Ese capitán de multitudes que se llamó Haya de la Torre afirmó alguna vez: “no hay buenas o malas masas, sólo hay buenos y malos dirigentes”. Y, precisamente, he allí la gran dificultad contemporánea del Perú: no hay adalides. A lo más, veletas acomodaticias según como sople el viento y, a veces, resbalan por terrenos fangosos, inseguros y no pocas veces tropiezan y se rompen las muelas. De tanto improvisar, el perfil príncipe de tal o cual partido, es hoy un monigote listo para servir a los apetitos electoralistas de quienes tienen el timón.

Ciertamente que los tiempos de las grandes figuras singulares que al sólo conjuro de su voz moral y fuerte, convocaban a las multitudes, ha pasado a un plano inferior. Si se lee con atención la biografía de los políticos peruanos de los últimos 30 ó 40 años, todos ostentan un impresionante ramillete de claudicaciones. La una más grosera que la anterior. Ni honra a la palabra y, mucho menos, lealtad a las ideas. Vigorosa y lamentable predilección hacia los puestos y al silencio que cubre cualquier maroma o conciliábulo. ¡Eso sí, sólo entran los del cogollo, los amigotes y los que hacen los negocios!

Por tanto, ¿qué se puede esperar de un país guiado por taifas o pandillas? ¡Poco, muy poco! El cenáculo, reunión oligárquica de amiguísimos, piensa por el resto y sólo provee soluciones llave en mano, donde la llave es el dólar y la mano la de quienes siempre se embolsican los dineros que vienen del monstruo imperialista Estados Unidos. Los pretextos son variopintos: el analfabetismo, los derechos humanos, los niños, el sistema electoral, las mesas de concertación, temas que se convierten en caricaturas y adefesios por parte de estas grandes sanguijuelas profesionales.

Una revolución punitiva que castigue severamente a todos los que han hecho de la política vil negociado culpable; un encuentro con el genuino Perú que reivindique a sus provincias y a su gente fuerte al mando inobjetable de sus pueblos, son giros de una sinfonía social que aguarda a sus portaestandartes e iluminados con vocación democrática.

La democracia no es el adefesio o embeleco por el cual la gente vota en las urnas. ¿Acaso no se viene escogiendo a los mismos mediocres y míseros de siempre? Este grupo político ya fracasó y no tiene remedio. Son un cáncer terminal al que hay que erradicar con la fuerza del ciclón que no deja piedra sobre piedra para comenzar de cero y con gente limpia de cuerpo y alma. ¿Qué nación puede edificar nada si tiene en sí misma los bacilos de su morbo incurable? ¡Ninguna!

Conviene repetir que la prensa también observa un comportamiento dictado por los grandes patrones. No es la noticia en sí, sino lo que conviene que la gente piense que deba ser el tema o el foco. Los fraudes oficialistas pasan como temas policiales, cuando también son monumentales estafas políticas y lo que merecen esos facinerosos es simplemente el calabozo. Pero, tal parece que hay muchos peces gordos........... ¡y de distinta estatura!

No hay buenas ni malas masas, sólo hay buenos y malos dirigentes.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!