Quisiera comenzar prestándome las palabras de una canción del último disco de Pedro Guerra, titulada Babel y que dice:

Contra la torre de Babel tendemos puentes

Lazos que invitan a entender

Contra la torre de Babel hacemos mundos

Hechos de mezcla y de saber

Contra la torre de Babel cerramos zanjas

En las fronteras del poder

Contra la torre de Babel nos asombramos

Y decidimos conocer …

Por supuesto que se oye mejor en su interpretación, pero aun así me quiero permitir corregirlo, porque no es contra la torre de Babel que suceden esas cosas sino justamente gracias a la existencia de esa situación de Babel que nos incita a tender lazos, puentes, fronteras, mezclas, asombros y también decidimos conocer.

La intención de corregir a Pedro Guerra es nada mas que para ampliar los sentidos de lo que dice: no es contra la torre de Babel que tendemos puentes y lazos como si aún tuvieramos la tarea de reasir y suturar viejas culpas. Más bien, es lo infinitamente humano, aquella humanidad inacabada que somos, el continuo asombrarse de la realidad y la multiplicidad de las cosas que suceden, nuestra Babel cotidiana, la Babel que somos que nos invita a hacernos mundos hechos de mezcla y de saber.
Y si es contra alguna torre de Babel que nos asombramos y decidimos conocer es contra esa versión de la historia que quiere imponer una única visión, una verdad, un paraíso en otra parte, antes de cultivar y de recoger para alimentarnos la pluralidad que somos y nos acontece.

No he dejado de mencionar la Babel que somos, lo cual ha sido razón suficiente para que las formas de dominación desarrollen tecnologías y disciplinas que puedan conformar un yo dócil, una identidad programable para ser así sujetos obedientes y predecibles. Pero no es este aspecto el que me toca desarrollar ahora, sino la invitación que se nos brinda en este nuevo libro de Luis Tapia, que está escrito con esa hermosa cualidad de algunos textos que, por una parte, podemos asistir a la aventura de pensar, nos hace partícipes como lectores del cómo se va elaborando el pensamiento y las consecuencias de pensar de determinadas maneras. Y, por otra parte, es un texto que nos exige a un trabajo y cuidado que como el de Marx escribía en el prólogo de El capital era el deseo de tener «lectores capaces de pensar por sí mismos», retomando aquel valeroso imperativo kantiano que dice: «!Atreveté, a pensar por tí mismo!».

Para despertar al lector

La imagen de Babel tiene la fortuna de enseñarnos no el camino de salida al laberinto de este mundo sino de las posibilidades y potencialidades que nos brinda la vida en este mundo. Y decía que este libro es una lección de escritura y gozo de lectura. Reconozco que estoy entusiasmado con el nuevo libro de Luis y que intentar comentarlo me lleva a muchas cosas y esa es justamente su principal virtud: leerlo nos sugiere un mundo de pensamientos.

¿Cómo logra este texto despertar al lector a la vida del pensamiento?
Creo que es un asunto de estilo, es decir, no sólo puede estar diciendo algunas cosas interesantes e importantes sino es en la forma en que lo hace, el cómo están escenificadas las maneras de decir. Habitualmente a los libros que tratan acerca de la realidad les exigimos conceptos, argumentos, ejemplos y, tambien, posiciones y definiciones -lo cual es una estrategia de lectura y para otros un modelo de escritura-. Pero casi nunca podemos asistir al trasfondo de su elaboración teórica, a lo que llamaríamos, la cocina de su pensamiento, al cómo llegó a preparar tal concepto, con que aditamentos o evitando aquellos otros, o también para qué ocasión elaboró semejante modelo o quiénes son los más indicados para degustar aquella teoría o determinado vocabulario.

Eugenio Trías hablaba de un cierto impase de la filosofía contemporánea que se podría caracterizar como una cuestión de género literario, como si la dificultad o a veces esterilidad de la filosofía contemporánea estuviera emparentada con las formas en que es expuesta, o en la manera en que está escrita y los modos en que la leemos. Es decir, el género literario que lo constituye, el estilo de la escritura nos impone determinadas lecturas y transmisiones. Puede sonar bastante estilizado -por no decir, pasado de moda - hablar del estilo y desde allí intentar abordar este libro. Pero al menos pueden darme la oportunidad para explicarme.

