La globalización “fracturada” a la que asistimos no es el producto de un primer y defectuoso ensayo que requiere, como es el reclamo de nuestra agotada clase política latinoamericana, de un inspirativo reajuste ético y humano que permita la generosa integración de las pobres economías del sur a ese proyecto. La fría y egoísta lógica que configura y da vida a ese nuevo escenario internacional no admite otro tipo de globalización, ni morigerado, ni ético, ni humano. Es ésta la globalización que imperará en el mundo por muchos años más y no aquella idílica con la que sueña la clase política latinoamericana, incapaz de afrontar con realismo el nuevo desafío histórico.

Los debates sobre la globalización -ha dicho Fred Bergsten- son frecuentemente los debates en torno al rol de los Estados Unidos en dicho proyecto. El acierto de ese enunciado se ha manifestado con mayor elocuencia en los últimos tres años, tanto para los Estados Unidos como para los países pobres del sur. Después de septiembre 11 del 2001, la globalización ha dado un giro dramático que la aleja definitivamente de la afiebrada utopía incluyente, social y cooperativa que visualizaba la clase política latinoamericana para ese proyecto, sobre la base de un artículo de fe expresado en el voluntarismo politico de sus líderes. La guerra contra el terrorismo internacional a la que se ha volcado los Estados Unidos con todo su poderío económico y militar producirá mayores desequilibrios en el mundo, especialmente en una débil y dependiente América Latina, condicionada, como Haya de la Torre lo refirió en su tiempo, a la ayuda económica y tecnológica de los países desarrollados para salir de su retraso.

En efecto, al considerable deterioro de las inversiones internacionales productivas en la región, debido a la tendencial focalización de esos capitales en los países centrales y sus coorporaciones para ser colocados en áreas como la biotecnología, la informática, la ingeniería espacial y el desarrollo de los medios de comunicación, proceso que caracterizó incialmente a la globalización , se suma ahora el costo de la guerra para la influyente economía de los Estados Unidos, las implicancias de una estrategia que la incentive, el impacto que ésta producirá en su endémico déficit presupuestal y de cuenta corriente, su política comercial y en la exigua asistencia financiera directa que proporcionaba a la región.

Pero el costo y la estrategia de la nueva pax americana no es el único peligro que acecha a las economías del sur. La declinación de la tasa de natalidad en los países desarrollados y su impacto en esas economías podría determinar no solamente la forzada consolidación del unilateralismo que hoy caracteriza a la política exterior de los Estados Unidos, sino además la concentración de ingentes recursos económicos y financieros en su agenda doméstica antes que en la histórica cooperación internacional con los países latinoamericanos.

El costo de la guerra y la posible estrategia norteamericana

Setiembre del 2003: Dos años después de la tragedia de New York el presidente Bush solicitó al Congreso de los Estados Unidos una partida de urgencia de 87 billones de dólares para enfrentar los costos de una guerra que ya había iniciado. Muy pronto esa suma, sin precedentes en la historia norteamericana, devino irreal y la administración Bush se vio forzada a incluir nuevos gastos de defensa que variaron sustancialmente el monto inicialmente solicitado. Recientemente la Oficina Presupuestal del Congreso ha recalculado las proyecciones del gobierno, “asumiendo, primero, una continuidad, pero disminuida, de las operaciones en Irak, Afganistán y en otros lugares; y segundo, el índice histórico de costo de las operaciones (militares) para toda nueva o pretendida acción. Los resultados son una revelación: el total de los desembosos de defensa costarían 18% más de las proyecciones oficiales de la administración. Incluyendo el costo de interés, el exceso alcanza la cifra de 1.1 trillones de dólares en nuevos gastos”.

Esa exhorbitante cifra sería suficiente para ofrecernos una idea cabal de la dirección que tomarán los recursos económicos de los Estados Unidos en los próximos años y hacia donde se concentrarán las mayores inversiones privadas, alertadas como están del gran negocio financiero que constituye la guerra y los fabulosos contratos que de ella se derivan. Así por ejemplo, la concentración de capitales no estará focalizada únicamente en el aumento de la capacidad de las fuerzas armadas norteamericanas. Nuevas y desarrolladas bases de misiles balísticos tierra-mar vienen siendo constituidos por los Estados Unidos a un costo adicional de 10.3 billones de dólares. Igualmente los gastos de seguridad interna para enfrentar un eventual ataque nuclear, no contemplados en las proyecciones del Ejecutivo y del Congreso, confirman cuál será el epicentro de la inversión en el futuro inmediato. Solamente en los gastos de nuevos equipos de primeros auxilios (bomberos, policias y otro personal de emergencia) y en la rectificación de las deficiencias detectadas durante el ataque de setiembre 11, el costo aproximado asciende a la suma adicional de 62 billones de dólares en los próximos cinco años. En cuanto al sistema de salud para enfrentar un eventual ataque biológico, los desembolsos proyectados ascienden a la suma adicional de 36 billones de dólares en los próximos cinco años, otros 20 billones de dólares en mayor seguridad para el transporte y control de carga y una cantidad hasta hoy no determinada destinada a mejorar los controles de inmigración e infraestructura crítica (por ejemplo, control de reservorios).

