Miguel de Cueno, compañero de viaje de Cristóbal Colón durante la segunda expedición, narra de esta forma la partida de la isla de La Hispaniola: «La víspera de nuestro retorno a España, decepcionados al no haber encontrado oro, rodeamos los cuatro poblados situados cerca de nuestro fondeadero y capturamos a 1 600 salvajes, hombres, mujeres y niños grandes, y los embarcamos en nuestras naos para venderlos como esclavos en España. Al no contar con espacio suficiente en nuestras carabelas, informamos a los soldados del fortín que podían capturar tantos esclavos como quisieran entre los indios que quedaban. Como la pequeña ralea (N de la R: los bebés) de las mujeres, abandonada in situ, armaba un jaleo horrible, les rompimos el cráneo, los otros niños fueron devorados por las bestias. (...) Como pago de una deuda de juego, el propio Colón me ofreció una magnífica esclava caribe de 11 años. Cuando quise ejercer mis derechos sobre ella, comenzó a gritar y se me resistió. Tuve entonces que disciplinarla con mi látigo y forzarla
(N de la R: violarla).»