Al promediar el siglo XV de nuestra era, el mundo andino fue escenario febril de dos naciones en pugna, de dos proyectos marcados por la dialéctica de la historia: El imperio Colla del pueblo Aymara que había heredado la concepción comunitaria y politeísta del extinguido Tiahuanaco, y el imperio Inca del pueblo Quechua-también de raíz tiahuanacota- que se hallaba empero en una etapa activa de centralismo político y de constitución estatal al influjo de una tendencia monoteísta.

Eran dos procesos paralelos, de origen común, pero diferenciados por la dinámica azarosa del desarrollo de las fuerzas productivas.

Los Aymaras del Collasuyo se resistían a ser sometidos por el centralismo del Estado inca y luchaban por conservar su organización económica y social con rasgos aún matriarcales rigiéndose por divinidades masculinas y femeninas, sustentando instituciones fundamentales como el ayllu y el ayni donde los conceptos de producción comunitaria y reciprocidad laboral determinaban las características de la vida pública y privada.

Los Quechuas del Cuzco incaico, en cambio, pretendían dar el salto cualitativo del comunismo primitivo hacia un «socialismo de Estado»[1] bajo la centralidad teocrática del dios Inti y su hijo directo el Inca. Este proyecto dinástico propendía a la expropiación del excedente en un proceso de formación de castas y división clasista del trabajo.

A pesar de su debilitamiento político, los Aymaras vencieron a los Quechuas no precisamente en el plano militar tras sangrientas batallas que multiplicaron el poderío armado de los incas, sino en los planos cultural y religioso[2]. La expansión del imperio incaico tropezó con una fuerte resistencia civil del pueblo Aymara, cuya fortaleza radicaba en su sólida organización comunitaria protegida por mil dioses y muchas más diosas.

El Collasuyo Aymara[3] abarcaba una vasta extensión de señoríos como los Canas, Collas, Canchis, Lapacas y Callahuayas al norte del Lago Titicaca, y por el sur los Pacajes, Charcas, Soras, Chuis, Carangas, Quillacas, Urus, Chipayas, Yamparaes, Caracotas y Chichas que atravesaban los actuales territorios bolivianos de La Paz, Cochabamba, Oruro y Potosí, además de los territorios norte de Argentina y Chile.

Para los incas era de estratégica necesidad expandir su dominio sobre esa vastedad Aymara. En 1440 el dominio Quechua se circunscribía apenas a Cuzco y Quito.

Los Quechuas cruzaron el Titicaca homogeneizando lingüística y religiosamente a las etnias que caían conquistados por el dios Inti; pero esta hegemonía no lograba penetrar en los indómitos pueblos Collas (Aymaras), muchos de los cuales poblaban el actual territorio cochabambino.

Los Aymaras Soras por ejemplo, informa Gisbert, poseían un extenso territorio que abarcaba la actual comunidad de Paria, llegando hasta Sipe Sipe y Tapacarí. Otro grupo, los Charcas, abarcaba una superficie de 30.000 kilómetros cuadrados incluyendo Sacaca, Chayanta, Tiquipaya, Tomata, Macari, Cochabamba (Kanata) y Santiago de El paso. Otras zonas del valle cochabambino eran habitadas por Chuis y Cotas, tan indomables como los Soras y Quillacas.

Una religión unificadora

Al no poder someterlos por la fuerza, los incas optaron por pactar con los Collas y este pacto se produjo esencialmente en el ámbito religioso, aproximadamente entre 1463 y 1493, apenas tres décadas antes de la conquista española.

Dijimos que si bien la estructura política del Collasuyo se hallaba herida de muerte ante la expansión Quechua, es indudable que el poderío Aymara estaba intacto en su compleja expresión religiosa. Esto dio lugar a un «matrimonio de facto» entre las principales deidades Aymaras, representadas por la Pachamama, y el Inti o dios Sol de los Incas.

El Estado Inca, al final, tuvo que asimilarse oficial y formalmente a la religión Aymara todavía hegemónica en el ancestral mundo andino.

El antropólogo Steve Stern, de la Universidad de Wisconsin, nos explica con claridad ese hecho:

«En lugar de destruir las huacas[4] regionales más poderosas, los incas trataron de asimilar su prestigio al del Estado. Los incas inundaron de rebaños, tierras, servidores y regalos para los santuarios pacarinas y otros santuarios preincaicos e hicieron transportar al Cuzco en literas a los principales dioses, como invitados de honor en las festividades reales. Al elevar los recursos y el prestigio de determinados dioses (Aymaras) bajo los auspicios de los incas, el Estado esperaba poner a los dioses locales a su servicio, establecer una red de lealtades y de obligaciones mutuas que daría a la dominación imperial un carácter menos forzado».