De lo dicho se infiere una poderosa atención de la política norteamericana y sus recursos financieros en su agenda doméstica para los próximos cinco años, lo que significará en contraste para América Latina la postergación dramática de sus propias prioridades de desarrollo en cooperación con el gran país del norte.

Es más, esta postergación podría hacerse considerablemente extensa para los intereses de la región, si tenemos en cuenta la posible evolución de la guerra y la estrategia norteamericana para enfrentarla. Sobre el particular el establishment político de los Estados Unidos parece unido en sus intenciones continuistas con relación al curso de la guerra, influenciados por el tema de la seguridad nacional. En efecto, más allá de los discursos aparentemente disímiles que utilizan en la campaña presidencial 2004, demócratas y republicanos han compartido invariablemente la misma posición coorporativa de alentar una expansión de la guerra, como lo confirma, por ejemplo, la recomendación para alistar más tropas norteamericanas firmada y enviada al presidente Bush en diciembre del 2003 por 54 de los 61 miembros de the House Armed Services Committee integrado por los más altos representantes republicanos y demócratas que forman the House Intelligence Committee. Recientemente representantes de ambos partidos integrantes de la Comisión que investigó el ataque del 11 de setiembre, coincideron nuevamente en dicho propósito al definir el marco conceptual y generalizado de la estrategia contra el terrorismo. En el Informe elaborado por esa comisión, en su capítulo doce titulado What To Do? A Global Strategy, los comisionados señalan reveladoramente, y en una interpretación amplia de lo que debe constituir el radio sensitivo y de acción de una respuesta norteamericana a un posible ataque terrorista, lo siguiente: “...Setiembre 11 nos ha enseñado que terrorismo contra los intereses norteamericanos “allá” (afuera, en otros países) debería ser considerado como nosotros consideramos un ataque terrorista contra Norteamérica “aquí” (en los Estados Unidos). En ese mismo sentido, el territorio norteamericano es el planeta”.

Por ello Elliot A. Cohen, investigador del Centro de Estudios Estratégicos de la Escuela de Estudios Internacionales Superiores de la Universidad de Hopkins y autor del libro Supreme Command: Soldier, Statesmen, and Leadership in Wartime, ha llegado a la conclusión que “ningún líder norteamericano en la próxima década o la siguiente hará un llamado por la reducción dramática de los gastos de defensa o negará que este país (los Estados Unidos) debe ser el más fuerte sobre la Tierra, listo para ejercer su poder globalmente y actuar unilateralmente si es necesario”.

La estrategia norteamericana contra el terror se define así continuista para los próximos años y está lejos de reducirse en sus alcances y, por ende, en la expansión de su costo. Ella, además, ha terminado con definir, por extensión, el carácter imperial del poder norteamericano al comienzo de la centuria. Un poder económico, político y cultural que ahora se revela también enfáticamente militar y que recuerda, por su unilateralismo bélico, el viejo imperialismo de comienzos de siglo XX, amparado en la fuerza. Es la “república imperial” a la que se refería Raymond Aron en sus escritos, al aludir a un Estados Unidos empecinado en reconciliar sus ideales democratizadores fundacionales con sus estrategias imperiales o lo que constituye la reactualización de esa tensión, es decir la lucha que ellos han dado en llamar del “bien” (la democracia y la libertad representado por los intereses norteamericanos) contra el “mal” (es decir, el terrorismo internacional y sus aliados).

La otra cara de los esfuerzos norteamericanos en su lucha contra el terror es la estrategia comercial. Preocupados por la mala imagen de los Estados Unidos en el mundo musulmán y las precarias condiciones materiales de la mayoría de su población, elementos que a criterio de la clase política americana constituyen el mejor campo de cultivo para el terrorismo, en los próximos años veremos a los Estados Unidos incrementar dramáticamente sus relaciones comerciales con el Medio Oriente, basados en el principio del desarrollo económico como instrumento para construir sociedades más abiertas, tolerantes e integradas al mundo occidental, tanto desde el aspecto material como ideológico.

