Así sostuvo en su columna dominical Ricardo Ramos Tremolada refiriéndose al actual embajador peruano en España. Veamos el mataburro. Mamarracho: persona que viste grotescamente y actúa de forma ridícula. Persona informal o despreciable. Cosa defectuosa, ridícula o extravagante. Tengo la impresión que el lector puede arriesgar su propio veredicto.

Es obvio que Fernando Olivera está asociado íntimamente a los grandes escándalos. Alguna vez declaró que la Selva estaba siendo bombardeada por los aviones de la FAP, hecho que, como es natural, no pudo probar y menos sustentar, pero sí ganó primeras planas grotescas. Es inconcebible desunir el embeleco de alguna trapisonda a la carrera del susodicho.

Tiene Olivera el honor de ser el responsable que Alan García Pérez compitiera en segunda vuelta con Alejandro Toledo porque él dividió con su infinita vanidad al sector que apoyaba a Lourdes Flores. Además, ha firmado leyes con dedicatoria y su continente intelectual es insospechable porque el 98% de sus apariciones públicas divaga entre la patanería de político criollo, mañoso, cunda, rejugado y el oportunismo coyuntural en que es eximio equilibrista. Virtudes éstas, si así se las puede llamar, que caracterizan a los tigres de papel o a los Catones de juguete.

Todas las sociedades tienen válvulas de escape y aquí hemos tenido -y tenemos- una prensa profundamente despreciable. Con excepciones mínimas, los medios son tributarios serviles de sus accionistas, testaferros y sicarios. La conciencia del periodista o su personalidad importan un bledo porque prevalece, en contra de cualquier principio democrático de dignidad, el valor del dinero, de la inversión y en no pocas oportunidades, la coima institucional que vuelve al ladrón, decente y al miserable, hombre de respeto.

También tienen los conjuntos sociales hombres y mujeres que juegan ajedrez de caníbales comiéndose los unos a los otros. Uno de estos es Fernando Olivera. Con tenacidad enfermiza ha blasfemado de Alan García Pérez y la comparación no resiste ni un sólo análisis. Mientras que el Mozallón se perfila como el candidato conservador, tradicional y revisionista del Apra, con posibilidades interesantes, Olivera necesita colgarse como una garrapata de cualquier otro para hacer noticia o aprovechar circunstancias. De otro modo no se le puede imaginar.

A esta altura conviene recordar el mote que le endilgó Ramos Tremolada al llamar a Olivera “mamarracho de la política nacional”. Creo que hay generosidad pero también un ácido calificativo. A mí me cupo la divertida travesura, pocos años atrás de llamar a Olivera Mono con Metralleta, McM, por su dinámica imparable como irresponsable de enlodar a todo aquel que no comulgara con sus estrechos puntos de vista.

Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.