Vladimir Voronin líder del Partido Comunista Moldavo.

Al intervenir en Bratislava, George Bush exhortó a los ciudadanos de Moldavia a «dar un paso hacia la libertad en las próximas elecciones». Al desarrollar esa idea del presidente, el secretario del Departamento de Estado de EEUU, Richard Baucher, expresó la esperanza de que el desarrollo de las elecciones confirme el apego de Moldavia a los valores de la comunidad euro-atlántica (OTAN). En esas manifestaciones trasluce el deseo de Estados Unidos de que Moldavia, tras el cambio del poder en Tbilisi y Kíev, a su vez agasaje a Occidente con una «revolución de uvas».

Pero es muy probable que Moldavia los decepcione.

Todo indica que será el partido comunista, con el actual presidente Vladimir Voronin a la cabeza, que va a ganar el próximo domingo las elecciones parlamentarias, las que en esencia son también presidenciales, porque, según leyes locales, precisamente el parlamento elige al presidente. Los sondeos les prometen a los comunistas, que en realidad se parecen mucho a unos socialistas liberales, un 40 por ciento de los votos. Seguro de su victoria, Voronin de hecho no participa en la carrera electoral.

Poster publicitario, representa el mapa del país.

Él hizo una visita a Ucrania, para reunirse allí con Victor Yuschenko, y seguidamente invitó a visitar Moldavia a Mijaíl Saakashvili. Ya han acudido a Kishiniov los activistas de la organización juvenil georgiana «Kmara», que encabezaban las memorables manifestaciones en Tbilisi y Kíev.

El rival de Voronin, el alcalde de Kishiniov, Urechean, escogió llamativos colores y símbolos para su campaña electoral. Sus partidarios visten de amarillo en su mayoría y desfilan bajo banderas de color verde maíz, planta de que se hace la «mamaliga», el más popular plato moldavo.

Pero en sus discursos Urechean evita recurrir a de retóricas sediciosas. «Queremos llegar al poder por vía democrática, además no por un año o dos, sino para siempre», insiste él. Es un objetivo bastante ambicioso, si se tiene en cuenta que contra él ya se abrieron 26 expedientes penales. Pero esa circunstancia no le impide acusar al régimen de Voronin de corrupción, de presionar sobre la oposición y de estar preparando la falsificación de los resultados de las elecciones.

Si se quiere conocer el nombre del primer rebelde entre los políticos moldavos, es Yuri Rosca, líder del prorrumano partido cristiano democrático popular y tercer candidato famoso.

Él representa a las fuerzas que desataron en 1992 la matanza en la orilla izquierda del Dniester, donde predomina la población rusa. Aquellos trágicos acontecimientos tuvieron por resultado el surgimiento de la secesionista República de Transdniestria. Al arreglo de este complicado problema se dedican hoy día Rusia, Ucrania y la OSCE en calidad de mediadoras.

Siendo un nacionalista radical de matiz pardo, Rosca también se viste del color naranja de la rebelión ucrania, se retrata junto con Yuschenko y pretende a representar al estudiantado moldavo. Su tesis fundamental dice: Tenemos una dictadura comunista, por lo que hay condiciones para que estalle una revolución. Los sociólogos le predicen un 15 por ciento de los votos, pero es un electorado que no saldrá a la plaza.

Lo propio puede decirse también sobre los partidarios de Voronin y Urikian

Ya el poeta Pushkin escribía que le sorprendía la devoción que el pueblo moldavo sentía hacia sus autoridades. Hoy día, ese rasgo de la psicología nacional se ve agravado por la situación económica desastrosa. Es poco probable que los moldavos se lancen a la calle y bloqueen el parlamento o la residencia del presidente, ellos están demasiado sumidos en la lucha diaria por la supervivencia. La pensión mínima en Moldavia no alcanza ni 20 dólares.

Es comprensible por qué no hay mucha diferencia entre las plataformas políticas de los rivales. Todos ellos ansían ingresar en la Gran Europa, y al propio tiempo mantener amistad con Rusia. Verdad que últimamente han surgido problemas en ello. Es más, las relaciones por poco se han puesto de un rojo vivo. Desde el verano del año pasado Kishiniov tiene suspendido el diálogo político que se sostenía con Tiraspol, además introdujo el bloqueo económico contra Transdniestria, impide que allá entren mediadores de Ucrania, Rusia y la OSCE, les negó a los observadores de la CEI la posibilidad de estar presentes en las elecciones y, por último, hace unos días expulsó a un grupo de ombudsmen rusos, acusándolos de «inmiscuirse ilegítimamente en la campaña electoral».

La Duma (parlamento) de Estado de Rusia respondió a ello con dureza. Los parlamentarios le amenazaron a Moldavia con aplicar sanciones políticas y económicas, en particular introducir precios mundiales para los agentes energéticos y boicotear el vino y el tabaco moldavos. Propiamente dicho, no se trata de las sanciones sino de «adecuar las relaciones económicas a las realidades», sostiene el embajador de Rusia en Moldavia, Nikolay Riabov.

El diplomático razona del modo siguiente: puesto que Moldavia se ha negado a invitar a los observadores de la CEI, mostrando con ello una falta del respeto a las normas de este organismo, ella no tiene el derecho a pretender a gozar de los privilegios que se conceden sólo a los miembros de la CEI: viajes sin visados, bajos precios del gas, exportación de vinos exenta de impuestos de hecho. Rusia no debe humillar a Moldavia haciéndole «dádivas imperiales», ironiza Nikolay Riabov.

Tras esa reyerta de turno están contradicciones más profundas. El año pasado, el presidente Vladimir Voronin hizo fracasar de un modo excéntrico, por no decir pérfido, el llamado «Memorándum de Kozak», que la víspera había sido rubricado por el propio Voronin y el líder de Transdniestria, Igor Smirnov.

Era un documento que abría una perspectiva real de alcanzar el arreglo político universal, incluida la retirada de la orilla izquierda del Dniester de los restos del 14 Ejército de Rusia. En Moscú están convencidos: Voronin cedió ante una «injerencia foránea». Muchos politólogos rusos vinculan tal proceder del comunista moldavo número uno con un brusco viraje dado en dirección de la UE y la OTAN.

Sea como fuere, Rusia esta vez no tiene «su candidato» en las elecciones moldavas. Pero sí tiene sus intereses y compromisos.

A Moscú no le da igual cómo va a desarrollarse la situación en torno a Transdniestria, donde viven 191 mil de los 562 mil rusos residentes en Moldavia. Es inadmisible que los ultras locales les amenacen con organizar un nuevo masacre. Precisamente por ello Rusia está presente en Transdniestria como participante de la operación conjunta de mantenimiento de paz de acuerdo con el convenio de 1992, que puso fin al fratricidio en las riberas del Dniester.

Además, en Transdniestria todavía quedan almacenes con municiones y bienes del 14 Ejército de Rusia. Su evacuación fue interrumpida por un brote de desconfianza entre Kishiniov y Tiraspol después que se hizo fracasar la firma del «Memorándum de Kozak».

Ese nudo de problemas entrelazados afecta los intereses vitales de Rusia, y ella no piensa dejar de participar activamente en los intentos de deshacerlo.

En lo que concierne a las elecciones parlamentarias, Rusia ocupa una posición bien clara: no dar preferencia a ninguno de los partidos políticos. Moscú está dispuesto a cooperar con cualquier parlamento y cualquier presidente en que deposite su confianza el electorado de Moldavia.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)