Jacobo Borges, Personajes de la coronación de Napoleón, 1963

Por mandato constitucional, Venezuela se ha convertido a partir del presente milenio en un país pluricultural e intercultural, tanto en el sentido más general de ambos términos, como en relación con temas más o menos específicos como lo es la materia de salud pública. Sin otorgarle concesiones a la retórica casi inevitable en temas de esta naturaleza, se hace necesario definir un poco el alcance de lo pluricultural y de lo intercultural, para evitar confusiones y equívocos, abriendo cauces para una acción social y política más efectiva.

La pluriculturalidad se refiere a las características específicas y diferenciales que presentan las sociedades múltiples y diversas que pueblan a nuestro país, Venezuela, pero igualmente a América Latina y al resto del planeta: ya que la sociodiversidad constituye a nivel mundial la regla, en modo alguno la excepción. En otros términos, la prédica decimonónica acerca de la homogeneidad interna de los Estados Nacionales es hoy por hoy no solamente falsa -en cuanto a los hechos- sino profundamente contraproducente, al enmascarar en forma perversa una realidad que merece y requiere un tratamiento idóneo.

En la discusión de problemas de salud pública, es bueno dilucidar algunos puntos referentes a la reproducción generacional de las comunidades y pueblos indígenas como tales ya que enfrentamos una serie de situaciones muy delicadas. Los últimos censos indígenas de Venezuela -y en cierta forma los de otros países americanos- parecen apuntar muy a grandes rasgos hacia una mayor garantía de supervivencia de estos pueblos discriminados y perseguidos, que los pronósticos de decenios anteriores.

Si bien hay todavía etnias en vías de extinción o desaparición, esta no es la situación mayoritaria aunque la inmensa mayoría de estos pueblos siguen siendo altamente vulnerables por múltiples razones, comenzando por su obvia pequeñez numérica, que contrasta muy desfavorablemente con un mundo empujado hacia la globalización, por más que aún estemos a tiempo de frenar y hasta corregir sus síntomas y efectos más perversos. Como se viene repitiendo con frecuencia, una mundialización justa y equitativa, con mantenimiento de la biodiversidad y la socio-diversidad sería una solución muy distinta de una globalización deshumanizada, tecnocrática y neoliberal.

En los aspectos interculturales de la salud pública indígena, la necesidad creciente de conjugar la pluriculturalidad con la interculturalidad nos sitúa ante retos aún más difíciles y a veces inéditos. Cualquiera entiende que la interculturalidad reside en el diálogo horizontal, democrático y permanente entre dos o más formaciones culturales sin que se atente contra la identidad y la especificidad de cualquiera de ellas.

A nadie le cuesta realmente asimilar la noción de que la medicina indígena es valiosa, contempla conocimientos, medicamentos, así como procedimientos terapéuticos tanto preventivos como curativos, de índole tanto psicosomática como predominantemente somática. Un profesional de la medicina con la mente receptiva, un buen estudiante de esta misma profesión que se está formando, al igual que un sector considerable de la opinión pública lega están en capacidad de comprender y valorar positivamente la formulación compendiada que acabamos de hacer y que, palabras más palabras menos, ya ha sido enunciada múltiples veces. Reiteramos que para ello sólo hace falta prescindir de un dogmatismo cuadriculado, de un positivismo extremo propio del endiosamiento de la ciencia más allá de cualesquiera otros valores.

Pero al darle un pequeño espacio a la medicina indígena y sus concomitalcias se genera inmediatamente una resistencia académica, gremial y hasta visceral en la gran mayoría de los médicos y paramédicos formados y profesionalizados bajo cánones absolutamente occidentalizantes y sin lugar para la menor discusión sobre la materia. De este modo, los médicos y chamanes indígenas devienen en brujos, farsantes, matasanos y -válgame Dios- hasta enfermos mentales.

Dentro de la intolerancia total, acicateada también por la defensa irrestricta de intereses y privilegios socioeconómicos, resulta sumamente difícil, por ejemplo, que las universidades nacionales o privadas instituyan algo similar a la medicina o farmacopea indígena u otras ramas de la Etnociencia, ni siquiera con carácter comparativo o experimental. Sería aún muchísimo más difícil levantar en alguna medida las restricciones para el ejercicio legal de la medicina, pese a la reiterada recomendación de los organismos internacionales.

Por vía de estas reflexiones hemos llegado al punto crucial de enfrentar el problema ineludible de qué hacer en medio de las condiciones y condicionamientos señalados. Hasta ahora pocas personas -incluyendo a los más expertos- se han atrevido a responder esta pregunta con sinceridad y en forma más o menos detallada. Entre las numerosas razones hay una que me parece especialmente relevante.

A nadie le agrada presentar un simple repertorio de recetas, que fácilmente puede desembocar en la pseudoconcreción inconexa, en la ignorancia de las diferencias étnicas regionales y locales, en medio del alto grado de riesgo que acarrea semejante osadía: toda recomendación puede ser acertada o no, aunque en su mayoría suelen caer en la intrascendencia de las afirmaciones hechas sin suficiente base o asidero en algún contexto real.

Aun así, bajo el peso de nuestra responsabilidad unida a largos años de experiencia en la materia adquirida en frecuentes intercambios con comunidades indígenas, más allá de la mera confrontación con otros colegas, no sentimos autorizados a emitir un conjunto de criterios, en orden de abstracción más bien descendente, que idealmente debería responder a nuestros conocimientos actuales sobre el tema, que en modo alguno consideramos exhaustivos ni definitivos.

La primera obligación de un servicio intercultural de salud es asegurar la supervivencia transgeneracional de las comunidades y pueblos indígenas.

  1. Bajo ningún respecto debe culpabilizarse a la víctima, o sea, al indígena en el presente caso. Mas aún, hasta en el supuesto negado de que los indígenas fuesen culpables de todo cuanto les pasa, el Estado y sus instituciones tendrían igualmente la obligación de atender a sus reclamos y contribuir así a la solución de sus problemas.
  2. Los pueblos indígenas reclaman el reconocimiento tanto individual como colectivo que la Constitución les otorga; no necesitan ser "redimidos" como una masa de náufragos sin rostro.
  3. En una visión auténticamente intercultural es necesario distinguir claramente entre las diversas culturas, las variadas formas de relación con la sociedad envolvente y las coyunturas específicas que atraviesa cada pueblo y comunidad.
  4. Para la verdadera interculturalidad lo más decisivo es la participación protagónica del indígena, a nivel individual, comunal y de pueblo con personalidad colectiva propia.

En el plano de la salud es preciso conocer profundamente las enfermedades propias de cada comunidad, su modo de vida en lo cotidiano, sus modalidades de trabajo, sus patrones de desplazamiento, sus ceremonias, las actitudes colectivas tan heterogéneas frente a la problemática que afrontan, en fin todo aquello que en cualquier medio nos hace verdaderamente humanos y representa el meollo de nuestra concreción. Junto a lo específicamente bio-socio-sanitario entra allí la realidad ambiental con todos sus pormenores y secuelas, las características del hábitat incluyendo los problemas de orden legal y jurídico cada vez más frecuentes, la complejísima realidad sociocultural en presencia de los factores aculturativos.

A través de estas palabras hemos insistido, de manera constante, en el sentido profundo del propio prefijo Inter-, el cual debe manifestarse como interacción, interrelación, interdependencia y, para variar de componente morfológico, diálogo permanente, reciprocidad, aprecio mutuo.