El tema de la vivienda parece infinito. Contiene muchas definiciones, suena más bien a pobreza, exclusión, ignorancia, desastres, corrupción: la guerra por la supervivencia, en una sociedad de dificultades. Y eso pretendemos vaciar en un nombre: vivienda. En realidad no sabemos muy bien lo que eso quiere decir. Desde el lado gobierno y desde hace décadas, se enfoca como un problema, donde el esfuerzo se centra en poner las acciones públicas al servicio de las mayorías pobres. Pero esa acción gubernamental a pesar su esfuerzo, no logra atender determinantemente lo real: la pobreza, la exclusión. Las políticas de vivienda, a pesar de su esfuerzo, son hoy también excluyentes.

El problema de la vivienda se desparrama por todos los espacios urbanos y nos muestra la cruda cara de la pobreza. Es la verdad de la exclusión. Muestra, por ejemplo, como los pobladores de las ciudades (¿Ciudadanos?) ocupan espacios, como sea, para sobrevivir. Se aferran a un pedazo de tierra para poder echar raíces y crecer. Desde su imposibilidad de participar en una economía que los integre, que hable su lenguaje y les dé oportunidades, sólo consiguen consolidar su pertenencia al bando de los excluidos. Cuando los excluidos son las mayorías, tal vez lo que está mal es la definición de inclusión. Tal vez son ellos los incluidos en nuestros países, son las mayorías. Y se desarrolla la lucha por el poder urbano, por disponer de la tierra.

La tierra es planeta y es también lo que en contraposición con el cielo tenemos como recinto, frente a los dioses. También es lo que se desgarra una y otra vez a partir del crecimiento de la ciudad y de su explotación desmesurada, y se expone de esa manera cada vez más a la inclemencia de la naturaleza y su alea. Y sobre ella habitamos, bien sea como planeta, o como sitio de concreciones frente a las ideas, o como sitio para habitar en colectivo, en ciudad. Esa tierra, la del habitar, es vista desde las dos caras de la exclusión, o se comercializa o se ocupa. Por un lado, como pedazos de terreno que se venden a mansalva en la ciudad formal, para hacerla rentable, para inventar riqueza. Se convierte la esencia de la naturaleza en mercancía. Por el otro, los que no pueden acceder a ella en la formalidad económica, la invaden y se apropian, en primer lugar, de un pedazo de tierra marcado con cuerdas y telas, sueño o primer esbozo de vivienda. De esa manera comienza el proceso de la vivienda progresiva, desde la necesidad y su concreción como apropiación de un pedazo de tierra, como primer encuentro con lo real, la transformación de la tierra y la plantación del zinc.

Al sembrar una lámina de zinc, el pobre inicia el proyecto de cubrir una necesidad: la del hogar. Puede ser el primero, o uno de tantos, nunca el definitivo. Y ese proceso no lo para nadie. Porque, en realidad, con este hecho que inaugura la vivienda “informal” del “excluido”, presenciamos en acto, más que formal, solemne, el deseo de vivir que perpetúa la especie. El reflejo biológico hecho ciudad, con la pobreza que crece. Es así como construyen las mayorías en nuestras ciudades de muchas realidades, de estratos sociales distintos.

Cómo no entender la separación de la ciudad, o esa manifestación de la lucha de clases. Hay, los que aun viniendo de formaciones políticas progresistas, niegan la lucha de clases, no tienen sino que ver a su alrededor.

En realidad, la inclusión la define el poder: económico, mediático, social. Los que manejan los conceptos y los hacen realidad, ese es el poder. Los excluidos son los de la periferia, los que hablan mal, los que construyen mal. Para los pobres, el paso hacia la inclusión es cada día más difícil, especialmente en América Latina, el continente más desigual del planeta.

No es esto una reivindicación de la pobreza. No se trata de reivindicar o favorecer las prácticas espontáneas de los pobres, las ocupaciones anárquicas del terreno, con construcciones inadecuadas e inseguras que carecen de calidad técnica, la proliferación de asentamientos que no cuentan con servicios mínimos, ni con el equipamiento urbano necesario, y que, en fin de cuentas, complican el problema aun más, reproduciendo lo indeseado. Se trata de prevenir estas invasiones anárquicas, de desarrollar los programas adecuados para racionalizar esta fuerza bruta que termina siempre por cubrir su necesidad: la de construir viviendas, la de sobrevivir. Se trata de dirigir esta fuerza que de todas maneras se ejerce, y de orientarla y estimularla para solucionar adecuadamente el problema.

