México no ingresará como miembro pleno al Mercado Común del Sur(Mercosur) tal como había anunciado el mes pasado en Buenos Aires su canciller, Ernesto Derbez.

Ahora, los funcionarios del país del norte de América aseguran que sólo están dispuestos a realizar acuerdos complementarios con el bloque económico que lideran Brasil y la Argentina. El subsecretario de Negociaciones Internacionales de la Secretaría de Economía de México, Angel Villalobos, aseguró esta semana que las preferencias que otorga su país a otros por los acuerdos de libre comercio que ha suscrito y por su pertenencia al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) son «incompatibles» con esta intención de incorporarse de forma plena al Mercosur.

Para sumarse al bloque como miembro pleno, México debería sujetarse al arancel externo común que tiene el Mercosur (12%). Es decir, debería aplicar esa tarifa para importar cualquier producto. Lo que Villalobos no pudo explicar es que la marcha atrás dada por su gobierno forma parte de la misma estrategia que hace poco tiempo condujo a la solicitud original, estrategia que, como se verá en los próximos párrafos, responde al trazado político comercial de Estados Unidos, el mismo mandante que a México le da instrucciones en otros terrenos de la escena internacional.

Hace apenas dos semanas, durante una gira que hiciera por países sudamericanos, Derbez había anunciado con bombos y platillos que México no sólo pretendía incorporarse al Mercosur sino que aspiraba a hacerlo en forma inmediata, sin cumplimentar el paso previo que consiste en ser primero Estado asociado, como lo son por ejemplo Bolivia, Chile y Perú.
La solicitud mexicana provocó cierto desconcierto en las filas diplomáticas argentinas, a la vez que las brasileñas optaron por el silencio, por la cauta observación de cómo se desarrollaban los acontecimientos. Funcionarios de Buenos Aires aconsejaron primero que México pasase por su condición primaria de Estado asociado, para afirmar un días después que ya se habían hecho las consultas pertinentes dentro del bloque, y que las mismas había arrojado como resultado que el país del norte de América tenía piedra libre para su inmediata incorporación efectiva. Finalmente no sucedió ni una cosa ni la otra.

Cuando México formuló aquella solicitud, que ahora por decisión propia descarta, en esta misma sección escribimos que el gobierno de Vicente Fox sorprendía al Sur pero cumplía un mandato del Norte. Que esa podía ser la primera lectura del entonces proclamado deseo mexicano de convertirse en miembro pleno del Mercosur.

Si México se incorporaba al Mercosur, ese bloque estaría, en los hechos, labrando un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos casi como si estuviese suscribiendo el Tratado de Libre Comercio para las Américas (ALCA), diseñado e impulsado por Washington desde fines de la década pasada como consagración final del diseño estratégico del Consenso de Washington.

México, Canadá y Estados Unidos firmaron hace una década el Tratado de Libre Comercio para América del Norte, en inglés Nafta, instituto que prevé aproximadamente las mismas constantes asimétricas que propone el ALCA en favor del poder hegemónico de Estados Unidos.

La solicitud de México respecto del Mercosur no debió provocar sorpresa. Se inscribía en el alineamiento cuasi automático de la administración Fox con Estados Unidos, lo que significó haber hecho añicos la tradición relativamente autonómica que por décadas caracterizó a la política exterior mexicana. Ese mismo viraje explica el reciente voto de México contra Cuba en la Comisión Derechos Humanos de Naciones Unidas (ONU) y las más reciente aún provocación montada por Fox para afectar al gobierno de La Habana, episodio que terminó con el enfriamiento de relaciones más severo de toda la historia bilateral entre ambos países.

¿Qué sucedió entonces, acaso debemos entender que Estados Unidos y su mandatario instalado en el gobierno de México resignaron uno de los pasos previstos en la conformación del llamado ALCA ‘light’? Recordemos que esa es la denominación del ALCA que surge de la sumatoria de acuerdos de libre comercio bilaterales y subregionales que está firmando Estados Unidos en el área, y que el último en ese sentido fue el anunciado esta semana con Colombia.

De ninguna manera. ¿Así como debió provocar sorpresa aquella solicitud, hoy no debería causar extrañeza la retractación unilateral del gobierno de Fox? La discreción de la diplomacia brasileña no fue un acto vano. Fue una respuesta medida y silenciosa a lo que con sagacidad entendió como un globo de ensayo de Washington.

En Brasilia comprendieron con rapidez que el proyecto no tenía sólo obstáculos técnicos -el famoso 12% de arancel común que fija el Mercosur - sino que el mismo se inscribía dentro de la estrategia que tan bien describió hace dos años la revista inglesa The Economist, en el artículo que lleva el sugestivo título de ‘All in family’ (en español, Todo en Familia).

En esa nota, también citada en ocasión de comentar la solicitud originaria de México, queda aclarado que las cartas de Estados Unidos siempre fueron varias: si el ALCA original es posible, entonces sus diplomáticos trabajaran en ese sentido. Si esa fórmula choca con obstáculos, entonces se propondrán acuerdos bilaterales o regionales. Y si también se dificulta ese camino, habrá que volver a presionar sobre la Organización Mundial de Comercio (OMC). Pero siempre el objetivo es uno: lo que Estados Unidos denomina libre comercio.