La foto de Ch. Vargas lo dice todo. Nervioso, el presidente Toledo tambalea. Y no es por el efecto de alguna bebida espirituosamente azul. Mucho menos por lo que ocurre en Ilave o en Tingo María. De esto aún no se entera ni jamás se enterará. Tambalea por el meloso paquete que tiene al lado, soldimix mediante. Niña malcriada, niña engreida, niña vieja sacando la lengua. ¡Tan traviesa! Incómodo, como quien quiere borrarse de la escena ipso facto, el presidente parece al borde la histeria. Los gestos lo delatan. La sonrisa forzada, las manos parkinson, los ojos sin mirada. ¡Suéltame carajo!-piensa en la culta lengua de su infancia mientras vanamente le implora a Ch. Vargas, como si éste fuera el redentor a quien le suplica el condenado del memorable bolero “La cárcel de Sing Sing”: ¡Piedad, piedad de mí, mi gran Señor! Al lado, la infanta sigue haciendo de las suyas. Como para que quede registro gráfico de la magnitud de su ya legendaria lengua, la muestra con la misma desfachatez a la que ya nos tiene acostumbrados. ¿A quién le saca la lengua Eliane? ¿A Ch. Vargas? No, qué va. Nos la saca a nosotros, los peruanos (sus amados indígenas incluidos). ¿Y qué nos quiere decir su majestad? Prosaica, vulgar y a todo pulmón, melódicamente nos dice: ¡Me importan un carajo!

Pero esas malcriadeces ya no sorprenden a nadie. Aún está fresca la matonesca amenaza -carajeada incluida- que le propinó a Baruch Ivcher. Es que su lema es “El Estado soy yo”. Para ella, los peruanos somos poco menos que salvajes. No en vano nos acusa de “arcaicos” y “medievales” y nos trata como sus conejillos de Indias. Sin embargo, aquí ya no se trata, en verdad, de cuán bien o mal nos cae la señora Karp. No. Tampoco de su vocación lenguaraz que tanto afecta al gobierno cuando se enfrenta a los “blanquitos miraflorinos”, a los “partiduchos”, a la prensa, a los congresistas, a los ministros, al poder judicial o los simples conserjes de un hotel, como aquella vez que armó una pataleta en España porque le habían asignado una Suite Presidencial en lugar de una Suite Real, como ella caprichosamente quería. No. Esos asuntos siquiátricos no son el eje del problema. Para eso que le compren un diván Sigmund Freud en palacio. ¿O Rodríguez Rabanal está pintado? Aquí el asunto es mucho más serio porque pueden haber delitos de por medio.

Primero: Aun está por verse el rol que cumplió en el desfalco de la CONAPA. Más que malos manejos, eso tendría otro nombre: corrupción. Segundo: Aun está por verse su relación con el delincuente César Almeyda, a quien ha defendido públicamente, cuestionando su detención e interfiriendo con el proceso judicial en marcha. ¿Cómplice de los delitos de Almeyda? De ser así, eso tendría un nombre: asociación ilícita para delinquir. Tercero: Aun no ha sido investigada su relación con Eugenio Bertini, el asesor financiero de Montesinos que le pagaba $10,000 dólares mensuales por no hacer nada (se dice que, por lo bajo, aun recibiría esa “cortesía”). Lo cierto es que el juicio que se le sigue a Bertini marcha a paso de tortuga. ¿Gratuita lenidad? Difífil creerlo con $10,000 dólares mensuales de por medio. Eso también tiene un nombre: tráfico de influencias.

Sin embargo, ella nos saca la lengua a todos y nadie le dice nada. El presidente, peluchín, pelele, calzonudo, la defiende y dice que es una incomprendida, una víctima de la maledicencia y la envidia peruanas. Y ella, muy angelical y muy chica de Almodóvar, repite hasta el cansancio: “!Qué he hecho yo para merecer esto!”. ¿No podría el Congreso, ingenuamente me pregunto, declararla al menos “PERSONA NON GRATA”? ¡Qué va! Los pobres se pueden ganar una reverenda carajeada de la infanta Eliane.