Manifestante

Se atribuye a Benito Juárez, héroe liberal del siglo XIX, quien ha sido en México el más importante defensor del laicismo, la libertad y la soberanía nacional, la frase de que el triunfo de la reacción es moralmente imposible, que se aplica a la reelección de Bush, cuyo gobierno ha retomado una política de agresión internacional, como en los tiempos de Vietnam, y como entonces apelando al fanatismo y al miedo de sectores de la sociedad estadounidense.

El hecho de que, aplicando grandes recursos económicos, diversos trucos publicitarios y, ante todo, apelando al apoyo incondicional de sectores fanatizados, Bush haya logrado reelegirse, no constituye ante el mundo una victoria moral del conservadurismo estadounidense, a pesar de que algunas voces de comunicadores y políticos derechistas, lo mismo en Estados Unidos que en Europa o en América Latina, están promoviendo esa interpretación de los hechos.

Con la reelección de Bush y el avance político de los republicanos es inminente la puesta en marcha de medidas de corte racista, contra los derechos humanos de los inmigrantes ilegales a ese país, de nuevas embestidas contra los derechos sexuales y reproductivos, y contra el bienestar de los trabajadores, a la vez que el uso del inmenso poder del gobierno estadounidense para favorecer a los grandes intereses empresariales, que se están beneficiando con las nuevas guerras imperialistas, y a los grupos de fanáticos religiosos que lo apoyaron en las urnas, otorgándoles cifras millonarias con el pretexto de apoyar sus “iniciativas basadas en la fe”.

La reelección de Bush plantea paradojas para la democracia. Por un lado, que su permanencia en el poder, aunque es una decisión de los estadounidenses, representa una amenaza para el mundo entero. Por otro, que un factor decisivo en ese hecho es la tradicional intromisión, en Estados Unidos, de lo religioso en la esfera de lo político, lo que hace realidad la trágica posibilidad de que la paz internacional esté a merced de gente manipulada por líderes religiosos imbuidos a la vez de una increíble voracidad capitalista.

Como ha demostrado en los últimos cuatro años la actuación del gobierno estadounidense, el fanatismo en el poder destruye la libertad y la paz, e incluso la auténtica democracia, en la medida en que ésta supone la libre emisión del sufragio, condición que no existe cuando la conciencia individual está cegada por temores y dogmas, y la voluntad en manos de personajes que pretenden actuar en nombre de Dios.

Con toda certeza, la reelección de Bush no hará claudicar a los patriotas que, sea en Irak, en Venezuela, o en Cuba defienden a sus naciones de la agresión imperialista, pero debería conmover la conciencia latinoamericana y mundial para preparase a reaccionar en forma solidaria y enérgica contra nuevas agresiones estadounidenses.

El dos de marzo, Bush logró unir en su favor a los conservadores católicos y protestantes situación en la que ha jugado un papel fundamental su convergencia con el Vaticano en una agenda ultraderechista que enfatiza las prohibiciones sexuales y la lucha contra el laicismo.

Pocas dudas pueden albergarse de que en América Latina, la jerarquía católica y grupos conservadores afines a ella harán todo lo posible para obtener ganancias políticas e incluso materiales del nuevo período de Bush, incluso de una manera mucho más radical que en el pasado.

Desde luego, los poderosos intereses económicos que sustentan a la ultraderecha estadounidense están poniendo en juego todos sus recursos mediáticos para apoyar al gobierno de Bush, sea presentándolo como ejemplo de vida democrática, de éxito político y material, o simplemente atacando ferozmente a sus adversarios.

Bush es el Hitler de nuestros días; como él, agresor poderoso y líder perverso, carente de logros intelectuales, pero respaldado en su propio país por gente obediente a una ideología destructiva y por poderosos intereses económicos; la única alternativa ante él es la oposición internacional de los sectores y gobiernos progresistas.