Con ese título se realizó la última semana de enero un foro abierto de supuestos especialistas y expertos en lenguaje político, con el objetivo expreso de desmontar lo falaz, embustero y manipulador del lenguaje del chavismo. También para combatir el contagio del lenguaje oficialista en la oposición y por esa vía recuperar el lenguaje de la política como base de la reconstrucción del país. Como lingüista y estudioso del lenguaje en su contexto social, me interesó sobremanera asistir a ese encuentro, y me presenté en el Cybercentrum de Las Mercedes, donde tuvo lugar.

El tema era sin duda fascinante y los títulos de las ponencias prometían mucho, pero de entrada debo decir que el foro ese, en términos de las presentaciones y el conocimiento de los participantes sobre lo tratado, fue bien decepcionante. Para empezar, ninguno de ellos se molestó en definir qué entendían por discurso o por lenguaje, ni por describir y delimitar su objeto de estudio. Lo que hicieron, o trataron de hacer, fue deconstruir y caracterizar algunos conceptos, ideas y palabras claves que han sido utilizados por Hugo Chávez y otros actores del proceso revolucionario bolivariano, para describir las situaciones políticas y sus concepciones ideológicas.

El primero que habló, el que fungió de presentador y supongo que organizador del evento, Fernando Egaña. Nos informó que quizá el arma más poderosa con que cuenta el actual Presidente es su verbo, sus palabras y conceptos, puesto que domina el discurso y domina el lenguaje. El propósito de esa reunión, anunció, era denunciar la falsificación del lenguaje y superar el discurso oficialista. La implicación allí era que gran parte del éxito comunicacional y político del gobierno era por su habilidad en el uso del lenguaje, que por encima de las realidades socioeconómicas del país, de alguna manera ha funcionado para mantener el sostenido apoyo con que ha contado el presente régimen.

El primer ponente, el historiador Manuel Caballero, calificó de degeneración del lenguaje y como falacias algunos conceptos claves del vocabulario político actual, como son los cubiertos por los términos cuarta y quinta república, puntofijismo, bolivarianismo y soberanía. En esencia se lamentó de lo poco precisas que le resultan esas designaciones, a la luz de lo que ha sido realmente, en su opinión, el republicanismo, el famoso pacto entre adecos, copeyanos y urredistas del siglo pasado, la ideología de Bolívar y la noción de soberanía como contrapuesta al despotismo. Ignorando tal vez que lo importante de todo término y concepto no es la etiqueta significante sino su contenido y referente, que siempre deben tener sustancia y realidad, consideró inoportuno y sin duda reforzador de las políticas del gobierno, que todos en Venezuela hayan adoptado ese mismo vocabulario. Al menos tuvo la virtud de insinuar, de refilón dentro de su desorden expositivo, que lo que entendía por lenguaje estaba realmente referido y circunscrito al vocabulario, al uso particular de algunos elementos léxicos en el habla.

Pero cuando más claro se vio que estábamos en presencia de un grupo de diletantes y extraviados, fue cuando intervino Carole Leal Curiel, antropóloga de la Universidad Simón Bolívar. Citando a un autor llamado J.V. Austin, se permitió hablar de actos de habla «desafortunados» usando como ejemplo nada menos que la juramentación de Chávez cuando se posesionó como Presidente en 1999; de un supuesto lenguaje charlatán presente en el espíritu del chavismo, como si tal cosa existiera; de la condición simplista, efectista, simplificadora y binaria del lenguaje de Chávez y el chavismo; y, no se la pierdan, del «deterioro» y «empobrecimiento» del lenguaje que ha significado la introducción y manejo de nuevos conceptos y términos, que como, entre otros, la noción de puntofijismo, se manejan cotidianamente. Como si añadirle al léxico conceptos y palabras, utilizar estas últimas en la especificidad de su campo semántico, y ampliar el sentido e implicaciones de términos ya existentes, fuese empobrecer el lenguaje.

Sí me llamó la atención que esta académica aludiera, alegre e irresponsablemente, a la «violencia» de Chávez durante su juramentación, porque en esa oportunidad se refirió a la Constitución del 61 como moribunda. Por favor, ¿qué tipo de violencia puede ser esa? ¿Y qué entenderá esa señora por violencia? Se hizo evidente que, al tiempo que pretendían denunciar y desentrañar conceptos y mitos «difundidos a todo viento por el Comandante en escenarios políticos nacionales e internacionales», estaban haciendo exactamente lo mismo y peor, al acusar infundadamente de «violento» el discurso y el lenguaje del Presidente. Allí sí que hay manipulación y efectiva pérdida en el lenguaje. ¿O es que no sostienen mitos y eufemismos bien falaces los opositores al gobierno, como aquello de la «sociedad civil», la «meritocracia» y los «militares democráticos e institucionalistas» (los de la Plaza Altamira)?

Sin embargo, sí hubo intervenciones inteligentes en ese foro, como la de Francisco Plaza, profesor de la Universidad Metropolitana, quien sí hizo un intento de análisis no panfletario ni simplista de los contenidos y significados del lenguaje chavista, reconociendo que ese conjunto de frases, conceptos, mensajes y expresiones que lo caracterizan, responde a realidades subyacentes, con contenidos e implicaciones claras, revolucionarias. No son aquellas palabras huecas sino propuestas y hechos concretos que han sido aceptados por el país, si bien para el ponente el gobierno ha buscado negar la realidad.

El último ponente fue Leonardo Carvajal, de la Asamblea de Educación. Como vivo y trabajo fuera de Venezuela no tenía por qué saber quién era este señor, pero luego me enteré de que entre otras cosas fue el ministro de Educación designado por Pedro Carmona Estanga. Pues bien, su ponencia fue demasiado imprecisa e improvisada, por lo que me tuve que salir, en momentos en que hablaba de la manipulación y el lenguaje «ácido» de Chávez, antes de caer en la tentación de quedarme hasta el final e intervenir para aclarar conceptos y exigir precisiones. También nos reveló que con su habilidad y autoridad, el Presidente había impuesto su propia visión de la historia, por encima de la de reconocidos como Guillermo Morón, Manuel Caballero, Elías Pino Iturrieta, Carrera Damas. ¿Y es acaso sorprendente?

Como conclusión, saqué en claro que los que se propusieron descodificar los conceptos y mitos del lenguaje de Chávez y el chavismo para enfrentarlo, terminaron reforzando la idea de que estamos ante el discurso exitoso, si bien manipulador, de un individuo hábil y astuto, que sabe jugar con el alma de la gente y que domina, como no lo saben hacer ni académicos ni intelectuales, el discurso y el lenguaje. Sirvió pues este foro, para reforzar el mito de Chávez como el gran dirigente, el gran comunicador, como el presidente que sí le habla al pueblo.