Desde ese punto de vista, los Estados Unidos están ahora dispuestos a otorgar preferente atención a la construcción acelerada del Tratado de Libre Comercio con el Medio Oriente (Middle East Free Trade Area, MEFTA), en el marco de la iniciativa Forward Strategy Freedom, incluyendo el llamado Middle East Partnership Initiative con fondos sustancialmente incrementados a través del National Endowment for Democracy. Este proyecto, indudablemente condicionado a la superación del conflicto entre Israel y Palestina, se iniciaría, sin embargo, con la inclusión de Israel y los países árabes aliados a los Estados Unidos, Irak, Turquía, Pakistán y, eventualmente, Irán. La iniciativa en proceso contempla la reforma de tratados de libre comercio con cláusulas preferenciales con los países del medio oriente, tal como ha ocurrido con Jordania (2004) y se espera hacerlo con Moroco y Bahrain.

Sintomáticamente, la construcción de la zona de libre comercio con los países pobres del sur del continente viene siendo blanco de críticas por la mayoría de los políticos norteamericanos y muchos de ellos ya han solicitado la revisión de la política comercial estadounidense y su relación con la acuerdos bilaterales con esos países. Fred Bergsten, uno de los más influyentes estudiosos de política internacional de los Estados Unidos, ha puntualizado esta necesidad como perentoria para la próxima administración americana y ha sido muy crítico con la lista de acuerdos bilaterales elaborada por la administración Bush, la cual contemplaba a cuatro países sudamericanos, entre ellos al Perú (los otros tres países son Bolivia, Colombia y Ecuador). Bergsten ha señalado que “esa lista es arbitraria, (porque) ofrece modestos beneficios y pequeños impulsos para una competitiva liberalización”. “Precisamente por sus limitados beneficios -concluye Bergsten- estas iniciativas atrajeron poco apoyo del Congreso y de la comunidad de los negocios de los Estados Unidos”. Recuérdese, además, que la clase política americana reunida en el Congreso se había rehusado durante ocho años a autorizar al presidente la celebración de nuevos acuerdos comerciales. En el 2002 dieron su consentimiento pero luego de conseguir de la administración Bush una serie de concesiones de carácter proteccionista. Después de setiembre 11, la política comercial de los Estados Unidos, íntimamente ligada a su política exterior, se ha endurecido, influenciada por la prioritaria estrategia norteamericana para consolidar una hegemonía ideológica en el Oriente Medio, como ya se ha dicho, a través de la construcción de mercados abiertos e integrados a occidente.

Si a todo ello agregamos el grave déficit presupuestal y de cuenta corriente que afecta desde hace algunos años la economía del país del norte, situación que ha sido declarada insostenible por sus principales líderes politicos y alarmante para las instituciones financieras mundiales, el panorama latinoamericano se ensombrece aún más y su futuro aupado al destino de los Estados Unidos parece tornarse negativamente irreversible.

El déficit presupuestal y de cuenta corriente de Estados Unidos

El primero de setiembre último, el senador Kent Conrad del Partido Demócrata, y su vocero en el Comité del Presupuesto del Senado de los Estados Unidos, declaró a CNN, una de las principales cadenas noticiosas del país, que resultaba absolutamente insostenible el curso de la nación, refiriéndose así al proyectado déficit federal que ascendería a la suma de 422 billones de dólares. La preocupación del senador Conrad es, además, una preocupación no solamente nacional sino también mundial. En efecto, el déficit en cuenta corriente ya ha alcanzado el índice anual de 600 billones de dólares, más del 5% del producto bruto interno de los Estados Unidos, y nuevas proyecciones efectuadas por Catherine Mann “sugieren que ese déficit crecerá otra vez en un porcentaje total del producto bruto interno por cada año, como ocurrió entre 1997-2000. Con esa proyección, el déficit podría exceder 1 trillón de dólares cada año”. Sobre el particular, el Fondo Monetario Internacional en un informe de casi 60 páginas hecho público en enero 7 del año en curso, señaló que el déficit presupuestal posee riesgos significativos no solamente para los Estados Unidos sino también para el resto del mundo y que las obligaciones financieras de ese país con el resto del planeta podrían llegar muy pronto al 40% de su economía.

Peter G. Peterson ha pronosticado las gravísimas consecuencias de la deficitaria economía norteamericana: la pérdida progresiva y acelerada de la confianza de los consumidores e inversionistas, la emergencia de una severa contracción y finalmente una recesión de carácter global. De otro lado, Robert Rubin, ex-secretario del Tesoro, coincidiendo con las observaciones de Peterson avizora el aumento sustancial y continuo de las tasa de interés y un nuevo crack para la economía americana y mundial, si los Estados Unidos no toman urgentes medidas correctivas.