Confirmando aquello, de Huarochiri emergió una hermosa leyenda según la cual el inca Quechua Tupac Yupanki que gobernó entre 1471 y 1493 aproximadamente, se vio obligado a rendir devoción a uno de los huacas más influyentes del mundo Aymara, Pariacaca, exigiendo en recompensa que, con su mediación, los dioses colaboren con el Inca en su guerra contra los ayllus rebeldes.

El capítulo 23 del referido manuscrito narra lo siguiente[5]:

«Se dice que cuando el inca Tupac Yupanki señoreaba y había conquistado todas las comunidades, descansó varios años con gran contento.

Entonces, en algunas comunidades, grupos rebeldes se alzaron.

A saber: ni los Alancu Marka, ni los Calanco Marka querían ser súbditos del Inca. Lograron arrastrar a su causa a varias huarangas[6] de hombres, y juntos guerrearon durante unos doce años.

Como aniquilaban a todas las fuerzas que enviaba contra ellos, el Inca estaba muy afligido y, lamentándose mucho, se preguntó: : ‘¿Qué va a ser de nosotros?’

Entonces, un día pensó: ‘¿Para qué sirvo a estos huacas con mi oro, mi plata, mi ropa, mi comida y todo lo que poseo? A ver, voy a mandar a llamarlos a todos ellos para que me ayuden contra los enemigos’.

Así mandó convocar a los huacas de todas las comunidades que recibían oro y plata para que viniesen al Cuzco.

Los huacas aceptaron y se pusieron en marcha.

Pachacámac vino transportado en una litera; de la misma manera todos los huacas locales de todo el Tahuantinsuyo vinieron transportados en literas.

Todos los huacas locales llegaron al Haucaypata, pero Pariacaca no llegaba aún. Seguía resistiendo preguntándose si debía ir o no.

Finalmente Pariacaca envió a su hijo Macahuisa diciéndole: ‘Ve tú, después de haber escuchado lo que digan, vuelve’.

Cuando Macahuisa llegó (...) el Inca empezó a hablar: ‘Padres’, les dijo, ‘Huacas y Huillcas, ya sabéis cómo yo os sirvo de todo corazón con oro y plata; ¿es posible que vosotros no me ayudéis a mí, que os sirvo con tanta generosidad, ahora que estoy perdiendo tantas huarangas de mis hombres? Por ese motivo os he hecho convocar’.

Ninguno de ellos contestó. Más antes, permanecieron en silencio.

Entonces, de nuevo el Inca les dijo: ¡Hablad! ¿Es posible que permitáis que los hombres que han sido animados y hechos por vosotros sean aniquilados en la guerra? Si no queréis ayudarme, ¡en este mismo instante os haré quemar a todos! ¿para qué pues yo os sirvo y embellezco enviándoos todos los años mi oro y mi plata, mis comidas, mi bebida, mi coca, mis llamas y todo cuanto poseo? Entonces, ¿no me ayudaréis después de haber escuchado todas estas mis quejas? Si me negáis vuestra ayuda, arderéis ahora mismo’.

Entonces Pachacámac empezó a hablar: ‘Oh inga sol, yo no propongo nada puesto que suelo hacer temblar la tierra entera con todos vosotros juntos. No sólo aniquilaría al enemigo, sino que acabaría con todos vosotros y con el mundo entero también. Por eso me he quedado callado’.

Como todos los demás huacas se callaron, Macahuisa (el hijo de Pariacaca) empezó a hablar: ‘Oh inga sol, yo voy a ir allá. Tú permanecerás en las proximidades en una tienda bien instalada e identificada con una señal distintiva para que no te aniquile con los demás; en un mínimo de tiempo voy a conquistarlos para tí’.

Mientras Macahuisa hablaba, de su boca salía un aliento muy denso cual si fuese humo verde.

Y se dice que también en esa sazón comenzó a soplar su zampoña de oro. Su pinquillu también era de oro. En su cabeza llevaba coronada la diadema. Su phusuca también era de oro, en tanto que su camiseta era negra[7].

Dieron a Macahuisa para su viaje una litera de las que se llaman Chicsirampa, destinada a transportar al propio Inca. Y fueron escogidos por el Inca, para acompañarlo, unos fornidos callahuaya. (...).

Lo transportaron hasta la cima de un cerrito; una vez allí, Macahuisa, el hijo de Pariacaca, comenzó, poco a poco, a caer bajo la forma de lluvia.

Los hombres de las comunidades rebeldes empezaron a organizarse, preguntándose qué podría significar este fenómeno.

Atacándolos con sus rayos, Macahuisa aumentó la lluvia y así abrió quebradas por todas partes, y arrastró a los miembros de todas estas comunidades rebeldes con sus aguas torrenciales.

