Pocas semanas atrás y luego de decenios de traspiés y derrotas, Torre Tagle logró torcerle el cuello a Chile y este país, nada menos que en expresión de su máximo representante, el presidente Ricardo Lagos, admitió que podía llegar a una mesa de negociación en torno a los límites marítimos con Perú. La mejor demostración del éxito peruano fue el aceleradísimo desmentido que la diplomacia chilena luego emitió enmendándole la plana a Lagos.

En visita a Chile, el viceministro de Relaciones Exteriores del Perú, Luis Solari, reafirmó que nuestro país sostiene que no hay ningún tratado de límites marítimos con Chile. Esto provocó la inmediata y viva protesta del vicecanciller chileno Barros, pero Solari no hacía sino basarse en la sólida posición peruana y en el texto pronunciado por Lagos.

En ninguno de estos encuentros se trató, ni por casualidad siquiera, sobre la Convención del Mar como institución posible de ser usada para la delimitación marítima, máxime si Chile rechaza expresamente cuanto se refiere a estas delimitaciones en el Artículo 15 de la Convención. Por tanto, este camino es absurdo, inválido, inane, inútil.

Antier el ex-presidente Eduardo Frei enunció la tesis oficial sureña que dice que el tema de la delimitación marítima está cerrado para Chile y, felizmente, el canciller Manuel Rodríguez Cuadros, encaró el asunto de modo categórico y sin lugar a dudas: ¡para el Perú no hay ningún tratado de límites marítimos con Chile y es un asunto pendiente!

¿No es el mejor momento para que frente a un problema que incumbe a los 26 millones de peruanos, cerrar filas, detrás de una Cancillería que empieza a pensar en firme y con resolución de victoria de acuerdo al derecho internacional y a la equidad con paz que debe primar entre las naciones del orbe?

Hay algo que no nos puede pasar inadvertido: ¡casi nadie entiende y menos sabe, sobre el asunto entre Perú y Chile! Pocos conocen en torno al Tratado y Protocolo Complementario del 3 de junio de 1929; mucho menos sobre la Declaración de Santiago de 1952 y el Convenio sobre zona especial fronteriza marítima de 1954. Y que ninguna de estas dos confluencias diplomáticas es un tratado sobre límites.

Por tanto, ¿por causa de qué no agarra Cancillería al toro por las astas y emprende una pedagógica y combativa lucha por ilustrar a los peruanos acerca de nuestras posiciones limítrofes al norte, sur, este y oeste? Pueblo que aprende de su pasado, evita cometer los mismos yerros en el futuro.

Los medios de comunicación escritos, orales y televisivos, debían comprender que si hay una sinergia imprescindible, ésta se refiere a los grandes temas en que Perú tiene -y debe- actuar como nación con un sólo norte y en este caso ¡La Cancillería somos Todos!

¿Cuánto cuesta? Hay que recordar el dicho inverso: ¿cuánto cuesta no hacerlo? La respuesta es simple: todo lo que hoy vemos en indefiniciones, ignorancia de gruesas capas sociales de qué derechos le asisten en cumplimiento de los tratados de límites como la soberanía que tiene el Perú sobre el malecón de atraque para barcos de gran calado en los 1575 metros de la bahía de Arica y un edificio para la aduana en esa misma ciudad y la estación del ferrocarril Tacna-Arica.

¡Esta es una oportunidad inmejorable! Y acaso Cancillería constituya la gran avenida que una a los peruanos en grandes momentos históricos. Nos asiste una profusa juridicidad y conocimiento de cómo otras naciones acostumbran birlar y burlar los tratados internacionales, sepamos cómo impedirlo por la fuerza de la razón y por el imperio de la justicia, la paz entre las naciones y el derecho al desarrollo y por un Perú libre, justo y culto.

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.

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¡La Cancillería somos todos!
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