Si hubiera que determinar aquellos rasgos de continuidad, de persistencia en la experiencia insurgente indígena, ¿cuáles serían éstos?

Lo que vemos es que en los distintos momentos de rebelión podemos encontrar patrones muy similares, elementos que de alguna forma son comunes en muchas de las insurgencias: la memoria política, las modalidades y métodos de lucha y, finalmente, las propias dinámicas de movilización. Estos elementos conforman una cultural política insurreccional.

¿En qué consistiría la memoria política que usted menciona?

En muchos de los momentos de insurgencia hay -en los protagonistas- un recuerdo de las movilizaciones anteriores. A veces esta memoria se remonta a mucho tiempo atrás; por ejemplo, podemos ver ésta en términos del recuerdo de algunas de las acciones de Tupac Katari, una figura muy presente ahora mismo, sobre todo por el cerco a La Paz en 1781. La memoria corta, en cambio, tiene que ver con sucesos más cercanos: por ejemplo, en las movilizaciones y bloqueos de 2003 los comunarios del altiplano actuaban a partir de la experiencia acumulada durante las movilizaciones del año 2000.

¿Y los métodos de lucha?

Puedo mencionar algunos ejemplos que son más simbólicos: uno de ellos tiene que ver con el uso de la Whipala o, también, el hecho de que una herramienta agraria como la honda pasa a convertirse en un arma de guerra. Pero ahí también están la asamblea y el cabildo como escenarios para la toma de decisiones. El hecho es que cuando las comunidades se movilizan lo hacen como unidad. No es que cada uno decide si quiere o no participar; es más bien que la comunidad, como conjunto, decide si se participa o no. Lo que vemos en el fondo es que en estas situaciones se asumen formas comunales de movilización. En este sentido, la naturaleza de la resistencia y la lucha en general responden a una matriz cultural y política.

¿En esas estructuras y principios de organización cultural y política, la toma del poder ha sido o es una aspiración real de los indígenas?

En general, las comunidades se movilizan cuando las autoridades cometen una serie de abusos y pierden legitimidad política. Entonces son casos en que las comunidades están pidiendo respeto a sus derechos establecidos, un trato digno; y no necesariamente hay una aspiración de toma de poder, para ejecutar un cambio radical del orden social.

Pero hay otros momentos, que son más excepcionales, donde sí existe un rechazo más profundo del orden existente y donde además se buscan formas de autonomía política más amplias. Ahí está la experiencia de Tupac Katari, Zárate Willca y la misma movilización actual en que los procesos sí tienen mucha profundidad política. Estos movimientos tienen el rasgo de que surgen en momentos de crisis del orden dominante y cuando circulan visiones de cambio en las relaciones políticas. Actualmente, intelectuales y dirigentes indígenas están cuestionando profundamente las limitaciones de la Revolución Nacional y hasta los límites del orden republicano que se instaura con la independencia. Finalmente, se está buscando la descolonización de la formación social boliviana.

Cuando se habla de este tipo de movimientos se habla casi en exclusiva de indios en soledad, casi sin la posibilidad de plantear alianzas...

En realidad, la búsqueda de alianzas es una dinámica que sí la encontramos en distintas coyunturas de insurgencia. Hay ejemplos en que, dependiendo de las circunstancias, se han construido alianzas con sectores urbanos u obreros, con partidos o con fuerzas de gobierno. Si existe una apertura desde aquellos sectores, entonces se puede dar otro tipo de procesos que no necesariamente lleven a la insurrección. La opción del levantamiento suele ocurrir cuando otras salidas no son posibles, porque no se consolidan posibles alianzas o porque quienes detentan el poder no están dispuestos a ninguna concesión.

¿Cómo evalúa los proyectos políticos actuales?