Un ensayo político

Si tuviera que dar un nombre de género literario a este libro, diría que es un ensayo, incluso a si se autodenomina en el subtítulo, y es un ensayo en su mejor expresión en nuestra lengua española. No es casual, si hicieramos un recuento de los textos más memorables de nuestro pensamiento han sido escritos como ensayos y vale también para nuestra pequeña pero rica tradición boliviana, no viene al caso hacer menciones y listas, sino de encausar la lectura de este libro en ese enorme río que se alimenta de muy diversas afluyentes: el ensayo en lengua española.
Aún me faltaría caracterizar el estilo de este ensayo y tiene que ver con la manera en que se desentiende de la lengua académica y no pretende buscar garantías eruditas ni científicas. Por ello, no tiene nada del estilo de un tratado, una filosofía o sistema y, mucho menos, de una ciencia sobre el tiempo y la democracia, aunque cabe advertir, que todos esos aspectos y componentes están en juego al tratarlos y ponerlos a trabajar. Pues, como decía, el ensayo en nuestra lengua ha sido un lugar previlegiado para el laboratorio del pensamiento. Es en el ensayo que se pueden cultivar las propias semillas y frutos, experimentar con vocabularios y argumentaciones para encontrar los más adecuados para sus propios fines y, ante todo, se puede ensayar, es decir probar, tentar, la aventura de pensar por sí mismo, aquel viaje sin Itaca, sin ataduras, sin fines inmediatos, sin garantías tutelares.

Entonces, esta forma de asumir el estilo del ensayo no es para nada azaroso ni casual en este libro, creo que está asociado íntimamente con la manera de buscar y vivir el pensamiento y determinado sobre todo por la forma de plantearse una urgencia de la política y de situar la necesidad de cultivar una política democrática. Ya que planteo de este modo la importancia del estilo del ensayo debo señalar al menos a qué experiencia de la política nos conduce este libro. Y me gustaría así recalcar la audacia que implica introducir la problemática del tiempo en las prácticas políticas, que ciertamente no es una novedad, ya Hannah Arendt, por mencionar una autoridad, lo abordó. Pero lo interesante de este texto es que la introducción de la temporalidad en la política está no sólo en el suceder de los hombres y las cosas sino en el corazón mismo de hacerse hombres, humanos, y en el surgir propiamente de las cosas.

El tiempo y la pluridad

Se podría decir a partir de los presupuestos de Luis que el tiempo no es solamente un trasfondo donde se ubican los sucesos y las cosas, como si se tratará únicamente de tener el conocimiento suficiente para ubicar el escenario y la escenografía adecuada para cada caso; ya que finalmente, nos enseñan a qué podemos entender y por lo tanto relativizar, en tanto, podamos ubicar temporalmente e historicamente, lo que es un hecho y un personaje, un acto y un hombre, como en una película en que todo depende solamente de la capacidad de producción e histrionismo. En consecuencia, podemos acatar orgullosamente la diversidad y la pluralidad porque sabemos donde situar cada uno de los elementos y situaciones.

Políticamente seremos correctos porque desciframos los sucesos y los hombres en su exactitud temporal desplegada, aunque algunos hechos y personajes se empeñan en ser arcaicos o soñadores, es decir, tan poco realistas y para el colmo serían inactuales. Lo que le permite a este sensato realismo y sana democracia mantener y cultivar el actual estado de cosas y es porque el tiempo no hace mella en su humanismo, el hombre en esencia es igual y las formas de organizarse son producto de sus cualidades y carencias. El tiempo sólo es una cortina de fondo para continuar y hasta acrecentar las diferencias y desigualdades, por no hablar ya de la explotación. El tiempo comprendido así sirve para exorcisar la multiplicidad y pluralidad de la vida, de las culturas y los acontecimientos, de los hombres y mujeres.

En cambio, este ensayo intentará penetrar en los seres y las cosas a partir del tiempo, la finitud y caducidad de las cosas son el principio de construcción y sentido, la temporalidad será así la modalidad política que los constituye, el corazón de sus contingencias.

El desafío de La velocidad del pluralismo es dar el tiempo para ver y oir, comprender y dialogar, leer y pensar, lo cual toma -como ya sabemos todos por experiencia propia- darse ese tiempo y el poder realizarlo felizmente podría acrecentar en una cultura verdaderamente democrática.