Desde sus orígenes, la civilización se ha estructurado en gran parte sobre el concepto del trabajo. Ahora, por primera vez en la historia, las labores humanas son sistemáticamente eliminadas del proceso económico. En el próximo siglo, el trabajo, tal y como lo conocemos actualmente, habrá sido rebasado en la mayoría de las naciones industrializadas del mundo. Una nueva generación de información sofisticada y de tecnologías de comunicación es introducida en una amplia variedad de situaciones laborales. La maquinaria, junto con inéditas formas de reorganización comercial y empresarial, fuerzan a millones de trabajadores de cuello blanco a buscar empleos temporales y, en el peor de los casos, a alistarse en las filas del subempleo.

Líderes corporativos, economistas y políticos opinan públicamente que los esquemas crecientes de desempleo representan sólo "ajustes" a corto plazo que deben ser encarados como pasos en el tránsito hacia la Era de la Información. Mujeres y hombres de todo el planeta están preocupados por lo que les depara el futuro. Y existe razón para ello. Tan sólo en Estados Unidos las corporaciones borran de sus nóminas más de dos millones de trabajadores anualmente. Aunque se han creado nuevas fuentes de empleo en aquel país, éstos corresponden a los sectores de más bajos ingresos, ello sin apuntar que muchos de estos trabajos son temporales o de medio tiempo.

Los costos sociales producto de estas políticas por supuesto no se han hecho esperar. Los jóvenes ventilan su frustración y rabia mediante conductas antisociales que van desde el uso y abuso de los fármacos, pasando por la violencia urbana, hasta llegar a la decisión rotunda del suicidio. Por su parte, los trabajadores viejos se ven a sí mismos como una especie de sobrevivientes resignados de una hecatombe a la que eufemísticamente se ha llamado modernidad, cuyos alcances han sido más mortíferos que cualquier artefacto nuclear hasta ahora inventado.
Afortunadamente para todo hay teorías. En este caso, por ejemplo, los observadores (es decir, personas que supuestamente saben de lo que hablan) atribuyen la situación a la cruzada victoriosa de los valores tradicionales del neoliberalismo, triunfo que a la postre ha causado una enfermiza ansiedad entre la gente, la cual simple y sencillamente no sabe cómo explicarse los tiempos aciagos en lo que a materia económica y laboral corresponde.

La realidad es que los economistas y políticos se muestran reticentes a reconocer que la manufactura y muchos de los servicios de ese sector provocan una transformación tan profunda y dramática como la que experimentó el sector agrícola a principios de este siglo, cuando las máquinas desplazaron a millones de campesinos. Es decir, aunque no se reconozca públicamente, la humanidad cada vez está más lejos del concepto que durante muchas décadas funcionó bajo el nombre de "trabajo de masas" para ingresar al de "trabajador de élite", término que llega acompañado de una creciente automatización en la producción de bienes y en el dispendio de servicios. Las fábricas sin trabajadores y las compañías virtuales inician su emergencia en el horizonte. No obstante que el desempleo es aún relativamente bajo, se puede esperar que ascienda perceptible e inexorablemente en las próximas cuatro décadas, cuando la economía global complete su transición a la Era de la Información.
Los reflejos de esta transición están tomando lugar. Un Premio Nobel de Economía, el estadounidense Wassily Leontief, ha advertido que con la paulatina introducción de sofisticadas computadoras, «el papel de los humanos como el factor más importante de producción tiende a desaparecer de la misma forma en que los caballos fueron sustituidos en las labores agrícolas por los tractores».

Otros observadores más optimistas -o más mentirosos, quién lo sabe- opinan que no debe cundir el pánico. Este desarrollo no significa necesariamente, según ellos, un incierto futuro. Los beneficios de esta revolución tecnológica podrían ser compartidos por toda la gente, la que vería, por un lado, reducida su aportación en horas-nalga semanales a su lugar de trabajo y, por otro, diversas oportunidades para colaborar en proyectos sociales al margen de la economía de mercado. Sin embargo, ante cualquier tipo de reformas que tendrán lugar en el aspecto laboral, debe tomarse en consideración que estamos de cara a un futuro donde los tradicionales papeles que poseen los trabajos del sector privado como dispositivos centrales de la economía tienden a convertirse en aburridas piezas de museos.