Así, según los economistas más prestigiados de los Estados Unidos, el déficit presupuestal y de cuenta corriente norteamericano será sostenible en sus niveles actuales únicamente por espacio de cinco años más, luego de lo cual sobrevendrá una grave crisis mundial de insospechadas proyecciones. Ahora bien, Paul Volcker, ex-presidente de la Reserva Federal, ha afirmado que dentro de los próximos cinco años existe un 75% de posibilidades que esa crisis pueda emerger en cualquier momento. Para ello bastará, como lo ha dicho, Robert Rubin, un acto de terrorismo, un desalentador reporte de las perspectivas de trabajo o un pésimo día en Wall Street, entre otros.

Por todo ello, los Estados Unidos, en lo que concierne a su política comercial -y que interesa a la región- se verá obligado a reforzar considerablemente su carácter proteccionista y reducir sus importaciones al doble de sus exportarciones. Actualmente las importaciones de mercancías son casi el doble que las exportaciones norteamericanas. Una medida de esa naturaleza, previsible dada las circunstancias, afectará enormemente el comercio bilateral de los Estados Unidos con la región y sus perspectivas a corto y largo plazo. Un indicador que los Estados Unidos está adoptando decisiones en ese sentido ha sido la decisión del Congreso, ya referida líneas arriba, de no autorizar durante ocho años al presidente la celebración de bilateral agreements con otros países y la comentada observación a la lista de esos acuerdos propuesta por la administración Bush (lista en la cual figuraba el Perú entre otros países sudamericanos), una vez que el Ejecutivo obtuvo la autorización del Congreso en el 2002.

En conclusion, la región y el resto del mundo tendrá que subordinarse a los ajustes comerciales unilateralmente proteccionistas que permitan el crecimiento de las exportaciones americanas (y un decrecimiento de las exportaciones del resto del mundo a ese país, incluidas, claro está, las exportaciones de América Latina); es decir, la región y el planeta deberán por ende importar más y consumir más. La inversión de esa ecuación significará la crisis mundial.

La declinación de la tasa de natalidad en los países desarrollados y el envejecimiento de su población: el impacto de esos fenómenos en la economía mundial y en la estrategia americana contra el terror

Hace algunos años Paul Ehrlich escribió un clásico. The Population Bomb de fines de los años sesenta predecía un mundo super-poblado e infra-alimentado y llevado finalmente a la crisis. Ese pronóstico demográfico es historia. La realidad de hoy es otra y definitivamente opuesta al pronóstico de Elhrich. Las estadísticas empezaron a moverse en un sentido descendente y la tasa de natalidad, especialmente en los países industrializados, arrojan un decrecimiento significativo y en algunos casos irreversible. En un artículo extraordinario titulado The Global Baby Bust publicado en la revista Foreign Affairs de mayo-junio de este año, Phillip Longman revela las estadísticas que confirman que el crecimiento de la población ha caído en más de 40% desde los últimos años de la década del sesenta. Valiéndose además de la data proporcionada por las Naciones Unidas y del International Institute for Applied Systems Analysis, Longman afirma que, de mantenerse lo estándares, el número de seres humanos sobre el planeta empezará a declinar dramática y irreversiblemente luego de alcanzar los 9 billones de seres humanos para el año 2070.

De hecho la tasa de fertilidad ha caído a 1.5 nacimientos por cada mujer en Europa Occidental, en 1.4 en Japón y en 1.2 en otras partes de Europa, como Italia y España. Pero aunque en los Estados Unidos ese índice se ha estabilizado momentaneamente en 2.1 nacimientos por cada mujer “ningún país industrializado -concluye Longman- produce suficientes niños como para mantener su población constante o prevenir el rápido envejecimiento de su población. Alemania podrá facilmente perder el equivalente de su actual población de lo que fuera la Alemania del Este en la próxima mitad de esta centuria. La población de Rusia sufre ya una contracción de tres cuartos de millón cada año. Se espera que la población de Japón alcance su pico máximo para el 2005 luego de lo cual caerá un tercio los próximos cincuenta años, declinación equivalente a la experimentada en la Europa medieval por causa de la plaga, anota el demógrafo Hideo Ibe”.

La causa fundamental de estas nuevas tendencias demográficas es la velocidad de la industrialización y la urbanización, así como los problemas que de esos fenómenos se derivan. Sobre el particular, el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos ha revelado que este año el costo de la crianza de un hijo hasta los 18 años de edad para una familia americana de clase media (sin incluir educación superior) excede los 200 mil dólares. Muchas familias americanas no ven ninguna retribución material en la idea de tener y criar hijos debido a factores primordialmente económicos que tienen que ver, además, con la ejecución de sus labores en términos de disponibilidad de tiempo que les permita constituirse como un agente económico necesario, productivo y competitivo en el mercado de trabajo (lo que implica mayor especialización e inversión de capital en educación).

