Cuenta el que fuera cronista de la Ciudad de México, Artemio de Valle-Arizpe (1884-1961), que el origen de la palabra "gringo" data de los días septembrinos de 1847, cuando el ejército norteamericano de Winfield Scott tomara la capital mexicana.

De Valle-Arizpe refiere el hecho en su relato «La Generala», sucedido en la calle de Capuchinas -donde se alzaba el convento que se derribó para abrir la calle Lerdo-. Y aunque en el texto sólo menciona de paso el origen del nombre «gringo» (su intención posee otros derroteros de comicidad en aquellos días trágicos, por tratarse de una cabra, a la que las monjas capuchinas llamaron «La Generala», y que conmoviera el corazón de Scott), el historiador escribe:

Los usurpadores trajeron una cancioncilla de vulgaridad sobresaliente, con cadencias roncas, monótonas y largas, que sonaba opaca y sin gracia en los oídos mexicanos, tan hechos a los sones animados y frescos de su música popular que distrae al más misántropo, y una tan pegadiza que, sin permiso del entendimiento, la tararean los labios.

Los envanecidos vencedores iban por calles y plazas cantando esta canción; jamás se les caía de los labios la infeliz tonadilla. Green grow the bushes (lo que en su idioma significa: «crecen las matas verdes»), decían las primeras palabras; por lo que la gente de la ciudad, al oír repetir tanto y a todas horas esa abominable canción de green grow, llamó gringos a los norteamericanos, haciendo de las dos expresiones una sola, que pronunciaban a su manera. Esta es la versión de la palabra despectiva.

Buscando aquí y allá por diferentes catálogos de canciones folklóricas de Inglaterra y Estados Unidos, dimos con la mentada melodía de aliterativas guturales que puede escucharse en Internet bajo el nombre de «Green Grows the Lilacs» («Verdes crecen las lilas»).

Hay innumerables versiones cambiantes, todas girando en torno a lo verde como crecen pastos y flores. Dicha tonada a ritmo de vals lento tuvo sus orígenes en una canción parecida, «Green Grows the Laurel», que fuera muy popular en la Escocia del siglo XVII, sustenta el musicólogo Barry Taylor:

La balada norteamericana cuenta la historia de un soldado americano enamorado de una joven sirvienta. Aunque no poseo las palabras de la versión anterior, evidentemente se trata de un tema similar pese a las distintas nacionalidades. Una historia sobre el origen de las canciones especula que los vaqueros del sur de Texas la cantaban y que los mexicanos, al no entender qué decían, sólo escuchaban ’green grow’ («lo verde crece»), y así fue que los norteamericanos fueron llamados gringos por los mexicanos.

Algunos historiadores afirman que el término se acuñó durante la incursión de las tropas estadounidenses en pos de Pancho Villa. Sin embargo, en las investigaciones referenciales «Urban Legends» («Leyendas urbanas») de Barbara y David P. Mikkelson, esta pareja niega que aquella canción sea la fuente primaria de «gringos». Alegan que, a decir de Hugh Rawson (en «Devious Derivations» -«Derivaciones engañosas», Nueva York, 1994-), el mote apareció en el Diccionario Castellano de Málaga, España, hacia 1787, y definía «gringo» como «el extranjero que posee cierto tipo de acento fuereño al del español», siendo un término utilizado en Madrid para designar a los irlandeses.

Y aunque los Mikkelson creen que la palabra «gringo» proviene de otra similar: «griego», por semántica y afinidad fonética, su explicación no convence. Determinan que «tanto en inglés como en castellano», cuando una persona no entiende algo, dice: «Está en griego» (lo cual no es verdadero en el caso del español hablado en México, donde decimos: «Está en chino»). Y se remontan a la obra de William Shakespeare, Julio César, donde el dramaturgo inglés retoma dicho significado del proverbio latino Graecum est; non potest legi, que equivale a: «Está en griego; no puede leerse».

Concluyen que sería plausible que la palabra «gringo» haya precipitado su introducción en la lengua inglesa durante la guerra entre México y Estados Unidos (1846 y 1848), pero que era una palabra que ya existía al menos unos sesenta años atrás, «y nada tenía que ver con soldados cantando, norteamericanos, ni nada por el estilo». Estos mismos historiadores también recogen la versión de que dicha melodía la cantaban voluntarios de la Legión Irlandesa que sirvieron al ejército de Simón Bolívar durante la guerra de independencia de Venezuela, a principios del siglo XIX. ¿Entonces?

Hay que ir hacia 1794, donde existe un registro de la balada escocesa «Green Grow the Rashes», con versos pícaros del poeta Robert Burns (1759-1796), también escocés, que él mismo cambió una y otra vez: "Oh, qué verdes me crecen las costras por las horas que pasé entre las jóvenes sirvientas..."

«Lovely Jamie» («Amada Jamie») es también otra canción popular anglófona que incluye en el coro la expresión «qué verdes crecen los juncos», si bien se trata de un amor que termina mal: el padre de Jamie la mata por el amor de ella a un trovador, y éste va al cementerio a ver crecer la hierba:

Oh, qué verde crecen los juncos y altos los árboles.

Y el amor espera para ti y para mí...

Viéndolo bien, la versión de Artemio de Valle-Arizpe acerca de la palabra «gringo» no suena tan descabellada, y es muy probable que los soldados invasores hayan cantado alguna de estas versiones, ora burlándose por su hazaña invasora, por las mujeres que violaban, o bien extrañando a las que dejaron en casa, desde su llegada a México el 14 de septiembre de 1847. Una pista: en el relato de «La Generala», De Valle-Arizpe cuenta cuán grande fue la humillación que sintieron los mexicanos al ver la bandera de Estados Unidos ondeando en Palacio Nacional, por lo que la única manera de saldar la afrenta era matando soldados gabachos a escondidas:

«A diario amanecían muertos varios gringos. Los mexicanos, indignados con su humillante presencia, les ponían lazos y paradas en muchas partes, y ellos, con su natural candidez, caían en las emboscadas.»
Así, Winfield Scott prohibió que se hicieran sonar las campanas de las iglesias y conventos como era común en México, pues pensaba que era la señal de lucha para congregar a la gente allí y conspirar. En el silencio de las calles, lo único que podía oírse eran los cantos de aquella canción que entonaban los invasores gringos:

Crecen verdes las lilas, iluminadas de rocío.

Estoy tan solo, querida, desde que partí de ti;

pero cuando nos veamos espero demostrarte mi amor

y que las verdes lilas cambien su color a rojo, blanco y azul...

Claro, era una versión que aludía al Destino Manifiesto, pues el verde correspondía a la bandera mexicana y, con su canto, los gringos también suplantaron el verde para agregar el azul de la suya, en barras y estrellas.

(Fuente: Historia, tradiciones y leyendas de calles de México, de Artemio de Valle-Arizpe. Tomo III, Editorial Planeta Mexicana, 1999).