Hoy concluye la tregua dada por los ilaveños al gobierno central. De lo que haga o deje de hacer este último dependerá el futuro de Alejandro Toledo y, por ende, del país. Hasta ahora, lo único concreto parece ser que Ilave, con o sin premeditación, ha logrado poner en jaque a Lima. Y ello ha tenido repercusiones inmediatas. La Defensoría ha identificado ya 47 puntos de conflicto a nivel nacional. ¿Cómo evitar la ilavización del Perú? En otras palabras, ¿qué hacer para eludir el jaque mate final? He ahí la gran cuestión.

Comencemos por lo más elemental, aunque ya se haya repetido hasta el cansancio: la solución del problema no es de competencia exclusiva del Ejecutivo, como muchos quieren creer. Supongamos, en el mejor de los casos, que el presidente Toledo decide tomar la sartén por el mango y viaja él mismo a Ilave, acaso hoy, con un par de alternativas concretas para solucionar el conflicto, llámese préstamos agrarios, inversiones y/o nuevas elecciones municipales. Aunque ello suene a ficción, todavía es factible. Seguramente que dicho gesto aliviaría la tensión social y se convertiría en el primer peldaño para comenzar a lidiar con esta crisis. Sin embargo, no dejaría de ser tan solo un paliativo. Porque lo que aquí esta en juego, como bien ha señalado un obispo de Puno, es la grave crisis moral de la sociedad peruana, además de los enormes vacíos de nuestro actual sistema político, los mismos que impiden manejar apropiadamente la crisis de representatividad que padecemos.

Negar esos hechos no hace sino incrementar la ceguera que, lamentablemente, caracteriza a nuestros políticos. En ese sentido, a nadie sorprende su total desidia ante el caso Ilave. Pusilánimes, muchos prefieren desentenderse del problema. No es con ellos. Es parte de la agenda del Ejecutivo y punto. Acaso por ello, ingenuamente piensan que promoviendo la censura y la salida del ministro Rospigliosi ya cumplieron su deber. Logrado ese objetivo, han vuelto ahora a su natural indiferencia ante los problemas del interior del país. Ilave debe ser, para muchos de ellos, lo que Chuschi fue en 1980: un hecho aislado y sin importancia. ¿Acaso necesitan de otro Tarata para reaccionar?

Incluso quienes promueven la vacancia presidencial desde el Foro Democrático parecen no tener objetivos muy claros. Su imaginación no va mucho más allá de un lema frivolón. Porque al poner la mira exclusivamente en Toledo, se eximen a sí mismos de toda responsabilidad, como si no fueran parte del problema. Craso error. Vacar ipso facto a Toledo solo beneficiaría a los actuales actores políticos. Es decir, seguiríamos en el mismo círculo vicioso. Muy diferente sería apostar primero por una Asamblea Constituyente de gente docta y proba -que sí existe en el Perú. La misma se encargaría no solo de sentar las bases de un nuevo sistema político y jurídico, sino tambien, asumiendo sus poderes plenipotenciarios, podría servir de bisagra entre el desgobierno actual y un gobierno de ancha base que recupere el orden y la autoridad hoy perdidas. No sería un camino simple, estoy seguro, pero sí sería el menos tortuoso.

En síntesis, evitar la ilavización del país trasciende la más sofisticada estrategia política. Requiere voluntad, sensatez y humildad para acercarse al problema. Si se concreta la reunión de líderes políticos propuesta ayer por Alan García, sería bueno que comenzaran por lo más elemental: una autocrítica. No podemos seguir echándole la culpa de todo al otro. Es hora de asumir, todos, las responsabilidades que nos tocan. Y para los políticos, especialmente, ese sería el primer paso si realmente quieren comenzar a recuperar la legitimidad perdida. Caso contrario, quedará asegurado el jaque mate y haremos nuestro el lema de la última crisis argentina: ¡Que se vayan todos!