El exitoso ensayista John J. Miller se da gusto en el New York Times. En un artículo intitulado «Liberté. Égalité. Absurdité» [Libertad. Igualdad. Disparate], el autor estigmatiza la pretensión gaullista de Francia de contener a «la hiperpotencia».La hegemonía estadounidense no es una tiranía ya que encarna el Bien, y los franceses persiguen una quimera. No hay que darles importancia castigándolos, como quiere Condoleezza Rice, sino ignorarlos.
Para equilibrar ese punto de vista poco halagüeño, el New York Times concedió la palabra al escritor francés, residente en Estados Unidos, Antoine Audouard. Este anota que si el período de hostilidad antifrancesa pasó ya de moda en Estados Unidos, ha quedado en su lugar una forma más solapada y permanente de denigrar a Francia. Más aún, referirse a los franceses de forma hiriente es la única forma de discriminación aceptable según lo «políticamente correcto».
Por su parte, el ex embajador en París Félix G. Rohatyn, aconseja a George W. Bush no tratar de conquistar una opinión pública europea resueltamente hostil a la política estadounidense de democratización ni dirigirse a los dirigentes políticos que representan a esa población. Es entre los patrones de las multinacionales europeas, interesados en un comercio provechoso, que encontrará los únicos interlocutores bien dispuestos, concluye en el Washington Post. Hay aquí un nuevo concepto: propagar la democracia dirigiéndose a la clase propietaria.

Con un considerable retraso en relación con el hecho, la prensa estadounidense se refiere al último informe del Defense Policy Board del Pentágono. El estratega Harlan Ullman señala con respecto a este informe, en el Washington Times, que los expertos diagnostican una derrota en la guerra contra el radicalismo islámico. Se hace urgente una reforma de la acción militar norteamericana. Sin embargo, el informe de marras es mucho más incisivo. En un primer momento presenta un análisis de la situación en Irak. Hace constar que la guerra por la conquista de los corazones y las voluntades está definitivamente perdida, que es demasiado tarde para echarse atrás. Después, en una segunda parte, que contradice lo anterior, propone resolver el problema recurriendo a los medios tradicionales, entre ellos la «diplomacia pública», o sea la propaganda. La deformación que hace Ullman del informe es a la vez sorprendente e incomprensible. Ullman es uno de los autores del concepto Shock and Awe, en este caso, bombardear salvajemente las ciudades para aturdir a la población y poder conquistar el país antes que esta se reponga. Se trata de una teoría concebida para vencer a un enemigo, no para liberar un pueblo amigo. No hay entonces de qué asombrarse si su aplicación en Irak ha convertido a su pueblo en un adversario.

Los llamados a la posposición de las elecciones previstas en Irak para el fin de este mes son cada vez más numerosos. En el Washington Post, Adnan Pachani subraya que, en la situación actual, las elecciones no tienen ningún sentido. Se convertirán en una consulta formal sin verdadero debate electoral ni participación popular, que designará representantes sin verdadera legitimidad. En realidad, organizarlas antes de lograr la reconciliación nacional equivale a desacreditar el ideal democrático.
Robert Malley y Loulouwa Al-Rachid, del International Crisis Group, exponen detalladamente en el diario Le Monde las condiciones prácticas de esa elección: tres votaciones se desarrollarán simultáneamente; el modo de escrutinio es más favorable al voto comunitario que a la posibilidad de una elección política; las condiciones de elegibilidad han sido utilizadas para descartar a ciertos candidatos y no se han respetado para los principales. Lejos de ser algo positivo para Irak, las elecciones no harán más que empeorar la confusión. Es un error creer que la democracia, o sea el gobierno del pueblo, se limita a la realización de una votación.

La Casa Blanca no ha logrado determinar aún quiénes ocuparán los puestos de director central de la inteligencia y de secretario para la Seguridad de la Patria. Las personalidades a las que se ha recurrido renuncian una tras otra. El último en hacerlo fue el senador demócrata Jo Liebermann.
Darl Stephenson piensa que el director de la inteligencia estadounidense no puede esperar coordinar las numerosas agencias que tendrá bajo su mando hasta que no resuelva, en primer lugar, la espinosa cuestión del emplazamiento de su propia oficina. Stephenson explica en el Washington Times que no debe instalarse ni en la sede de la CIA ni en el Pentágono, etc., y que su única posibilidad de independencia reside en la posibilidad de disponer de locales independientes. Pero ¿es ése acaso el verdadero problema?