En el mundo energético actual la civilización construida es presa de una paradoja singular, si por un lado, aquellos países de desarrollo acelerado como China o los mismos Estados Unidos de Norteamérica cada vez requieren más petróleo importado para cubrir sus propias exigencias; por otro lado, países como Venezuela dependen igualmente de ese oro negro al no haber podido alcanzar niveles cónsonos de desarrollo con la disponibilidad de tan preciado recurso. Es conveniente mencionar como la demanda de petróleo mundial se encuentra cercana a los 3.600 millones de toneladas anuales. De ellas el 40% pertenece a los Estados Unidos de América, mientras que China con sus 263 millones ya superó a Japón. Más atrás quedaron Rusia y Alemania con cifras similares cercanas a la mitad de la demanda de Japón.

Suministro seguro de petróleo de una parte, y dependencia de su producción por la otra. Ni China, ni Norteamérica podrían depender del suministro de un solo proveedor, ni tampoco Venezuela pudiera hacerlo de un solo comprador. Equilibrio, interdependencia, búsqueda de mercados han sido constantes, en la historia del petróleo desde que su producción alcanzó dimensiones globales a finales del Siglo XIX.
La existencia de petróleo en Norteamérica y en Rusia, no fue suficiente para aquellos tiempos, y la conquista de nuevas concesiones condujo al cambio de petróleo como fuente de iluminación a la de ser fuente energética, y a su vez el carbón venía también sustituido, en parte, por el mismo petróleo.

Si los acontecimientos en Rusia y en el Lejano Oriente marcaban oportunidades hace un siglo, y se exacerbaba la lucha entre las grandes corporaciones del momento, la Standard Oil y la Royal Dutch-Shell, en nuestra Venezuela la Petrolia del Táchira había arrancado sus operaciones en 1878. Aquí luego llegaron los colosos norteamericanos y los británicos a colmar la escena con sus empresas asfalteras primero, para luego dar paso a las varias décadas como concesionarias que terminaron en 1976 con la creación de Petróleos de Venezuela. Largo periplo de una dependencia petrolera que aún no concluye. Siglo y cuarto de experiencia todavía inacabada para poder dar al traste con esa posibilidad tan mentada de «sembrar el petróleo». Dura realidad cuándo se ven las cifras en cuanto a la contribución del petróleo venezolano respecto al producto interno bruto total, un 25%. No menos significativo el aporte de los ingresos de origen petrolero al presupuesto nacional, cerca del 50%.

Poderosa representatividad en cuanto al total de las exportaciones, cerca del 85%. Y una parte nada despreciable de 14 mil millones de dólares anuales como divisas que genera el país. No así es su menor aporte al empleo dada la compleja tecnología utilizada para las operaciones de la industria, esto es, menos del 1% del total de la población económicamente activa, y apenas un décimo del sector agrícola.
El aprovechamiento de la riqueza petrolera actual contiene un elemento que ha sido tradicional, desde que se utilizó la captación de la renta en el mundo transnacional. Hoy a través de la regalía ese ingreso a la nación continúa siendo de suma importancia para la obtención de un excedente que permita financiar áreas como las de infraestructura y el mejoramiento social de la población.

La otra cara de la moneda, para utilizar esa riqueza para un desarrollo endógeno, la representa la inversión petrolera aguas abajo. La poderosa industria petrolera tiene efectos en múltiples dimensiones particularmente al incorporar ingeniería nacional. Esta posibilidad se abre con la «Nueva PDVSA» mas de cara al país, abierta a vincularse con el aparato productivo, buscando eslabonamientos que den mayor valor agregado, innovando productos y procesos, confiando mas en nuestras propias fuerzas y deslastrándonos de un espejismo imitativo de otros modelos que nos siguen haciendo mas dependientes en lo material y lo subjetivo. En esa dirección apunta el nuevo Plan sexenal de PDVSA para el período 2004-2009 al plantearse una meta de producción de 4,6 millones de barriles diarios para el último año de ese período.
El nuevo reto actual debe tratar de deshacerse de la dependencia mental que permita romper el cerco tecnológico, tal de dar el tránsito de una economía rentista a otra mas productiva.

Sigue entonces, y seguirá siendo esta una realidad dura de superar, la dependencia de la vida nacional de lo que le ocurra al petróleo. Marcadas son las esperanzas que se abren y de hecho posibilidades cuándo se habla de la ¨Nueva PDVSA¨. Debemos tomar la pelota ahora que rebota ante caminos para nuevas alternativas de un desarrollo mucho más vinculado a los intereses del país, a su crecimiento interno, para que el petróleo pueda contribuir realmente a elevar la calidad de la vida de la mayoría de los venezolanos, y no termine siendo insumo para beneficio de unos pocos privilegiados. Luchar contra la dependencia del petróleo se mantiene como un reto inaplazable hoy y aquí en la Venezuela Bolivariana.

Caracas, Alia2