La marea de repudio crece todos los días y la presencia de Fausto Alvarado en el ministerio de Justicia y de Fernando Olivera en la embajada del Perú en España, se tornan inconvenientes, desvergonzadas, descaradas. Si tuvieran una pizca de amor propio ya habrían renunciado pero este par carece de tan elemental cuota política. Olivera y Alvarado: ¡fuera de una buena vez!

Se afirma que siendo Justicia la cartera en que habrán de ventilarse los supuestos delitos atribuidos a Olivera y cuyo titular es del mismo partido, Alvarado, entonces no hay garantía de ninguna especie que exista ecuanimidad y respeto. ¿Desde cuándo el gato puede actuar de despensero?

El magistrado Sergio Salas Villalobos se ha pronunciado porque la lucha contra la corrupción abarque un frente nacional sin distingos ni particularidades específicas de partidos con nombre y apellido. Por tanto, el señor Fausto Alvarado, hasta hoy titular de Justicia, debería dejar, en el acto dicha cartera porque hay presiones inaceptables que estaría ejerciendo desde su alto cargo.

Si no hay delitos ni conciencia culpable de nada, entonces ¿por causa de qué tanta palabrería para no irse y dejar que la claridad se imponga? Lo mínimo que se espera de funcionarios del Estado es que demuestren su honestidad. No sólo que la cacareen en declaraciones altisonantes y a veces malcriadas sino que como la mujer del César, no sólo deben serlo, sino parecerlo.

A menos que existan trapisondas, acuerdos, contubernios, manejos, entuertos secretos que merezcan algún tipo de defensa hasta con las uñas. Entonces, si esto fuera cierto ¿qué diferencia habría con lo ocurrido durante el decenio delincuencial de Fujimori? La verdad que nada o casi nada. Los fujimoristas gozaban robando porque eran cacos profesionales. Los que hoy delinquen sólo lo hacen porque nunca tuvieron otro propósito que aprovecharse de un régimen que nació con un inmenso apoyo popular.

Por desgracia, no parecen suficientes, las ofertas que hace el primer ministro Ferrero, quien en lugar de haber salido a defender la gestión integral de su gobierno, desde el primer momento de la crisis, ensayó muy tarde una suerte de discurso chato y que discurre por lugares harto comunes.

Olivera y Alvarado: ¡fuera de una buena vez!

Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.