Reparar las ciudades que crecen sin criterios de seguridad, sostenibilidad ni infraestructura adecuada, es más difícil y costoso que adelantarse a las invasiones y desarrollar los programas adecuados.
Por otro lado, y aunque no lo podamos creer, muchas veces un rancho es más costoso que una quinta, esto porque los materiales se compran poco a poco, pagando precios alto, al detal, y luego hay que transportarlos hasta los lugares de construcción que no tienen acceso: el acarreo en los cerros, que se hace a lomo de hombre. Esto aumenta significativamente el costo de la vivienda.

Alrededor de la vivienda y de los excluidos, mucho se ha estudiado. Se han diseñado políticas públicas y ensayado soluciones, buenas y malas. Y la vida continúa construyendo ciudades a partir de las necesidades de vivir, trabajar y alimentar a los hijos. Al margen de los esfuerzos institucionales, la fuerza bruta y vital de los excluidos continúa incansablemente, dando respuesta a su problema de vivienda, de la mejor manera a su alcance, o de cualquier manera. Los ranchos crecen con una tasa muy superior a la que puede resolver el Estado, con una meta inalcanzable, y que se sabe insuficiente, de cien mil viviendas al año, más el confuso déficit acumulado. Evidentemente, esta visión del problema no es la adecuada.

En el camino por resolver el problema de la vivienda, se han construido más de un millón de soluciones habitacionales en el país, desde la época del Banco Obrero. Pero en ese mismo camino muchos se han enriquecido, no justamente los más necesitados. Y se han multiplicado las instituciones públicas, reproduciéndose a partir de su propia destrucción, instituciones que crecen y se atrofian y se trata de revivirlas y darles nuevo sentido, una y otra vez, desde hace años, porque adentro trabajan personas que no se pueden echar a la calle, esa es la simple verdad. Las instituciones, aun atrofiadas, se reproducen.

El Inavi está allí, con sus reorganizaciones a cuestas, que han generado una enorme masa de jubilados prematuros, y Fundabarrios todavía construye, y Fondur no se ocupa de ser un banco de tierras, y por ser pequeño construye, y así. Lo peor es que este modelo enfermo se va repitiendo en estados y municipios con la multiplicación de la ineficiencia y la nueva propuesta de ley de vivienda.

Construir casas desde las instituciones públicas, es como plantarse delante de esta enorme necesidad, que fluye indetenible, creando ciudad, revelando la insuficiencia de los esfuerzos por meter a esa gente en algunas casas que serán siempre escasas, que nunca son soluciones definitivas, porque serán inevitablemente transformadas por la fuerza social de las hormigas urbanas. Hormigas que construyen en pendientes, que hacen casas de muchos pisos y que cuelgan del cielo, con la esperanza de que no se caigan nunca. Sobre un suelo real de terremotos y deslizamientos, de lluvias, quebradas que se desbordan, y falta de acceso, es casi imposible evacuar esta población, en caso de catástrofe.

No se entiende el problema de la vivienda. Eso debemos repetir mil y una veces, porque se construye y siguen creciendo la necesidad y los barrios.

Es necesario educar, en primer lugar, ese es el mayor reto de la pobreza. Es necesario también desarrollar las políticas públicas que permitan la atención adecuada del problema, en este caso, en su vertiente de la vivienda, de la ocupación del espacio urbano.

En 1999 se hicieron los planes necesarios y se inició su desarrollo desde el CONAVI de Baldó: Programa de habilitación de barrios [1], y se detuvo. Fue un programa exitoso y sustentado en estudios de décadas. Se detuvo sin que mediaran palabras ni alternativas. Allí está la propuesta, esperando por ser retomada.

Insistimos en las propuestas sensatas de políticas públicas adelantadas por la Asociación para la investigación en la vivienda “Alemo” y entre ellos mencionamos dos trabajos [2]. En ellos se insiste en tres vertientes:

 Primero “rehabilitación integral de los barrios pobres urbanos y subsiguiente legalización de la tenencia de la tierra, con el fin de reducir la infraurbanización y la vulnerabilidad, y mejorar sustancialmente la accesibilidad y los servicios”.

 Segundo “recuperación de urbanizaciones populares, viviendas en los centros tradicionales, áreas deprimidas y mejoramiento del alojamiento y servicios públicos en la ciudad existente”.

 Y tercero: “Desarrollo anticipado de tierras con infraestructura y servicios comunales básicos, En operaciones de una escala que permita formular programas de desarrollo urbano de mediano y largo plazo”.

La vivienda está en definición, y está en construcción.

[1Baldó, J. y Villanueva, F. “La política de vivienda para Venezuela” Encuentro Repensar Venezuela, cap. vivienda, Abril 2003.

[2Alfredo Cilento “Hogares sostenibles de desarrollo progresivo” Encuentro Repensar Venezuela, cap. vivienda, Abril 2003. - Alejandro López “La necesidad de repensar la actuación pública y privada en desarrollo urbano y vivienda” Question, Año 1, No. 8, febrero 2003.