos asegurar que el sistema acordado se aplique con flexibilidad, para que los países en desarrollo tengan acceso a esos medicamentos. Es este un imperativo moral y por ello insto a todas las partes interesadas a que apoyen a los países en desarrollo, incluso mediante asistencia técnica y jurídica, para que puedan aprovechar al máximo el mecanismo acordado y resolver sus problemas de salud pública.

Pero para que el resultado de esta reunión tenga credibilidad, debemos abordar la cuestión más general del comercio de los productos agrícolas, tema que puede ser decisivo para la economía de numerosos países. Es preciso eliminar los subsidios que rebajan los precios e impiden competir a los agricultores pobres de los países en desarrollo.

Los que insisten en que los países pobres han de abrir sus mercados tal vez se preocupen realmente por los intereses de dichos países. Pero no es de extrañar que los países pobres se muestren reticentes cuando los mercados de los países ricos siguen cerrados a sus productos y cuando tienen que competir a nivel nacional y en el mercado mundial con productos subvencionados de esos mismos países ricos.

Por el bien de la humanidad, hay que suprimir lo antes posible las barreras y subvenciones de los países desarrollados.

Ello beneficiaría tanto a ricos como a pobres. Las barreras y distorsiones comerciales pueden dañar la salud de un país, ya sea desarrollado o en desarrollo. Los países desarrollados gastan enormes sumas de dinero en subsidios, a menudo impulsando segmentos de su economía pequeños y poco productivos. Con ello perjudican a sus propios ciudadanos doblemente: como contribuyentes y como consumidores.

Para ayudar a los agricultores de los países ricos que verdaderamente lo necesitan existen formas mejores que subvencionar a los grandes exportadores impidiendo que otros agricultores mucho más pobres de países también pobres puedan mantener a su familia. No es difícil imaginar un sistema en el que todos se encuentren en mejor situación.

La agricultura es un sector crucial, pero no es el único que presenta desequilibrios dentro del actual orden del comercio mundial. Hay que dar nuevas oportunidades a los países en desarrollo mediante la liberalización efectiva del comercio de productos textiles, mediante acuerdos específicos que permitan su participación activa en el creciente comercio de servicios y mediante una transferencia más rápida de las tecnologías.

Los países en desarrollo también tienen, por supuesto, la responsabilidad de ayudarse a sí mismos.

Como grupo han tomado medidas importantes, a menudo no siempre conocidas y correspondidas, para liberalizar el comercio en los últimos 15 años. Algunos podrían aprovechar mejor sus oportunidades de exportación. Podrían aumentar su eficiencia y competitividad reduciendo las barreras que obstaculizan las importaciones, en particular las procedentes de otros países en desarrollo.

Pero la liberalización del comercio no es la panacea para los países en desarrollo. De hecho, provoca en muchos de ellos considerables ajustes y gastos sociales. Es preciso establecer sinergias y una secuenciación adecuada entre las capacidades de los países en desarrollo, el nivel de obligaciones que habrán de asumir, el costo de la ejecución y la suficiencia de los recursos financieros y técnicos disponibles. Estos países necesitan ayuda para el comercio, la que no debe concederse a expensas de la asistencia para el desarrollo.

Es evidente que la liberalización comercial ha de gestionarse con cuidado en el marco de estrategias generales de desarrollo que abarquen la salud, la educación, la potenciación de la mujer, el Estado de derecho y otros muchos aspectos. Los países en desarrollo necesitan ayuda para establecer instituciones e infraestructuras, adquirir tecnologías y conocimientos e instituir regímenes jurídicos que les permitan recorrer este camino. Los países menos adelantados suelen necesitar un trato especial y diferenciado, y no sólo más tiempo para cumplir nuevas normas.

El comercio es la manifestación más visible de la globalización y ha demostrado su capacidad de proporcionar empleo y riqueza a algunas personas. Sin embargo, existe un grado considerable de inquietud, e incluso desconfianza, respecto a los nuevos espacios económicos y tecnológicos. Son muchos los que aún no se han beneficiado y el mundo en desarrollo ha experimentado graves dislocaciones sin medidas de protección social.

Ustedes, los ministros de comercio de todo el mundo, tienen que demostrar a esas personas que han escuchado sus peticiones de justicia. Deben asegurarles que, de ahora en adelante, las negociaciones que ustedes mantengan y las decisiones que tomen servirán realmente para satisfacer sus necesidades y reflejar sus aspiraciones.

Tienen ustedes una responsabilidad y una gran oportunidad. Sus decisiones pueden marcar la diferencia entre la pobreza y la prosperidad, entre la vida y la muerte, de millones de personas.

Aquí en Cancún, les suplico que digan "¡no!" a las políticas comerciales que agravan la pobreza y que digan "¡no!" a las prácticas comerciales que menoscaban la asistencia.

Y los insto a que digan "sí" a la adopción de medidas audaces pero sensatas que sirvan para reactivar la economía mundial y dar un nuevo rumbo al desarrollo.

Ustedes deben traducir en hechos bellas palabras que corren el riesgo de perder su sentido.

Ojalá que Cancún transmita al mundo un mensaje de esperanza, de esperanza en que el comercio cumpla sus promesas para con todos.

Muchas gracias.