Aniquiló a los kuracas principales y a los hombres valientes con sus rayos. Sólo una parte de la gente común se salvó. Si hubiera querido, habría aniquilado a todos.

Así, después de haber vencido a todos los demás rebeldes, los persiguió hasta el Cuzco.

Desde esa época, el Inca apreció todavía más a Pariacaca y le otorgó cincuenta Yanas[8].

‘Padre Macahuisa’, le dijo al huaca victorioso, ‘¿qué te daré?. Pide todo lo que quieras. No seré avaro’. El otro respondió: ‘Yo no deseo nada excepto que te hagas huacsa[9] y celebres mi culto como lo hacen nuestros hijos de Yauyos’.

El Inca aceptó, pero, como le temía mucho a este huaca, quiso ofrecerle todo lo que pudiera para que no lo aniquilase a él también.

Así mandó que se le ofrendara comida, pero Macahuisa le dijo: ‘Yo no suelo comer estas cosas’ y pidió que le trajeran corales.

Se dice que cuando le trajeron corales, los comió con rapidez, ronzando, haciendo sonar ‘k’ap, k’ap’.

Después el Inca mandó que le entregaran a sus ñustas[10], escogiéndolas entre las más nobles, pero el huaca las rechazó.

Y así volvió Macahuisa donde su padre Pariacaca, informándole acerca de esta su misión.

Desde entonces, y por mucho tiempo, los incas también fueron sus sacerdotes devotos en Jauja, donde bailaban teniendo a Macahuisa en gran estima... ».

Esta alianza espiritual Aymara-Quechua, fruto de una relación de fuerzas donde lo militar-coercitivo cede ante lo religioso-consensual, consolidará la estructura dualista y recíproca del sistema incaico, dentro el cual las deidades matriarcales de la comuna Aymara terminan convivendo en armonía con el Estado centralista del Inti (en un escenario que muy poco después será suplantado por el monoteísmo cristiano, que también habrá de ceder ante el «paganismo» sincretizante de los ayllus politeístas) .

Tal estructura -en la cual se origina la utopía del Estado Comunitario que late en estos tiempos de posmodernidad- es un rasgo fundamental todavía vigente en la vida cotidiana de los festivos, místicos y holísticos pueblos indígenas que habitan sobre la cordillera de los Andes desde el sur de Colombia hasta el norte de Chile y Argentina, pasando por Ecuador, Perú y Bolivia.

NOTAS:

1.- En su libro «Buscando un Inca», Carlos Flores Galindo advierte que la famosa obra de Louis Baudin sobre «El Imperio Socialista de los Incas» fue escrita en 1928 «para criticar al socialismo como un régimen opresivo».

2.- En 1438 los kuracas (señores) Collas Cari y Zapana se encontraban en disputas por la concentración de ayllus, facilitando los aprestos expansionistas del Inca Viracocha, según informa Gisbert.

3.- El Collasuyo era la región andina más importante que los incas incorporaron a su imperio denominado Tahuantinsuyo (cuatro regiones). Chinchansuyo, Condesuyo y Andesuyo fueron las otras tres.

4.- El o la «Huaca» (o «Guaca») es el nombre genérico con que se conoce en el mundo Aymara a los dioses (o diosas) «mayores». Los dioses o diosas «menores» son llamados genéricamente «Huillcas» y «Villcas».

5.- Elaboramos el texto en cuestión en base a traducciones del Manuscrito de Huaruchiri realizadas por Angel Herbas Sandóval en 1989 y Gerald Taylor en 1999, que presentan diferencias lingüísticas y matices complementarios en varios párrafos a lo largo de todo el Manuscrito.

6.- Una «huaranga» era equivalente a una división de mil comuneros armados que eran dirigidos por un jefe local conocido como «Mallku», de menor jerarquía respecto a los «kuracas», pero superior al «jilakata».

7.- En el original Quechua, «antara» por zampoña. El pinquillo es una flauta de sonido agudo. El vocablo «phusuca» podría ser, según Herbas, «una especie de cerbatana que usaban los ejércitos desaparecido del Collasuyo».

8.- Los «yanas» o «yanacunas» eran servidores seleccionados por el inca para realizar tareas domésticas y administrativas en favor de los señores. Tenían privilegios de casta y constituían la base social de la burocracia emergente en el Estado incaico.

9.- Los «huacsas» eran los sacerdotes devotos que dirigían y organizaban las fiestas rituales. Generalmente este clero andino estaba constituido por los propios kuracas, mallkus y jilacatas, hasta por el Inca mismo como se puede ver.

10.- Ñusta: doncella que tenía rango de princesa en la corte del Inca.