Los índices demuestran pues que el caso es sumamente grave para el mundo moderno en general y para el capitalismo en especial. 59 países que representan alrededor de 44% de la población mundial actualmente no están produciendo los suficientes niños como para evitar la declinación de la población en números de habitantes y, lo que es peor, el fenómeno se está extendiendo por todo el globo. De acuerdo con las proyecciones de las Naciones Unidas, para el año 2045 los índices de fertilidad habrán caído por debajo de los niveles de recuperación.

El negativo impacto que producirá sobre las economías de los países industrializados tanto el fenómeno de declinación de los índices de fertilidad como el de envejecimiento de la población, podrá ser devastador pues afectará la tasa de trabajadores productivos, presionará los presupuestos públicos de esos países por la cobetura de más servicios para una mayor cantidad de población en la tercera edad, deprimirá el crecimiento de los ingresos tributarios, afligirá el crecimiento económico, incrementará los gastos de salud por declinación de la fortaleza física de los habitantes de esos países, influirá en los presupuestos y en la estrategia militar especialmente de los Estados Unidos y en su capacidad de captación de capitales internacionales y, finalmente, el desarrollo tecnológico y la innovación se verán afectados así como el costo final de los productos en el mercado.

En efecto, para ofrecernos una idea de lo expresado líneas arriba, Longman señala, por ejemplo, que al declinar la tasa de trabajadores productivos y aumentar el índice de población en la tercera edad, los países industrializados consumen más fuentes pero generalmente en gastos relativos a salud. Además personas de la tercera edad consumen más que los niños, incluso considerando los costos de educación. “Un típico niño americano consume 28% menos que un típico adulto en edad de trabajar, mientras que las personas de la tercera edad consumen 27% más, mayormente en gastos de salud”. Esto genera presión en el presupuesto público por efecto de las pensiones y en Alemania llevará a un aumento del gasto por ese concepto de 10.3% al 15.4% del producto bruto interno para el año 2040. Ello afectará los gastos de esos gobiernos destinados a investigación y desarrollo, así como los de educación. Los préstamos disponibles serán acaparados por el sector público para cubrir esos gastos y distraerá capitales que podrían invertirse en el sector privado para nueva tecnología.

Un ingreso importante de las naciones es aquel que se deriva del trabajo de su fuerza laboral. El envejecimiento de la población que produce la declinación de la fuerza laboral trae como consecuencia la caída del crecimiento económico y el impacto de los ingresos del gobierno por concepto de tributos. Longman ha señalado, por ejemplo, que Italia espera ver caer el número de adultos en edad de trabajar en un 41% para el 2050, lo que significa que la contribución por trabajador deberá incrementarse en la misma proporción para evitar que el crecimiento económico de Italia caiga a una cifra por debajo de cero. Esto quiere decir, para todas las naciones europeas, que el futuro crecimiento económico de esos países dependerá de un significativo e impensable aumento de las contribuciones de sus trabajadores, incluida la población inmigrante. Una población que, además, verá incrementarse el costo final de los productos en el mercado, precisamente porque el gasto que las empresas afrontan actualmente en pensiones o preveen en el futuro lo trasladan al costo del producto. Este “gravamen” al producto desincentiva la inversión privada y, en el caso particular de los Estados Unidos, podrá ser un factor determinante que afectará seriamente la economía de ese país.

De otro lado, en el marco de una desaceleración del capitalismo mundial y un crecimiento promedio por debajo del 2% en los países industrializados, el déficit público constituye una preocupación común de esos países que verán incrementar dramáticamente sus gastos destinados a cubrir beneficios y servicios para su creciente población de la tercera edad. The Center for Strategic and International Studies ha señalado que el gasto total de esos servicios en Japón, Francia, Alemania e Italia ha sido proyectado en un crecimiento, en promedio, de 15 a 28% del Producto Bruto Interno en los próximos 40 años. “Para pagar ese costo dichos países podrían intentar el incremento de tributos. Pero muchos de ellos tienen ya una carga tributaria que representa el 45% del Producto Bruto Interno y los tributos sobre las remuneraciones ya representan más de 35% de los salarios de sus trabajadores. Con estos altos índices muchos de los más reputados economistas advierten que más aumentos de los tributos podrá decrecer la economía más de lo que ellos puedan hacer crecer los tributos”. En los Estados Unidos el costo de los referidos gastos para cubrir beneficios y servicios de la población de la tercera edad es de 9.4% de su Producto Bruto Interno. Si la tendencia actual continúa para el año 2040 ese gasto representará el 20% del PBI de ese país.