Hay dentro de los movimientos indígenas distintos proyectos que reflejan su pluralidad: algunos buscan cambios a nivel de representación política local, por ejemplo, la reconstitución de autoridades tradicionales en las comunidades; otros están buscando autonomías regionales, como en la forma de federaciones de ayllus; y hay quiénes sueñan con un gobierno indígena para todo este territorio, que sería uno de los planteamientos más radicales. Y tampoco esto es nuevo sino que tiene antecedentes de mucho tiempo atrás: Tupac Katari se imaginaba una soberanía indígena para todo el territorio sur andino. Esto no significaba necesariamente que se tenía que matar o desplazar a los criollos; se imaginaba también formas de convivencia entre pueblos indígenas y criollos y mestizos. Pero la radicalidad estaba en que el gobierno debía ser indígena, es decir, debería estar en manos de las mayorías existentes en este territorio.

Pero parece que, más allá de la diversidad, no hay unidad aun dentro de los propios movimientos sociales.

Es cierto que hay divisiones, y eso tiene que ver con la dirección de los movimientos sociales. Evo Morales y Felipe Quispe no pueden unificarse y eso parece ser sobre todo por conflictos cupulares, rivalidades personales y caudillismo. Esto sólo beneficia a los partidos tradicionales y a los gobiernos de turno. Pero creo que sigue vigente la posibilidad futura de alianzas entre distintas organizaciones indígenas, distintos movimientos y distintos sectores sociales.

En ese marco, ¿qué tipo de relación política se desarrolla entre las nacionalidades indígenas?

Es evidente que a nivel de planteamientos y reivindicaciones étnicas quiénes han tenido un mayor protagonismo nacional en el último cuarto de siglo han sido los intelectuales y organizaciones en el altiplano. El surgimiento político de los pueblos de tierras bajas es relativamente reciente (la marcha de 1990), planteándose reivindicaciones nuevas que tampoco han sido resueltas. Un desafío todavía pendiente es la relación entre las luchas andinas y las amazónicas. Yo creo que estamos en medio de un momento muy importante en donde todos tendrán que pensar seriamente el tema de las autonomías y las formas de representación entre los varios pueblos de las distintas regiones. Además, hay poblaciones indígenas no sólo a nivel rural sino también urbano. En la ciudad de El Alto, 80% de las personas se consideran indígenas y en la ciudad de La Paz, la mitad de la población se identifica con lo indígena.

¿Cuál es su percepción de Felipe Quispe?

En términos históricos, lo importante es que él ha logrado unificar dos tendencias: el sindicalismo campesino y la ideología indianista, dos corrientes que en su división y oposición debilitaban el movimiento. Cuando Felipe Quispe logra asumir el poder dentro de la CSUTCB, se da una suerte de confluencia de estas dos vertientes y se vigoriza el movimiento.

Con todos estos antecedentes, ¿hacia dónde puede desembocar el movimiento popular?

Nadie tiene una respuesta segura a esa pregunta. Esperamos que no haya más muerte ni más sangre derramada, pero todavía no se vislumbra una solución política. Desde el Estado no parece existir una apertura real para cambiar las cosas de fondo en el país, y frente a la indiferencia o apatía, ocurre que las reivindicaciones van ganando fuerza. Hay que reconocer que Bolivia es uno de los países proporcionalmente más indígenas en las Américas y, al mismo tiempo, que es una formación social de profundas raíces coloniales. Lo que está ocurriendo ahora es un proceso de descolonización que se resolvería pacíficamente si se pudieran establecer relaciones más igualitarias entre los distintos pueblos que ocupan este espacio. Sin embargo, por lo visto el Estado solamente responde cuando hay movilizaciones y demandas muy fuertes desde abajo. Y, sobre esto, si hoy en día estamos en la posibilidad de una Asamblea Constituyente -donde se debieran imaginar nuevas relaciones sociales para el país- es gracias a la lucha y el sacrificio de muchos sectores sociales, entre ellos los pueblos indígenas. Esperamos que la sociedad y la clase política tengan la creatividad de asumir este reto histórico.