A ciertos aficionados al periodismo, para parecer sabios y enterados, no les queda recurso más bobo que llamar a El Comercio como “el decano de la prensa nacional”. ¡Y nada más falso! El Peruano, fundado por Simón Bolívar el 29 de octubre de 1825 y cuyas ediciones impresas aparecieron a partir de mayo del año siguiente, es decir de 1826, es el más antiguo diario nacional. Al venezolano le llamaron Libertador y su ilustre memoria, con yerros y aciertos, no puede ser insultada por ignorantes.

En efecto, en Panorama del domingo, la señorita Jéssica Tapia, repitió en múltiples oportunidades el dislate. Concedamos que la juventud, inexperiencia, pocas luces de Tapia le llevaron a proferir la inexactitud. Pero, ¿es que no hay forma de avisarle para que frente al público no incurra reiteradamente en semejante atrocidad?

En artículo publicado en 1944 en El tónel de Diógenes, pero escrito decenios antes, Manuel González Prada, definió con acidez a El Comercio y no logró ver cómo, muchos años a posteriori, sus proféticas palabras encontrarían la confirmación de sus verdades.

No olvidemos que El Comercio había dicho cuando la Guerra del Pacífico: ¡Primero los chilenos que Piérola!

En ocasión de los sucesos del 7 de julio de 1932 cuando la insurrección cañera-obrera aprista en Trujillo, El Comercio inventó víctimas, masacres, apaleamientos, mutilaciones de gente que vivió 40 años más luego de estos hechos de sangre. No contento con mentir, el diario del odio, demandó que a los apristas había que asesinarlos por la espalda.

El 30 de abril de 1933, el mismo día del asesinato de Sánchez Cerro, El Comercio anunciaba -y de paso se alineaba ya- la presidencia de Oscar R. Benavides. La violencia y el odio sólo procrean violencia y odio.

En 1936 se produjo el execrable doble asesinato de los esposos Antonio Miró Quesada y María Laos de Miró Quesada a manos de un joven militante del aprismo, Carlos Steer Lafont. Aquello marcó, de por vida, la irreconciliable frontera entre un sector significativo de peruanos militantes de un partido y el de una familia, minoritaria, antichola, inventora de sabios y de escritores a quienes consagró como lumbreras de la cultura nacional o personajes de la sociedad.

El Comercio tumbó ministros, gabinetes o presidentes. Dio su apoyo, no gratuito, a quien o quienes le reconocían su imperio intocable de opinión y creadora de odio entre los peruanos.

Cuando en 1974, el gobierno militar expropia los diarios y expectora a la familia dueña de El Comercio, se produjo lo que se llamó la parametrización de la prensa. Es importante reivindicar que con respecto a esta censura de opinión, El Comercio ya llevaba decenios de adelanto porque nada salía sin el consentimiento, aquiescencia o veredicto de la familia todopoderosa.

Apenas vuelto Belaunde al gobierno, en 1980, promovió la devolución de los diarios y de dineros a los dueños de medios. El Comercio volvió por sus fueros.

Ha poco, para no perder la costumbre, El Comercio demandó la prisión de las huestes de Antauro Humala y el castigo de sus ideas. Ahora su objetivo es Fernando Zevallos de Aerocontinente. Con una diferencia, el antecitado fue al programa televisivo. En cambio, el valetudinario director de El Comercio Alejandro Miró Quesada Cisneros, careció de los pantalones para sostener lo que en sus ediciones suscribe diariamente.

El Comercio, aparte de ser usina del odio, es apenas el subdecano de la prensa peruana.

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.