Como podemos apreciar, la agenda económica doméstica de los países industrializados es urgente y muy compleja. La distracción de sus recursos financieros en proyectos que beneficien a los países en desarrollo será sustancialmente mínimo y el comercio internacional, por el déficit presupuestal que los afecta, estará marcado por una constante preocupación por exportar más e importar menos, es decir por un aumento de políticas proteccionistas de los países centrales que agravarán el comercio con otros países, principalmente con los Estados de América Latina.

Finalmente la declinación de los índices de natalidad y el incremento de la población de la tercera edad impactará en el gasto militar y en la estrategia americana a largo plazo para enfrentar el terrorismo desde una propuesta unilateral.

En efecto, más allá de las astronómicas cifras listadas al comienzo de este documento y referidas al costo de la guerra, actualmente los Estados Unidos cuenta con un presupuesto de defensa de 400 billones de dólares. Ningún país entre sus aliados europeos cuenta con semejante presupuesto en gasto militar (que se prevé aún mayor al indicado dependiendo del curso de la guerra). Es más, sumando los gastos militares de los países europeos el presupuesto militar de los Estados Unidos continúa siendo mucho mayor que el de sus aliados. Si consideramos las cifras de líneas arriba referidas al tanto al costo de los beneficios y servicios para la población de la tercera edad en los Estados Unidos como a la tendencial declinación de su tasa de natalidad, el costo de la salud y las pensiones harán imposible para ese país una estrategia militar como aquella en la que se ha embarcado. Para ofrecernos una mayor idea de lo que significa el gasto en pensiones comparado con el gasto militar, Longman afirma que “el Pentágono -por ejemplo- gasta hoy día 84 centavos en pensiones por cada dólar que destina para gastos básicos. Es más, con excepción de tiempos de guerra las pensiones son ya uno de los gastos mayores del presupuesto del Pentágono. En el 2000 -es decir, después de setiembre 11 - el costo de la pensión de los militares aumento doce veces más de lo que gastaron en pertrechos militares, casi cinco veces más de lo que gastó la Marina en nuevos buques y más de cinco veces lo que la Fuerza Aérea destinó para nuevos aviones y misiles”. A ello debemos añadir, dice Longman, la creciente tecnificación de las fuerzas militares de los Estados Unidos. Acaso la declinación de la población hará más dificil el reclutamiento de seres humanos para la guerra. La tecnología podría suplir esta eventualidad con aparatos inteligentes. Pero ocurre que el costo de la tecnología tiende a incrementarse sustancialmente y, otra vez, el déficit de los Estados Unidos, la concentración de inversiones privadas en el sector público para cubrir rubros como educación y desarrollo humano y el presupuesto creciente en beneficios y servicios parala población de la tercera edad representan una enorme carga económica y financiera para un país en guerra dependiente de una tecnología cada vez más sofisticada y por tanto sustancialmente onerosa.

En general, el problema que plantea a los países industrializados la declinación de los índices de natalidad y el costo de los beneficios y servicios para una creciente población de la tercera edad es, pues, complicado y tiene, como hemos visto, varias aristas. Para los Estados Unidos en particular, esas cifras en constante ascenso en el deficitario presupuesto de sus aliados europeos, significará menor compromiso de esos países del viejo mundo con las cruzadas norteamericanas contra el terror internacional, así como todo de tipo de cooperación internacional absolutamente prescindible.

Esto debería ser suficiente para persuadir a los estrategas americanos de no persistir en su posición. Pero otros han visto en esta situación la oportunidad para reverdecer antiguos extremismos “unilateralistas”que ya se habían manifestado en tiempos de Truman y Eisenhower. En aquel entonces una fracción dura del Partido Republicano, liderada por el belicoso senador republicano Robert Taft, se opuso a la construcción del nuevo orden internacional de la posguerra e hicieron lo imposible para destruir a las Naciones Unidas. Creían, como los estrategas de Bush y una gran mayoría de los actuales dirigentes demócratas, en el ejercicio unilateral de la fuerza militar para defender los intereses del imperio. Esa filosofía domina hoy por hoy la política exterior de los Estados Unidos y viene llevándose de la nariz a los propios demócratas, ensombrecidos en sus propuestas domésticas por el tema de la seguridad nacional sin reparar en el enorme costo en vidas humanas y el astronómico gasto que les significará persistir con estrategia.

Conclusiones

El mundo se mueve y se organiza en torno a la guerra después de setiembre 11. La impronta de la política exterior de los Estados Unidos, la nueva pax zmericana, ha redefinido la globalización en su carácter, no solamente económico, financiero y cultural, sino también predominantemente militar y lo que ello representa en términos de recursos financieros y políticas que redefinirán el comercio internacional.

