Poco le faltó para llorar a Fernando Olivera porque está muy sentido, dice él, por la campaña de demolición que hay en su contra. Pocos meses o semanas atrás, Raúl Diez Canseco dijo lo mismo. Y cuando no es la mafia, hay alguien o grupos que están complotando contra este supuesto símbolo de la lucha anti-corrupción y salvador de la democracia como se reputa Olivera. La verdad es que cada día se hunde más.

Es absolutamente mañoso identificar democracia y lucha contra la corrupción como escudos cuando salen a flote los desmanes, inconductas y encuentros poco claros de Olivera con delincuentes encarcelados o influencias raras que se ejercen sobre determinadas personas. Gustavo Pacheco es un caso sumamente triste de ridículo e infamia.

Curioso el paralelismo entre el pecado y el ministerio de Justicia. Recuérdese, cuando Niño Diego García Sayán fue ministro, autorizó citas de sus funcionarios con terroristas, mintió al país y fue puesto en evidencia su embuste; Olivera, el estrambótico embajador por algunos días más en España, fue más allá: él mismo se encargó de tener encuentros y en torno a vídeos que comprometían a Shutz, el dueño del Canal 5, quien al final se fugó del país.

Olivera pretende hacerse la víctima y lanza toda la artillería contra sus supuestos enemigos. Pero el tema es que él negó un montón de cosas y las versiones que van apareciendo, dicen otra cosa. Y entonces él disimula y acomoda las situaciones en su beneficio.

Una pregunta directa: ¿Cree Olivera que todos los peruanos somos estúpidos?

Son decenas o cientos las tropelías cometidas por Olivera en todo orden de cosas y desde hace muchos años. ¿Por causa de qué habría de haberse corregido cuando era ministro de Justicia, como parece que ocurrió según los múltiples testimonios?

En breve lo tendremos por Lima y ojalá no se hagan distingos en la aplicación de la justicia, se le levante el secreto bancario, la confidencialidad de sus comunicaciones telefónicas y se ordene lo indispensable para que este señor no tome las de Villadiego ni siga creyéndose un virrey o un elemento indispensable en el país. La verdad que No lo es.

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.