En las principales universidades del país se viven procesos electorales que ponen en movimiento la diversidad político-intelectual que habita estos espacios. A primera vista podría suponerse que estos procesos ponen en juego las grandes polarizaciones teóricas de visiones opuestas de la universidad, de la sociedad venezolana y del mundo. Pero mirado este asunto con más detenimiento nos mostraría una situación completamente distinta: la renovación de autoridades universitarias es un ritual más o menos inocuo donde no se juega mayor cosa. No porque haya un gran consenso sobre la universidad, su crisis y sus salidas, sino porque el debate intelectual de fondo, la confrontación que antes denominábamos cómodamente como «ideológica», ha desaparecido de la escena. En su lugar se ha instalado un aburrido ambiente de maniobras y politiquería menor que no entusiasma sino a sus directos beneficiarios.

Ello no quiere decir que todo sea exactamente lo mismo y que algunos sectores no intenten hacer la diferencia con gestos y propuestas que van en otra dirección. Lo que decimos es que los rasgos dominantes, las tendencias visiblemente mayoritarias, están de algún modo amarradas al status quo con poquísimas probabilidades de alterar estas inercias que sólo reproducen lo dado.

El mundo universitario vive un proceso de transformación generalizada que guarda íntima relación con los acelerados cambios que experimenta la sociedad en todo el planeta. Esta dinámica de renovación en todos los niveles es vivida de modo desigual en cada región y país según las características por las que atraviesa singularmente cada universidad. Pero en todos lo casos asistimos a un curso histórico de transformaciones en el que se ha puesto en tensión, ya no sólo la configuración institucional de las universidades, sino las ideas de base con las que se confeccionaron estas instituciones en el pasado.

En Venezuela asistimos de igual modo a una dinámica de transformaciones en distintos planos de la sociedad que abre espacios favorecedores para impulsar cambios significativos en los modelos universitarios tradicionales. La percepción de estos climas de renovación están ampliamente reconocidos en los escenarios internacionales, en las agendas especializadas de investigaciones sobre el campo, en los debates intelectuales que interpelan las nuevas concepciones sobre la educación y la sociedad; en fin, en las comunidades universitarias que demandan de diversa manera la asunción de este horizonte transformador como condición del tiempo por venir.

La envergadura de los cambios que están planteados exige de una manera clara esfuerzos crecientes de creación de consenso alrededor de la agenda de reformas. El camino recorrido hasta hoy permite valorar un importante activo en lo que concierne a los diagnósticos y evaluaciones diversas de las que disponemos en la actualidad. Se ha acumulado suficiente experticia en todos los campos de desempeño de la vida universitaria como para propiciar consistentemente programas de transformación.

No obstante, la experiencia indica que esos procesos requieren una inducción permanente, una alta dosis de direccionalidad en la que se ponen en juego, no sólo visiones y sensibilidades diversas, sino una voluntad organizada capaz de concitar la participación creciente de los más variados sectores de vida universitaria. Sin este componente los planes de reformas derivan fácilmente en letra muerta o en iniciativas fallidas.

En ocasión de los procesos de renovación de autoridades en distintas universidades del país aparece con una neta visibilidad el compromiso colectivo por impulsar sostenidamente los cambios que la situación de hoy demanda con urgencia. En el espíritu de las competencias autonómicas de cada institución, en la pluralidad de estilos y perfiles de cada gestión, plenamente concientes del valor de la diversidad en la configuración sustantiva de la idea misma de universidad. La asunción de este compromiso abierto por el desarrollo de reformas universitarias es una fuerza ético-intelectual que habrá de repercutir directamente en los escenarios donde los distintos equipos rectorales habrán de desempeñarse. En ese espíritu adquiere singular valor la palabra empeñada por quienes han de conducir de modo relevante el destino inmediato de las universidades aquí representadas.

Concientes de las oportunidades que se están abriendo en distintos lados para sensibilizar a la comunidad académica frente a la dramática situación que vive el viejo modelo universitario, se han puesto en movimiento distintas iniciativas que intentan hacer visible la agenda de las reformas universitarias. Justamente en esa perspectiva, el Observatorio de Reformas Universitarias (ORUS.Ve) está impulsando el Pacto por las Reformas Universitarias, dirigido a todos los componentes de estos procesos electorales. El interés es lograr un piso mínimo de acuerdo y compromiso con una agenda de cambio que contribuya a salir del marasmo institucional en el se debate todo el sistema universitario venezolano.

No se trata de una estrategia ingenua que ignora los obstáculos y los intereses en juego. La apuesta es sencillamente articular diferentes focos y movimientos que están produciéndose en todo el país alrededor de una agenda que se ha venido diseñando con el concurso de los más variados sectores. El ambiente electoral que hoy se vive tiene una gran variedad de destinos posibles (incluido el de su radical vaciedad). Se trata de contribuir a sacar el mayor provecho en lo que concierne a la identificación de los ejes básicos de las transformación universitaria, la caracterización de los actores capaces de propiciar estos cambios y el diseño colectivo de las estrategias adecuadas para lograrlos. De ese modo es posible capitalizar un saldo político-académico muy importante para los retos verdaderos que están por delante: transformar radicalmente un modelo universitario históricamente colapsado.