En términos financieros, en un contexto de desaceleración del crecimiento económico del mundo, de enormes déficits presupuestales que afectan a los países industrializados, en un marco de caída de los índices de natalidad de esos países y el sustancial incremento de los gastos por servicios y beneficios para su creciente población en la tercera edad, en los próximos años los países centrales en general dirigirán sus recursos económicos hacia sus agendas domésticas en perjuicio de la cooperación internacional con otros países, especialmente con América Latina. En términos de comercio internacional, los países industrializados, en especial los Estados Unidos, acentuarán sus políticas proteccionistas y, en algunos casos, obligará, como es de preverse con los Estados Unidos y su relación comercial con México y Chile, a redefinir sus tratados en esa materia o revisar sus prioridades para futuros convenios bilaterales con otros países (como es el caso de Perú, Ecuador y Bolivia).

Al mismo tiempo, la importante agenda doméstica europea, urgida por el problema del déficit fiscal y la enorme presión del costo de las pensiones y gastos de salud que representa el crecimiento de su población de la tercera edad, podría traer como resultado la afirmación de la estrategia unilateral norteamericana para enfrentar la guerra, más allá de quien sea el candidato elegido en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de noviembre de este año o las posiciones principistas de los propios países europeos en defensa del orden que representa la institucionalidad internacional y sus fueros. Ello significará para los Estados Unidos mayores gastos militares y de seguridad nacional que presionarán sobre un insostenible déficit público de explosivas consecuencias para la economía mundial, obligando a ese país a replantear negativamente su ya deteriorada relación comercial con América Latina en especial y su política comercial con el resto del planeta hacia un mayor proteccionismo y la constitución de barreras comerciales que beneficien a los Estados Unidos y perjudiquen a los demás países del orbe.

Por todo ello no resulta extraño que ante este el alarmante panorama internacional -dominado por la guerra y la agenda doméstica de los países industrializados- América Latina, con la solitaria excepción de Brasil, privilegiado por la agenda republicana, se vea sustancialmente relegada de la atención cooperativa, económica y tecnológica, y del interés comercial y financiero de los Estados Unidos y los países centrales y sus coorporaciones. Por eso se explica el lapidario juicio del influyente investigador norteamericano Michael Shifter, Vice President for Policy at the Inter-American Dialogue y Adjunct Professor of Latin American Studies at Georgetown University’s School of Foreign Service, con relación, especialmente, a los países andinos,
lo que incluye al Perú. Ha dicho Shifter que “Washington ha respondido al prospecto de una renovada turbulencia (en esos países) con una mezcla de indiferencia y fatalismo: Indiferencia porque Perú, Ecuador y Bolivia son considerados largamente como países sin importancia para los intereses de los Estados Unidos. Fatalismo, porque muchos ven (a esos países) como naciones sin remedio”.

Ni morigerado, ni ético, ni humano. La globalización real post-setiembre 11 termina por destruir, al menos por los próximos cincuenta años, las falsas expectativas de la clase política latinoamericana fundadas en un voluntarismo político de espaldas a la cruda realidad. Por todo ello para el Perú, y los países de la región, es hora de las definiciones. Tal vez la experiencia de otros países que ya cruzaron el umbral del desarrollo y que adoptaron las decisiones correctas, pueda ser aleccionadora para nosotros: todos ellos experimentaron una profunda revolución política antes de inicar su despegue económico. No al revés. Esa reorganización institucional no está en los planes de nuestros actuales dirigentes políticos, oficialistas u opositores, anclados tercamente en una utópica o interesada visión de la globalización. El remedio es el cambio de liderazgo. ¿Quiénes pueden llevar a cabo en el Perú esa revolución política y cómo? Ese será el tema que abordaré en la segunda parte de este documento.
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una enorme carga económica y financiera para un país en guerra dependiente de una tecnología cada vez más sofisticada y por tanto sustancialmente onerosa.

En general, el problema que plantea a los países industrializados la declinación de los índices de natalidad y el costo de los beneficios y servicios para una creciente población de la tercera edad es, pues, complicado y tiene, como hemos visto, varias aristas. Para los Estados Unidos en particular, esas cifras en constante ascenso en el deficitario presupuesto de sus aliados europeos, significará menor compromiso de esos países del viejo mundo con las cruzadas norteamericanas contra el terror internacional, así como todo de tipo de cooperación internacional absolutamente prescindible.

