Entre Drácula y Frankenstein.

Entre el sida y el cáncer.

Entre las ratas y los ratones. Entre rateros y ladrones.

Entre Vito Corleone y la Mama Lucha.

Entre la caca y la mierda.

Entre Febres, los social-cristianos y la cada vez más Derecha Democrática; o el coronel, el murciélago y el otro dueño del país.

Nos quieren obligar a optar.

Nos intentan que elijamos uno u otro, y todos con razones bastardas, parciales, distintas en las formas y tan iguales en los contenidos.

«Bueno, nos dicen, total, Frankenstein fue hecho con la piel de muchos, construido con los retazos de todos». O nos repiten: «Bueno, total, la mordedura del vampiro te hace inmortal... y siempre hay chance a tener una cruz a la mano, o ajo, o una bala de plata».

Me niego a ser parte de uno u otro bando, de una u otra banda, de una u otra mafia. Ni tus hijos ni las mías se merecen vivir en un país condenado a ser mandado por los hacendados de El Cortijo o la Bananera.

Me niego a que haya desaparecido la Izquierda, a que no haya referentes para los guaguas y los chicos que aún asisten a clases de historia y cívica. A que la opereta nacional nos condene a ser cola de unos o el culo de otros.

Me niego a que esta sarta de hijos de puta nos manden siempre.

Y a dejar que nuestra sangre corra en beneficio de unos u otros.

Me niego, rotundamente, a creer que ya no hay porvenir.

A partir de hoy, por años, por siglos, por el tiempo que fuese necesario, escribiré tratando de contribuir a la maldita unidad con lo que queda de Pachakutik, de MPD, de PSE, de izquierda sin registro legal, de indígenas y de grupos sociales.

Falta mucho aún: todavía no tocamos fondo. Vendrán peores tiempos. Pero hay que insistir. Hay que seguir creyendo en el País que quisimos darles a nuestros guaguas.

Me niego a emigrar, carajo. Me niego a decirle a mi hija que no pude cambiar esta miserable historieta por una historia que nos toca, nos tocará, hacerla... con asco, con vergüenza, con dolor, rabia, llantos y mocos, y mucha esperanza, muchísima.

De cambiar todo se trata. De refundar una república distinta, la tercera y no vencida se trata, que la primera fue opereta colonial, la segunda es la opereta de los crápulas que nos han gobernado. De sepultar la vieja república que padecemos se trata. No medias tintas, no cortecitas, no palacitos, no tribunalitos, no cuartelitos.

Porque no estamos condenados a morir, o a sobrevivir que es peor, en manos de Drácula o Frankenstein (tan lindos los dos personajes, en comparación a estos verdaderos monstruos que nos tocó de «líderes políticos»).

El 31 de diciembre, la noche más repleta de guaguas de la calle que he visto en la historia del país, alguien nos contó un mal chiste:

«Primer cuadro: aparece Lucio con una sarta de cangrejos./El segundo cuadro León con otra sarta de cangrejos. El tercero, Abdalá con una sarta de cangrejos./ El cuarto, Alvarito con otra sarta de cangrejos./¿Cómo se llama la obra?... Sarta de hijos de puta» .

¿Y los cangrejos?, pregunté.

La izquierda, ¡pues!, yendo de retro, me respondieron.

No estamos condenados a optar entre el cáncer de estomago o el cáncer de vejiga.

No estamos condenados a ser los eternos cangrejos de esta sarta de hijos de puta.

Disculpas al lector por tanto «hijueputazo». La responsabilidad es de los «haches de p.» que provocaron este escrito. (Nota de APonce)