La avanzada edad y los problemas de salud de Juan Pablo II hacen inminente su relevo al frente de un pontificado cuyas responsabilidades públicas a veces es ya incapaz de cumplir. Para América Latina, territorio de tradicional influencia católica, la gestión de Juan Pablo II deja en varios aspectos un legado deplorable, por su constante ataque a las corrientes más progresistas de la Iglesia, especialmente en los países donde sectores del clero habían adoptado una opción prioritaria por los pobres, por su oposición al laicismo y a las políticas destinadas a mejorar la salud sexual y reproductiva, y por su apoyo a fuerzas reaccionarias y plutocráticas que a su vez se identifican como aliadas y promotoras de la ultraderecha gobernante en Estados Unidos, que tiene pretensiones de hegemonía mundial y que en Juan Pablo II ha encontrado un aliado por su anticomunismo, y su oposición al estado laico y a los derechos sexuales.

Desde el principio de su pontificado, Juan Pablo II desplegó una intensa actividad política que incluyó una larga serie de viajes internacionales donde puso en juego su innegable carisma, su gran energía y su capacidad de sacrificio en aras de cuestionables proyectos: enviar a las cárcel a las mujeres que opten por el aborto, bajo cualquier circunstancia, evitar el uso del condón, fortalecer a los sectores más reaccionarios de cada país. Juan Pablo II ha predicado públicamente contra las leyes de países donde el aborto está parcial o totalmente despenalizado, como México, Cuba y Estados Unidos.

En 1979, en uno de sus primeros viajes, Juan Pablo II visitó México, uno de los países de más fuerte tradición liberal en América y donde en ese tiempo el gobierno no otorgaba reconocimiento jurídico a las iglesias. El pontífice no tuvo escrúpulos años después para aliarse con Carlos Salinas de Gortari, gobernante que durante su sangriento sexenio reprimió sistemáticamente a la izquierda, impulsó el crecimiento electoral de la derecha católica (el hoy gobernante partido Acción Nacional) y restableció relaciones con el Vaticano previa modificación de las leyes mexicanas, que limitaban radicalmente la acción pública del clero. Aunque Juan Pablo II ha logrado reunir cientos de miles de personas en sus viajes a México, es también un hecho estadístico que la gran mayoría de las y los mexicanos no sigue sus preceptos en lo referente a la anticoncepción, el divorcio, etc, al grado de que en su última visita, en 2002, fue recibido con grandes muestras de respeto por un presidente que al igual que su esposa y exvocera alardean de ser más papistas que el Papa, a la vez que, en total contradicción con las enseñanzas de este, ambos son divorciados y casados en segundas nupcias.

Evidentemente, la adhesión de muchos mexicanos a la figura de Juan Pablo II es emocional y no ideológica, mientras que al pontífice, carismático pero no bondadoso, no lo han detenido consideraciones éticas para apoyar a grupos de extrema derecha, como los Legionarios de Cristo, de factura mexicana, y el Sodalicio de Vida Cristiana, de origen peruano, pese a las abundantes denuncias públicas contra ellos que han formulado algunos de sus exmiembros, relatando abusos de poder extremos dentro de sus filas.

En Nicaragua, la expresidenta Violeta Chamorro dejó en su libro Sueños del Corazón (Acento editorial, Madrid, 1997) un testimonio elocuente del carácter ideológico y político de los viajes de Juan Pablo II. Leemos acerca de la primera visita de Papa a ese país, el 3 de marzo de 1993: “...Todo el mundo sabía que el Papa era un enemigo visceral del marxismo. Acompañando a los sandinistas estaba también uno de los sacerdotes que colaboraban con el gobierno: Ernesto Cardenal. ... En una fotografía que apareció en las primeras páginas de los periódicos de todo el mundo, Juan Pablo II amonestó con el dedo a Ernesto Cardenal, que permanecía humildemente arrodillado ante él. Después, Ernesto Cardenal se quejó con indignación de que el Papa había venido a Nicaragua a insultar a nuestro pueblo”.

Sobre la siguiente visita del Papa a Nicaragua, en 1995, escribe Chamorro: “Hacia finales de 1995 realicé un último esfuerzo por convencer a Su Santidad Juan Pablo II para que viniera a visitarnos en Nicaragua. Le había escrito ya muchas cartas. Después que publicó su última encíclica, en la que defiende la vida y ataca la cultura de la muerte, le rogué que viniera a América Central para pronunciar personalmente su mensaje. Así es como se produjo el viaje”.

