Hay un viejo dicho que es anterior a la canción de León Gieco. Dice: «Yo soy como Orozco, cuando como, no conozco». Algo que es parte de la cultura estructural es precisamente el arte de comer conversando, mirando de frente a los comensales y desechando apuros, tensiones y frases incómodas, para disfrutar plenamente de la buena mesa.

Pérez Alcalá, un excelente anfitrión, aprecia el ingenio y el buen humor del periodista y poeta Jorge Mansilla, Coco Manto, pero no lo soporta en la mesa porque el Coco ni se fija en lo que tan laboriosamente preparó el dueño de casa. Le da lo mismo comer faisán que chilaquiles o trancapechos, aunque diga frases desopilantes y observaciones ingeniosas. El arte consiste en guardar un sano equilibrio de temas, uno de los cuales debe ser la observación amable sobre lo que se está comiendo.

Por lo general es un tremendo riesgo el de invitar a periodistas, porque normalmente no saben ni les interesa lo que están comiendo y porque sólo son capaces de hablar de las noticias del día, que es la peor forma de crear tensión en esa hora bendita dedicada al buen yantar. Y es que conversar es también un arte y, desgraciadamente, un arte poco cultivado, entre otros motivos por la impaciencia y la manía de interrumpir, de impedir que el interlocutor termine el período que inició. Vaya un ejemplo. Resulta que una buena señora quiere saber cómo nació el tema de mi novela El run run de la calavera, y entonces empieza el sketch:

-Lo que pasa es que una vez me invitaron al carnaval de Pocona, que es un pueblo muy lindo y de pronto...

-Ay, qué lindos son los carnavales en provincia. ¿A usted le gustan?

-Mucho, sobre todo porque hay la costumbre de cantar ... -Coplas. Claro. ¡Qué ocurrentes son las coplas! Seguro que se sabe de memoria varias...

-Bueno, algunas.

-¿Y no me dirá que toca algún instrumento?

-Más o menos.

-No me diga nada. Seguro que charango...¿no? Entonces quena. Usted tiene cara de saber tocar quena. ¿Tampoco?

-Guitarra. Un poco.

-Pero qué delicia. Cariño, ¿quieres pasarnos la guitarra que está en el ropero?

-Bueno, le decía que íbamos en comparsa por una calle de Pocona y de pronto...

-Uy, salir en comparsa...Tanto tiempo que no hago eso. Y pensar que en mi juventud era integrante de una fraternidad.

-Una calle de Pocona, ¿se da cuenta? Y de pronto nos topamos con un entierro.

-Qué horror. Yo evito los entierros. Apelo a cualquier pretexto para no asistir a ninguno de ellos.

-Un entierro, ¿no? Y se venía mucha gente vestida de luto.

-¿Sabía usted que hace mal a los riñones? Cuando murió mi abuelita, casi me muero de una infección, y todo por vestirme de negro.

-El caso es que el contraste era muy grande. Nosotros vestidos de colores claros, con mixtura y serpentina y ellos...

-Hacían bien en usar colores claros. Es lo mejor para la salud. Pero si algo odio es la mixtura y la serpentina. ¡Cariño! ¿Encontraste la guitarra?

-Bueno, el caso es que era un personaje importante, un viejito muy querido.

-Ay, perdóneme, pero todos los muertos son buenos, aunque en vida hayan sido unos truhanes. ¡Cariño! ¡Te dije que está en el ropero!

-Total, que nos plegamos al entierro, y nos dirigimos al ...

-Cementerio. Ay, yo evito ir al cementerio. La última vez que fui era el entierro de mi abuelita. ¿Le conté que el luto me hizo mal a los riñones?

-Pero nada más escúcheme esto: ya en el cementerio, y en medio de la confusión entre nosotros y los dolientes, uno no sabía ya quién ...

-Ay, por fin, llegó la guitarra. Gracias, cariño, aunque podías apurarte un poco. Vamos, no sea malito. Toque unas coplas.

-Es que no se distinguía quién estaba vivo y quién ...

-Bueno, bueno, basta de charla. A cantar. La verdad es que preferiría una de...¿Se sabe algo de Ricardo Arjona?

-...

-Hay una que no entiendo. Dice: «Tu reputación son las primeras seis letras...»

-Muy fácil, cariño. ¿Cuáles son las primeras seis letras de «reputación»?

-Ay, oh, no lo había pensado. ¡Pero qué original!

-¿Original? Es lo más burdo que he escuchado.

-Claro. Todos los maridos son así. Se mueren de celos cuando escuchan a Arjona.

Probablemente era una buena anécdota sobre la vida y la muerte, pero derivó en Arjona, no sin antes pasar por lutos, cementerios y otros afluentes menores. Claro que hay latosos que acaparan la charla porque sólo se escuchan a sí mismos, pero es porque no conocen la gracia de dejar la mente en libertad y concentrar los sentidos en el paladar mientras otros se desgastan hablando. La conversación es un rito para gatos tranquilos, para felinos que saben disfrutar con languidez de una larga sobremesa al calor de un tibio hogar.