Débora Arango, El tunel

Pese a esta enorme actividad de los movimientos sociales en América Latina, desde la izquierda política no se deja de hablar de los límites que tienen, de que les falta algo, de que no son suficientemente políticos, de que no tienen objetivos claros, en fin, de una serie de errores o insuficiencias que tendrían estos movimientos y que son los que vendría a suplir la izquierda política.

Yo creo que esto no es así. Esta es una mala lectura. Creo que los movimientos tienen muchos problemas, muchos defectos, muchas carencias, pero no precisamente los que se les achaca desde la izquierda política.

No uno sino muchos mundos

Creo que si hay algo nuevo en América Latina es que está naciendo un mundo otro, un mundo nuevo, en los territorios de los movimientos sociales o de los movimientos a secas. Este mundo nuevo, o sea, diferente, se abre paso a menudo en las grietas del sistema que los habitantes del subsuelo vienen horadando desde hace algunas décadas, dos o tres décadas como mínimo. Y no es un mundo, sino mundos, diferentes, diferentes del mundo hegemónico que hemos dado en llamar capitalismo, imperialismo, mundialización. Pero también mundos diferentes entre sí, que tienen en comœn, sin embargo, la lucha por la dignidad, por la autonomía, una tensión emancipatoria y que constituyen la argamasa, el barro, con la que nace y crece este mundo otro.

Y creo que son diferentes y diversos entre sí inevitablemente, no son homogéneos, porque distintos son los suelos y las culturas que los ayudan a nacer y son diferentes las mujeres y los hombres que les van dando forma, pero también porque los tiempos del nacer, del hacer no son homogéneos en cada uno de los pueblos, en cada una de las tierras, como homogéneos son, sin embargo, los tiempos de la producción y del consumo del sistema.

Estos mundos otros, estos otros mundos que están pariendo los territorios de los movimientos en nuestro continente, ciertamente no nacen de golpe ni de un solo empujón y van tomando forma en el tiempo largo y a menudo sordo de la resistencia; vemos la resistencia y la lucha cuando es pública, abierta y en grande, pero no en esa cotidianeidad invisible, que se hace sin embargo visible en los tiempos más cortos y más fugaces de las insurrecciones o en los momentos de los desbordes de este subsuelo en permanente actividad.
No hay entonces ni un solo camino ni un solo tiempo, sino caminos y tiempos que vienen siendo trazados y caminados con maneras y ritmos distintos de las diferentes experiencias de cada pueblo.

En las experiencias que hay en América Latina destaco sin lugar a dudas la de los zapatistas, la de los sin tierra, la de aymaras, quechuas bolivianos y ecuatorianos e indígenas colombianos, desocupados y piqueteros argentinos y de otras ciudades del continente, la de innumerables habitantes del sótano de las ciudades y de los campos. Encontramos ciertamente actitudes distintas hacia los partidos y hacia los Estados nacionales; formas diversas de construir sus organizaciones; modos también dispares de afrontar las relaciones con el territorio y enormes particularidades y diferencias en cuanto a cómo afrontar la educación, cómo cuidar la salud.

Encontramos así movimientos que rechazan cualquier tipo de colaboración con el Estado y con los partidos. No sólo está el zapatismo; en América Latina hay sectores cada vez más importantes de movimientos que rechazan todo tipo de colaboración, o por lo menos se plantean superar las relaciones de dependencia, como el caso de los piqueteros argentinos que reciben subsidios del Estado. Otros movimientos mantienen distancia prudente de los Estados aunque reciben diversos tipos de sostén estatal, y otros más que se han incrustado de lleno en la institucionalidad, con la esperanza quizá de transformarla o de fortalecerse a través de esos vínculos con las instituciones estatales y también con los partidos de izquierda.