Acerca de su peculiar adhesión a la figura del Papa, Violeta Chamorro confiesa que el día de la llegada de Juan Pablo II “Yo estaba esperando al Papa al pie de la escalera pensando: “Bendito sea el Señor; mi sueño se ha hecho realidad”. La verdad es que, cuando nos abrazamos, fue debido a un movimiento súbito e instintivo por parte de ambos. A pesar de lo que se ha dicho, no lo besé en la mejilla. El me saludó con un beso en la frente. Yo me sentí confusa y apenada. Le expliqué que, en Nicaragua, nuestras emociones desbordan a veces el protocolo, y le pedí que por favor nos perdonara. .En mi discurso de bienvenida en el aeropuerto informé al Papa de la felicidad que experimentábamos al poder expresar por fin de forma libre y abierta el amor que sentíamos hacia él...”.

De una forma menos equívoca, y más centrada en aspectos ideológicos y pragmáticos, los proyectos de Juan Pablo II contra el aborto y contra el laicismo encontraron aliados en cuestionados mandatarios como el venezolano Rafael Caldera y el argentino Carlos Menem.

En su lucha en pro de la represión sexual, Juan Pablo II creó el Consejo Pontificio para la Familia, encabezado por el ultraconservador prelado colombiano Alfonso López Trujillo, también enemigo radical de la teología de la Liberación. Con organismos como este y como la Pontificia Academia para la Vida ha colaborado importantes figuras del activismo conservador latinoamericano, como el millonario venezolano Alberto Vollmer Herrera, quien en los años 90 a la vez que representaba a su país ante el Vaticano era miembro de dicho consejo, dedicado a la lucha antiaborto, al igual que grupos y coaliciones internacionales, como Vida Humana Internacional, con sede en Miami, y que coordina a los principales grupos provida de los países latinoamericanos. A la vez, esa coalición apoya decididamente al gobierno de Bush.

Ha sido muy clara la identificación de Juan Pablo II con los sectores más conservadores de la Iglesia y su rechazo de los más progresistas. En contraste con las condenas públicas y la segregación de prelados y religiosos que expresan un compromiso verdadero con los pobres o posiciones más abiertas sobre la sexualidad, el Papa ha encumbrado a prelados ultraconservadores, como Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y acusado de cometer abusos sexuales contra adolescentes. En El Salvador, donde el clero tuvo un auténtico mártir en la figura de Oscar Arnulfo Romero, el Papa nombró como arzobispo a Fernando Sáenz Lacalle, del Opus Dei, quien ha usado toda su influencia para oponerse a proyectos que considera contrarios a la ortodoxia católica, no solamente en relación con el aborto, sino en el terreno de la educación, por ejemplo, donde el prelado suprimió un proyecto conjunto con el Fonde de Población de las Naciones Unidas, una de las organizaciones satanizadas por el Vaticano como “proabortistas”.

Sáenz Lacalle es sucesor de Monseñor Rivera y Damas, quien murió en 1997. En ese momento se creyó que sería relevado por su obispo auxiliar Monseñor Rosa Chávez, quien había sido auxiliar de Oscar Arnulfo Romero en la década de los 80, pero no ocurrió así y para sorpresa de la Iglesia Católica comprometida con la opción los pobres, el Vaticano designó a Monseñor Fernando Sáenz Lacalle.

El compromiso de Juan Pablo II para luchar contra los métodos anticonceptivos y contra las libertades sexuales ha sido total y cotidiano, poniendo todo el poder y la influencia de la Iglesia al servicio de ese objetivo, lo mismo en los recintos del Vaticano, que en las gestiones diplomáticas y en el activismo político en diferentes niveles. Peor todavía, la identificación del Papa con la ultraderecha católica de América Latina, y con la protestante de Estados Unidos ha sido uno de las premisas del establecimiento de regímenes genocidas y enemigos de los intereses populares, que propician lo mismo la guerra imperialista que la persecución contra los pobres.

· Fragmentos del libro Cruces y sombras. Conservadurismo católico en América Latina: de próxima aparición.