Esto debería ser suficiente para persuadir a los estrategas americanos de no persistir en su posición. Pero otros han visto en esta situación la oportunidad para reverdecer antiguos extremismos “unilateralistas”que ya se habían manifestado en tiempos de Truman y Eisenhower. En aquel entonces una fracción dura del Partido Republicano, liderada por el belicoso senador republicano Robert Taft, se opuso a la construcción del nuevo orden internacional de la posguerra e hicieron lo imposible para destruir a las Naciones Unidas. Creían, como los estrategas de Bush y una gran mayoría de los actuales dirigentes demócratas, en el ejercicio unilateral de la fuerza militar para defender los intereses del imperio. Esa filosofía domina hoy por hoy la política exterior de los Estados Unidos y viene llevándose de la nariz a los propios demócratas, ensombrecidos en sus propuestas domésticas por el tema de la seguridad nacional sin reparar en el enorme costo en vidas humanas y el astronómico gasto que les significará persistir con estrategia.

Conclusiones

El mundo se mueve y se organiza en torno a la guerra después de setiembre 11. La impronta de la política exterior de los Estados Unidos, la nueva pax zmericana, ha redefinido la globalización en su carácter, no solamente económico, financiero y cultural, sino también predominantemente militar y lo que ello representa en términos de recursos financieros y políticas que redefinirán el comercio internacional.

En términos financieros, en un contexto de desaceleración del crecimiento económico del mundo, de enormes déficits presupuestales que afectan a los países industrializados, en un marco de caída de los índices de natalidad de esos países y el sustancial incremento de los gastos por servicios y beneficios para su creciente población en la tercera edad, en los próximos años los países centrales en general dirigirán sus recursos económicos hacia sus agendas domésticas en perjuicio de la cooperación internacional con otros países, especialmente con América Latina. En términos de comercio internacional, los países industrializados, en especial los Estados Unidos, acentuarán sus políticas proteccionistas y, en algunos casos, obligará, como es de preverse con los Estados Unidos y su relación comercial con México y Chile, a redefinir sus tratados en esa materia o revisar sus prioridades para futuros convenios bilaterales con otros países (como es el caso de Perú, Ecuador y Bolivia).

Al mismo tiempo, la importante agenda doméstica europea, urgida por el problema del déficit fiscal y la enorme presión del costo de las pensiones y gastos de salud que representa el crecimiento de su población de la tercera edad, podría traer como resultado la afirmación de la estrategia unilateral norteamericana para enfrentar la guerra, más allá de quien sea el candidato elegido en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de noviembre de este año o las posiciones principistas de los propios países europeos en defensa del orden que representa la institucionalidad internacional y sus fueros. Ello significará para los Estados Unidos mayores gastos militares y de seguridad nacional que presionarán sobre un insostenible déficit público de explosivas consecuencias para la economía mundial, obligando a ese país a replantear negativamente su ya deteriorada relación comercial con América Latina en especial y su política comercial con el resto del planeta hacia un mayor proteccionismo y la constitución de barreras comerciales que beneficien a los Estados Unidos y perjudiquen a los demás países del orbe.

Por todo ello no resulta extraño que ante este el alarmante panorama internacional -dominado por la guerra y la agenda doméstica de los países industrializados- América Latina, con la solitaria excepción de Brasil, privilegiado por la agenda republicana, se vea sustancialmente relegada de la atención cooperativa, económica y tecnológica, y del interés comercial y financiero de los Estados Unidos y los países centrales y sus coorporaciones. Por eso se explica el lapidario juicio del influyente investigador norteamericano Michael Shifter, Vice President for Policy at the Inter-American Dialogue y Adjunct Professor of Latin American Studies at Georgetown University’s School of Foreign Service, con relación, especialmente, a los países andinos,
lo que incluye al Perú. Ha dicho Shifter que “Washington ha respondido al prospecto de una renovada turbulencia (en esos países) con una mezcla de indiferencia y fatalismo: Indiferencia porque Perú, Ecuador y Bolivia son considerados largamente como países sin importancia para los intereses de los Estados Unidos. Fatalismo, porque muchos ven (a esos países) como naciones sin remedio”.

Ni morigerado, ni ético, ni humano. La globalización real post-setiembre 11 termina por destruir, al menos por los próximos cincuenta años, las falsas expectativas de la clase política latinoamericana fundadas en un voluntarismo político de espaldas a la cruda realidad. Por todo ello para el Perú, y los países de la región, es hora de las definiciones. Tal vez la experiencia de otros países que ya cruzaron el umbral del desarrollo y que adoptaron las decisiones correctas, pueda ser aleccionadora para nosotros: todos ellos experimentaron una profunda revolución política antes de inicar su despegue económico. No al revés. Esa reorganización institucional no está en los planes de nuestros actuales dirigentes políticos, oficialistas u opositores, anclados tercamente en una utópica o interesada visión de la globalización. El remedio es el cambio de liderazgo. ¿Quiénes pueden llevar a cabo en el Perú esa revolución política y cómo? Ese será el tema que abordaré en la segunda parte de este documento.