En cuanto a las formas organizativas, también son muy variadas: desde distintos grados de horizontalidad e informalidad, hasta formas jerárquicas, más o menos flexibles, incluyendo mezclas organizativas del más variado tipo. Las formas de acción también son diferentes, y combinadas muchas veces, legales e ilegales, violentas y pacíficas, instrumentales y autoafirmativas, defensivas o insurreccionales. Lo que nos habla de universos heterogéneos y complejos imposibles de simplificar y de sintetizar en una sola mirada. Ni qué hablar de las diferentes estrategias que tienen estos movimientos, desde algunos que tienen estrategias ya prefijadas, muy similares a las de los partidos, hasta otros que se han decidido a navegar en la incertidumbre y no pretenden fijar estrategias ya cosificadas, congeladas de antemano.

Por œltimo, hay movimientos que se destacan por realizaciones en materia de educación, como el movimiento sin tierra de Brasil, que es notable en este trabajo; otros sobresalen por la elevada participación de mujeres, incluso en cargos importantes, como el movimiento piquetero y el movimiento barrial argentino; otros cuentan con realizaciones realmente maravillosas en el terreno de la salud, recuperando saberes tradicionales y a veces combinándolos con la medicina alopática. Otros más, se esfuerzan por encarar la producción con otros criterios, rehuyendo la división capitalista del trabajo y las jerarquías en el trabajo.

Lo que no es habitual es que todos los movimientos hayan desarrollado de forma pareja todos los aspectos que hacen a la emancipación y a la creación de un mundo nuevo. En ese sentido, hay movimientos que están bastante preocupados por la escasa participación de las mujeres, otros por la reproducción mecánica de la salud del sistema en sus movimientos, etcétera. No hay un crecimiento parejo en todos los terrenos y este sí es un problema de los movimientos, no el que le suelen achacar, por ejemplo, los partidos de izquierda.

Agenda propia

Estas diferencias de niveles o de grados de desarrollo entre los movimientos, y otras más que podemos anotar, no deberían ocultarnos que hay una gran cantidad de cuestiones en comœn entre los movimientos, y me parece que es importante rastrear algunas de estas experiencias, para ver que las carencias que se les pueden atribuir a los movimientos, y las virtudes, poco tienen que ver con las que se les achacan.

El mundo otro que está naciendo en los movimientos, en sus territorios, tiene tres muchas características: el carácter autocentrado del mundo otro, su carácter integral y el ser un mundo en resistencia o en lucha permanente.

Es un mundo otro autocentrado porque tiende a establecer o establece de hecho su propia agenda; su agenda no es un espejo de la agenda del sistema y sus tiempos no son espejo de los tiempos del sistema y esto tiene que ver con la capacidad de autoafirmación de estos nuevos sujetos y -en paralelo- con el crecimiento de su autonomía. Desde mi punto de vista, los movimientos más débiles son los que reproducen o siguen mecánicamente la agenda del sistema. El tener un mundo autocentrado supone cierto desenganche o desconexión -por usar un concepto de Samir Amín- entre el mundo otro y el mundo del capital. Sin esta cierta desconexión me parece difícil que se pueda afirmar la existencia de un otro mundo y esto es un contraste importante con la izquierda política.

La izquierda política quiere que los movimientos no se desenganchen de la agenda del sistema, sino que participen de la agenda y del momento estelar de esa agenda, el show máximo, que son las elecciones. Se los critica duramente por eso, o se les dice que son antipolíticos o prepolíticos o escasamente concientes por no participar en esta agenda. Esto no quiere decir que no haya puntos de unión entre el mundo que crean los movimientos, el mundo otro, y el mundo del capital; inevitablemente va a haberlos, pero otra cosa es la intencionalidad con la que se sigue la agenda del sistema.

En el caso del zapatismo, los silencios, por lo menos en muchos países de América Latina, los largos silencios del zapatismo han sido fuertemente criticados por muchos partidos, por intelectuales, por teóricos, pero estos silencios los encontramos cada vez más en otros movimientos, particularmente en porciones importantes del movimiento piquetero o del movimiento de asambleas barriales en Argentina. Se dice que el movimiento de asambleas barriales no existe más; no es verdad, no existe porque no se lo ve participar en la agenda pœblica instalada por el Estado, pero sí existe y a poco de acercar la mirada a los barrios, al trabajo micro y cotidiano, vamos a ver que el movimiento sí existe, sólo que están creando cada vez más una lógica autocentrada en sus propios tiempos y necesidades interiores.

Un mundo integral

En segundo lugar, creo que es un mundo integral -y a veces uno no encuentra palabras mejores, y creo que la lucha por las palabras es parte de la creación de un mundo nuevo-. Es integral porque abarca todos los aspectos de la vida, no s-lo la producción, sino la reproducción de la vida; abarca no sólo aspectos parciales de la vida humana como los que abarcaba el viejo movimiento obrero, que naturalmente se dedicaba a luchar y demandar por cuestiones salariales y condiciones de trabajo, sino que en los territorios de los movimientos se están creando, están naciendo, se están inventando todos aquellos aspectos que tienen que ver con la vida de los seres humanos: desde la cultura, el ocio y el tiempo libre, hasta la educación, la salud y la producción material de aquello que necesitamos para vivir.

Esta es una característica que ya no es sólo patrimonio de los movimientos indígenas y de los movimientos campesinos, sino también de los nuevos movimientos de los excluidos urbanos que, en el corazón de la trama urbana, que es uno de los nudos fuertes del capitalismo, están creando también este mundo otro y diferente.

En estos lugares uno siente que los movimientos reœnen lo que el sistema separa. El sistema tiende a escindir, a separar, a dividir. Los movimientos reœnen en sus espacios, religan todos los aspectos que el sistema permanentemente está separando: hacen sociedad, hacen política, hacen cultura, hacen economía y, de esta manera, son profundamente anticapitalistas.

Un mundo diferente y en resistencia

Por último, el mundo otro que nace, no puede sino ser un mundo en guerra, en guerra social o en guerra militar en ocasiones. Las grietas en el sistema no caen del cielo, son producto de la lucha social que las abre, que crea espacios donde nace este nuevo mundo en base a relaciones sociales distintas. Y esto me parece que es importante porque uno de los ejes de la creaci-n de un mundo otro es la creaci-n de comunidad, de relaciones sociales fraternas de tipo comunitario.
El antropólogo Pierre Clastres decía que la comunidad no puede vivir sino en guerra con el Estado, simbólica o real, social o político-militar, pero en guerra con el Estado. La lógica de la comunidad consiste en que para posibilitar su sobrevivencia es importante la lucha por la dispersión del Estado, que pasa por no reproducir Estado en el seno de la comunidad; de ahí la lucha por la no diferenciaci-n interna de las comunidades.

Por œltimo, el mundo otro, tal como lo manifiestan piqueteros, zapatistas, sin tierra y aymaras, nos enfrenta al tema de las diferencias. La izquierda quiere que seamos iguales a... Creo que los habitantes del sótano, los excluidos, los que están creando un mundo nuevo y diferente pueden sobrevivir, luchar y resistir, solamente en la medida en que se construyen y se mantienen como diferentes. Y esa diferencia no cabe en el capitalismo, ni en el sistema político de partidos, ni en el sistema estatal.

Creo que necesitamos, colectivamente, afirmar nuestras diferencias, construirnos como diferentes y, por eso, necesitamos también la autonomía. Si no fueramos diferentes, la autonomía sería un ejercicio teórico. Necesitamos la autonomía para proteger nuestra diferencia y construir desde abajo un mundo y un poder también diferente.

Creo que el día que este mundo otro que está naciendo -que lo vemos nacer día a día- no sea diferente al del sistema -sino mero calco y copia como decía Mariátegui-, habrá perdido sentido o se habrá extraviado, como le pasó al socialismo real soviético, en alguna forma de capitalismo o en alguna forma de sociedad en la que volverán a haber opresores y oprimidos.